Rafael Utrera Macías

Cincuenta años después del rodaje, en 1952, de Bienvenido Mr. Marshall, la película se reestrenó acompañada del cortometraje El sueño de la maestra, o, por ser fiel a los créditos del mismo, con el título El sueño de la maestra de la película Bienvenido Mr. Marshall. Realizado en 2002 se ha convertido en el punto final de la filmografía del director Luis García Berlanga, al tiempo que rellena el hueco existente en la misma. Estamos, pues, ante una “derivación” (en jerga televisiva-cinematográfica: un “spin-off”). Que los contenidos de este corto no se correspondan a los guionizados en aquella parte y sus objetivos últimos se adecuen a diferentes planteamientos y distintos resultados, no impide valorar, en tratamiento y temas, esta pieza última, tan corta en duración (nueve minutos y algunos segundos) como crítica, mordaz y satírica en intenciones.

Según los créditos de la película (donde no se especifica nombre de guionista), el film es un producto cinematográfico “inspirado” por la “Escuela de altos estudios berlanguianos”, lo que, en nuestra opinión, hace referencia a un equipo coordinado por el realizador José Luis García Sánchez  quien puso el “plateau” en condiciones para que el octogenario artista Berlanga rubricara, mediante habilísimo “plano-secuencia”, una de las más importantes y personales filmografías de la Historia del Cine Español.

Esos mismos créditos sitúan al espectador ante lo que va a ver mediante la siguiente información: “una falla de Luis García Berlanga plantá en la Plaza del Caudillo en 1952 y cremá en 2002”. De este modo, la procedencia valenciana del director y las características de sus fiestas más populares inciden sobre su obra, largometraje primero, cortometraje después, al considerarlos como monumentos efímeros que, tras ser admirados por el público, están condenados a consumirse en el fuego.

En efecto, una falla es un monumento de grandes dimensiones, de carácter artístico y satírico, compuesto por figuras llamadas “ninots” y “remates”, conformada por materiales combustibles, que se “planta” en las calles durante las fiestas; suele tener un lema y aportar cartelería de carácter jocoso y crítico; tras su exposición, se procederá a la “cremá”, acto de prenderle fuego y, seguidamente, esperar a su completa ignición.


Estructura

La acción del cortometraje, situada en los años cincuenta del siglo XX, responde a una estructura compuesta de prólogo, narración y epílogo. El primero, en blanco y negro, se asemeja a una secuencia de “No-Do” (noticiario documental de obligada exhibición durante el gobierno franquista). Su protagonista es el propio caudillo Franco que, desde el balcón de un palacio situado en una gran plaza pública, se dirige a unas fervorosas multitudes. La habitual gesticulación y la peculiar voz del dictador parecen complementos idóneos de sus habituales discursos, pero lo que sale de su boca no es más que un remedo del que ya oímos al alcalde de Villar del Río (compartido con el bueno de Manolo) y al que ahora se le añade la circunstancia precisa de este momento. Oímos:

“Como caudillo vuestro que soy os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar. Y es que una vez que nos hemos librado del imperio austro-húngaro, los americanos han venido y se han quedado. Los Estados Unidos son un gran pueblo, una gran potencia con un enorme poder de penetración. ¡Arriba los americanos!”.


Recursos

Los recursos satíricos se sirven de elementos anteriormente utilizados en el largometraje, aunque pueden disponerse de manera inversa; v.g.: a un plano del público asistente se opone un contraplano de la gorra del “generalísimo”. Del mismo modo, en la construcción del discurso político, se utilizan los términos relativos al “imperio austro-húngaro”, frase existente en todas las películas de Berlanga a modo de gustosa muletilla, dando paso ahora al reconocimiento del imperio norteamericano como potencia de ilimitada penetración. Este sustantivo adquiere en este contexto una específica significación, pero, realmente, lo que hace es anticipar un segundo valor semántico, de claras connotaciones sexuales, cuya verificación en imágenes se hará evidente al final del segundo bloque.

Por corte directo y, ahora, en color, pasamos a un aula donde una maestra, la señorita Eloísa (el mismo nombre del personaje, pero distinta actriz: Luisa Martín) explica su lección ante un gran mapa de Estados Unidos; el recuerdo de su antecesora en semejante situación se hace evidente. Su desconocimiento de los nombres geográficos citados y sus correspondientes pronunciaciones en inglés la dejan en evidencia de manera que, será el “gafitas” de la clase, desde los bajos de la mesa, quien la ayude en este menester, como ya viéramos en Bienvenido Mr.Marshall.  

Los recursos cómicos no sólo se construyen con las cacofonías relativas a la mala pronunciación de un idioma desconocido sino a la extraña combinación de elementos citados donde se suman patatas con películas y estas con “leche en polvos” (sic). La pluralización de este término incide de modo natural en la connotación sexual antes señalada, aunque el espectador deberá estar atento no sólo a la explicación de la profesora sino al mapa norteamericano donde, en esta ocasión, el estado de Florida, “ese estado cada vez más desarrollado y más potente”, se pone en erección cual falo viril, sin olvidarnos que dicho territorio es el suministrador oficial de la leche en polvo (las maestras españolas de los años cincuenta del pasado siglo, a la hora del recreo, mezclaban leche en polvo, de procedencia americana, con agua; un vaso de leche y un trozo de queso era el obsequio que el pueblo norteamericano ofrecía a los españolitos escolarizados, a quienes, todavía, ninguna de las dos Españas les había helado el corazón). Elementos verbales e icónicos se unen para comenzar la construcción de un discurso audiovisual donde la crítica y la sátira se alimentan de recursos propios del esperpento literario, cuando no de imágenes de los caprichos goyescos.


Un magisterio pedagógico

La presentación al espectador de la señorita Eloísa, la maestra, está hecha con unos procedimientos que, desde el guion de la película, se auguran críticos para su persona, su método y su didáctica. En efecto, terminada la información sobre el origen de los productos norteamericanos, entra en materia, continuación de lección anterior, cuya temática versa sobre la pena de muerte; como ya hemos dicho, la acción está situada en los años cincuenta y, consecuentemente, en plena vigencia de la misma; su postura, como corresponde a un buen súbdito de un estado dictatorial y represor, es la defensa de la misma. Aún más, la franquista maestra no sólo explica cómo se puede ésta llevar a cabo según los distintos procedimientos utilizados sino que la practica con sus alumnos; tal como se dirá más adelante en la propia narración, se trata de “clases prácticas” donde, las víctimas, pertenecen al mismo alumnado. La norma “pedagógica” de “la letra con sangre entra” ha quedado tan obsoleta como insuficiente para una maestra, representante ejemplar de un sistema, que se sirve de sus discípulos para reprenderles y castigarlos incluso a morir, antes que a formarlos e instruirlos o enseñarlos y educarlos como a ciudadanos civilizados.

La maestra, puntero en mano, discurre por la clase gritando al alumnado, interrogando e increpando al mismo tiempo, tirando de la oreja o arreando collejas a este por una cosa y al otro por la contraria. Su método pedagógico parece la continuación del trato autoritario dispensado por el gobierno del dictador a sus súbditos: el procedimiento represor como único sistema para mantener el orden, que no la paz, en un aula que parece símbolo del propio país. La profesora se mueve a sus anchas en un territorio que, lejos de estar compartido con sus pupilos, domina como propio y en el que nadie se mueve salvo para obedecer, sin posibilidad de alternativa, sus órdenes tan rigurosas como terminantes.


Un alumnado de futuros cineastas

El alumnado, por su parte, vive en situación terrorífica por cuanto, dada la lección impartida en esos momentos, puede tanto aprenderla como ser víctima inmolada: la pena de muerte no es tema para combatirla sino práctica ejemplificadora para aplicarla.

El aula es territorio experimental presidido por un retrato del “Generalísimo”, quien, desde su aparente quietud fotográfica, controla en silencio sus órdenes y el cumplimiento de sus decretos. La maestra, fiel seguidora del mismo tanto en lo civil como en lo militar, se vuelve hacia él cada vez que lo nombra para saludarlo brazo en alto. Su propio final en la hoguera purificadora no le impedirá evocar otras palabras que la gozosa repetición del apellido del dictador. La clase, donde no podría faltar la habitual iconografía religiosa, utiliza una “decoración” a tono con el tema que se explica: horca (de la que pende un alumno muerto), garrote vil, guillotina, silla eléctrica y mesa profesoral preparada para la consiguiente lapidación.

Sucesivamente se irán explicando el funcionamiento y la aplicación de cada uno de los artefactos al tiempo que algunos de los alumnos serán seleccionados para convertirse en las víctimas del momento. La denominación de ellos responde, como un juego privado, a nombres y apellidos de colegas de la profesión cinematográfica sobre los que se enuncia algún rasgo propio o familiar, verdadero o inventado. Así el niño ahorcado es Florentino (Soria), un amigo de Berlanga y actor en tantas películas suyas; de Gutiérrez Aragón (Manuel) se dice que está “indultado” y, cuando sale a la palestra sin que se le haya ordenado, la maestra le espeta: “a su sitio, o le mando fusilar como hizo mi padre con el suyo”; se menciona a García Sánchez (José Luis) y a Almodóvar (Pedro), mientras que de Azcona (Rafael), por ser un ignorante y estar siempre riendo, se le lleva a la silla eléctrica y, tras la correspondiente explicación del funcionamiento del artefacto, se le proporciona la descarga eléctrica oportuna; su situación se aproxima a la de cualquier ninot de cualquier falla; en este ámbito, bien se ve que la vida del súbdito tiene el mismo valor que la del caricaturizado muñeco de cartón.

La representación femenina corresponde a Fátima, quien, ataviada con su hiyab, oculta un bocadillo que, descubierto por la profesora, permitirá poner en ejecución la guillotina (bien situada sobre la mesa) y partir en dos la salchicha, con la connotación sexual que conlleva, a lo que seguirá la lapidación de la fémina por parte de los compañeros; en tanto, la señorita Eloísa, menciona la ablación y la inutilidad de un miembro, el clítoris, que no sirve para nada.

Cuando Azcona no ha dispuesto de tiempo para decir su última voluntad antes de su electrocución, se interrumpe la clase debido a que entra en el aula un grupo de personas portando una nevera. Quien ofrece a los presentes las informaciones  pertinentes es Morales: el objeto entregado responde a la donación de los americanos. El atuendo de este personaje representa y simboliza el nuevo entendimiento del pueblo español y el americano: boina calada y bufanda con estrellas según lucen en la bandera norteamericana. Las bases aero-navales de “utilización conjunta” comenzaban a instalarse en España.

El discurso de la narración se modifica a partir de este momento. Si en el bloque anterior el tema básico tratado ha sido la pena de muerte, a partir de ahora, ésta se relacionará además con el sexo.

Ilustración: La actriz Luisa Martín, como la señorita Eloísa, en una imagen del corto El sueño de la maestra.

Próximo capítulo: Berlanga (100 años): de cerca, al natural. El corto El sueño de la maestra. Erotismo, misticismo, redención (VIII)