Rafael Utrera Macías

Continuamos el comentario dedicado al corto El sueño de la maestra de la película Bienvenido Mr. Marshall, último título dirigido por Luis García Berlanga.


El fálico botellín con la chispa de la vida

La nevera entregada en la escuela contiene en su interior botellas de coca-cola. Como ya recogieron los hermanos Machado en “La Lola se va a los puertos”, todo se americanizará, acabando con lo castizo e, incluso, “día vendrá en que venga/ hasta el agua del bautismo/ de Yanquilandia, en botellas”. En El sueño… no es agua de cristianar, pero sí “chispa de la vida” para consumo español utilizado ahora con plurales connotaciones sexuales. Si en Bienvenido Mr. Marshall el sueño de la maestra se cerraba con el acoso a ésta de los jugadores de rugby, ahora será el cañí e hispánico Morales quien “invite” a la señorita Eloísa a beber tan apreciado líquido; con su propia mano sostiene el recipiente mientras la profesora, como resistiendo una tentación, pero dejándose arrastrar por ella, ingiere el refresco portador de propiedades sobrenaturales. La simbología fálica del botellín con el añadido semántico de los términos coloquiales utilizados (chupar, meterla entera) conduce a un estado emocional en la virginal maestra que, tras la penetración del líquido en su cuerpo, parece transportada a un, hasta ahora, desconocido estado de su persona y de su personalidad.


Erotismo, misticismo, redención

Las imágenes de la señorita Eloísa en la hoguera tienen un punto “de coincidencia entre erotismo y misticismo”, si utilizamos las palabras de Ricardo Gullón en su obra “Direcciones del modernismo” para quien el primero (erotismo) es “un ansia de trascendencia en el éxtasis, pero no solamente en el éxtasis del sentimiento sino en el de los sentidos”, y mediante el segundo (misticismo) “trata la persona de integrarse en algo o alguien que no es él” y se “entrega sin reservas a un todo en el que el yo se disuelve”. Esta cuestión encontraría ejemplos tanto en la escultura de santa Teresa, de Bernini (que interpreta los propios escritos de la monja), como en ciertos poemas de Darío donde el erotismo queda plenamente asociado a la muerte. Nagisa Oshima lo expresó ejemplarmente en su película El imperio de los sentidos.

Por obra y gracia del líquido bebido (no olvidemos que es “la chispa de la vida”), se siente en “estado” y “estigmatizada”; su acción pecaminosa necesita de “reparación”, de “redención”. Sólo la llama purificadora lavará el pecado, además de sus consecuencias terrenales y sobrenaturales. El fuego prendido por los alumnos convierte la clase en pira funeraria donde la maestra sublima su emoción sintiéndose cercana a Juana de Arco, aunque el espectador acaso la vea más próxima a cualquier ninot valenciano. Su voz agradecida implora a Dios, en inglés da las gracias a Eisenhower, y con gran delectación, como saboreando las palabras, invoca a ¡Franco!, ¡Franco!, el que era caudillo de España por la gracia de Dios, según rezaban las monedas de la época.

Mientras el humo de la hoguera encadena con una explosión atómica, el cortometraje inicia su tercera y última parte con diversos planos de Bienvenido Mr.Marshall: la señorita Eloísa, en su cama, sorprendida tras el sueño, el alcalde y Manolo en el balcón del ayuntamiento, la banda de música y desfile de personalidades por el pueblo, el desafío en el “saloon”, etc. Al tiempo, vamos oyendo la canción “de la pena de muerte” que un coro infantil canta; su letra resume los pasos más significativos explicados “como prácticas de clase” al alumnado. El garrote (“una gruesa argolla… hasta que te degolla”), la lapidación (“y si te tiran piedras“), la horca (“se abre la trampilla y entonces te desplomas”), la silla eléctrica (“está dando calambre hasta que te mueras”), van siendo descritos por los cantores mientras el estribillo  repite “… ha estado bien… y a la pena de muerte jugamos otra vez”.


El verdugo

Por más que estemos en una escuela y la maestra se llame Eloísa, la temática explicada y sus aplicaciones prácticas más tienen que ver con El verdugo (1963) que con Bienvenido... En efecto, esa película es el resultado de estar declaradamente contra la pena de muerte; Berlanga utilizó este tema en pleno franquismo y cuando este personaje, funcionario oficial, actuaba donde correspondiera por estar legalmente vigente la condena a muerte del ciudadano.

La presentación de El verdugo en la Mostra de Venecia estuvo marcada por serias dificultades para su exhibición en la sección oficial; no en balde, en fechas cercanas, se había condenado a muerte a Julián Grimau y a otros considerados comunistas o anarquistas. El embajador de España, Alfredo Sánchez Bella, exigió ver la película antes de su proyección en el festival; su airada opinión concluía en prohibición inmediata. Tal actitud podría estar influida tanto por la temática del film como por cierto juego político contra otras familias del régimen. La carta enviada al ministro de Asuntos Exteriores no tenía límites para impedir la distribución y estreno de la pieza berlanguiana. Conocer estas situaciones acaso permita entender mejor la trama y la actitud llevadas a cabo por el director en la pieza que cierra su filmografía.


La perfección del plano-secuencia

El cortometraje, de escasos diez minutos de duración, está resuelto, como hemos dicho, en un único plano-secuencia, unidad narrativa frecuentemente usada por Berlanga y rasgo estilístico propio de su filmografía. Demuestra una gran habilidad técnica en el uso de la cámara y una excelente dirección de actores. La primera recorrerá con precisión milimétrica el campo de la acción y los intérpretes seguirán fielmente los espacios donde efectuar sus movimientos y los tiempos exactos de sus recitados.

Un plano-secuencia, con tratamiento caricaturesco y fallero, se ha convertido en duro alegato contra un específico sistema, incluido el “docente”. El humor negro desarrollado en el mismo, combinación de recursos esperpénticos junto a estilismo de capricho goyesco, es legítimo heredero de El verdugo. Cuestiones argumentales, incluida la canción final, conforman, paradójicamente, una diatriba contra la pena de muerte y, al tiempo, contra quienes la defendían o la practicaban en aquellos duros años del franquismo.

Ilustración: Luisa Martín y Santiago Segura, en una escena del corto El sueño de la maestra.

Próximo capítulo: Berlanga (100 años): de cerca, al natural. Fichas técnicas y artísticas. Bibliografía. Internet (IX)