En la película de Berlanga Bienvenido Mr. Marshall, uno de los componentes narrativos está integrado por los sueños de los principales personajes. El correspondiente a la maestra, la señorita Eloísa, no se rodó debido a diversas circunstancias a las que seguidamente aludiremos.
En este artículo pretendemos analizar al personaje de la maestra observando a) su actuación profesional y b) el carácter de su sueño.
El personaje de la señorita Eloísa, la maestra (Elvira Quintillá)
Primera focalización. La maestra: actitudes y funciones profesionales en el aula
El narrador presenta paralelamente espacios, plaza, fuente, iglesia, ayuntamiento, reloj, café, escuela, etc., y personajes, Jenaro (conductor del autobús), Don Pablo (el alcalde), José (el correo), Don Cosme (el cura), Don Luis (el hidalgo), Doña Raquel y Doña Matilde (cotillas oficiales), Pedro (comerciante), Jerónimo (secretario), Julián (pregonero), más los recién llegados, Carmen Vargas (la máxima estrella de la canción española) y Manolo (su representante).
Diversas secuencias, perfectamente, engarzadas en la narración, permitirán conocer tanto el funcionamiento de la escuela como el ejercicio profesional de su maestra.
La voz en off describe la escuela como “un poco pequeña, pero como es para niños exigentes (sic), sirve de todos modos, como ese mapa de Europa donde todavía sigue el imperio austro-húngaro”.
El cartero llega a ella, y a través de la ventana entrega a un alumno la correspondencia de la maestra; el muchacho recorre el aula hasta entregarla a su profesora. Este motivo permite presentar físicamente a la señorita Eloísa, la maestra (interpretada por la actriz Elvira Quintillá) y conocer a su alumnado; el narrador, con evidente tono humorístico, distingue entre niños “con la lengua fuera”, la mayoría, y niños “con la lengua dentro”, caso de Pepito, el niño de gafas, el primero de la clase, el “monstruo” en Historia Natural; además, al final del aula, de rodillas y con los brazos en cruz, está el castigado por causa de no saber quién mató a Sigerico, nada menos que uno de los reyes godos.
La propia “voz en off” define a la señorita Eloísa con tres valores positivos y uno adversativo: “es muy mona, es muy buena, es muy lista y aún está soltera”; a ello se añade una cualidad profesional: “a pesar de lo cual, y aunque sea primavera, multiplica siempre sin equivocarse”. Los valores físicos, los éticos y los intelectuales funcionan como una triada homogénea mientras que su estado o situación civil queda incorporado a semejante “descripción” con evidente connotación negativa al dar por sentado que el estado de casada es, socialmente, el idóneo para la mujer. Este tema de la soltería femenina había sido tratado literariamente por, entre otros, García Lorca (“Doña Rosita la soltera”), Arniches (“La señorita de Trevélez”) y Unamuno en “La tía Tula”; por su parte, el cine español ofrecería brillantemente tal cuestión en adaptaciones filmadas por Antonio Artero, Miguel Picazo, Edgar Neville y Juan Antonio Bardem.
La vestimenta usada por la señorita Eloísa durante el desarrollo de su actividad profesional es el propio de una mujer recatada, ataviada a la sencilla moda de la época, falda, blusa y rebeca, que prescinde del “babi” blanco, uniforme de trabajo habitual usado por las maestras de entonces. El pelo lo lleva recogido siempre, sea en las horas de trabajo como en otros momentos y circunstancias. Las gafas, actuales por su forma, le dan un aire diferente y cierto toque intelectual por el cual contrasta con las demás vecinas.
La llegada de la oficialidad a Villar del Río pone en jaque a todos sus habitantes. Desde la calle, ventana por medio, el pregonero avisa a la maestra de esa novedad. Con evidente automatismo pone a los niños en pie, y a coro, cantan: “¡Viva, viva el señor delegado!”. El plano permite conocer mejor el aula, un edificio con numerosas ventanas que funciona como escuela unitaria, es decir, donde un único docente imparte los conocimientos a un alumnado mixto (niños y niñas) de edades muy diversas. La pizarra, con guarismos y enunciados matemáticos, orienta sobre la docencia impartida ese día mientras que las actitudes y comportamientos de los condiscípulos advierten sobre aquellos valores del urbanismo y la ciudadanía tan tenidos en cuenta y llevados a rajatabla en una sociedad rural regida por planteamientos autoritarios.
La función social de la escuela y de su maestra se evidencia cuando sirven a fines y personas diferentes a los habituales; es el caso de la sesión informativa que se lleva a cabo con un aula repleta de hombres y mujeres del pueblo; todos, con gesto perplejo y atención dispersa, oyen, más que escuchan, las cifras disparadas por la señorita Eloísa sobre situación, habitantes, producción, etc., de los Estados Unidos, al tiempo que establece las pertinentes diferencias entre la magnitud de aquel país y la pequeñez de nuestra España.
La sabiduría de la maestra se pone en evidencia cuando comprobamos que Pepito, el niño de gafas, está situado debajo de la mesa de la profesora y, como buen apuntador de teatro situado en semejante concha, “sopla” cuanta información la señorita no ha sido capaz de memorizar en tan escaso tiempo.
Las “enseñanzas” de la maestra a sus conciudadanos han sido organizadas en la narración como respuesta a la pregunta de Don Luis, el hidalgo, sobre quiénes son esos americanos, y serán interrumpidas por la impetuosa entrada en el aula de Don Cosme, el cura, que, parafraseando el discurso de Eloísa, señala a los extranjeros como “los mayores productores de pecados” en virtud de la calaña de sus ciudadanos: protestantes, judíos, asesinos, violadores, abortistas, etc., etc.; todo ello frente a nuestra impagable paz de espíritu.
En síntesis, Villar del Río considera a la maestra una buena profesional por ser fiel cumplidora de sus deberes y, sin duda, una autoridad, aunque su condición de mujer le impida participar en conciliábulos y toma de decisiones reservadas en exclusiva a los hombres.
Segunda focalización. La maestra: actitudes y funciones sociales fuera del aula
En efecto, la reunión de las fuerzas vivas, desde el alcalde al sacerdote, desde el médico al farmacéutico, para discutir y estimar cómo se recibe a los americanos, excluye a la mujer, por lo que, consecuentemente, la señorita Eloísa, a pesar de su reconocida condición profesional y el posible criterio de autoridad de sus opiniones, no estará en ese grupo. La condición femenina excluye a la profesional según reconocen leyes y costumbres de aquella década y aquel siglo; esta condición aparece en la película representada en tres categorías, sociales o profesionales, de mujeres: las vecinas (campesinas, lavanderas, amas de casa, cotillas, etc.), la maestra y la cantante.
Por el contrario, su condición profesional seguirá ejerciéndose cuando Villar del Río decida recibir a los americanos disfrazados de andaluces según han acordado Manolo y Don Pablo con la aquiescencia de los vecinos. Cuando el pueblo se vuelca en organizar el festejo, el magisterio de la maestra seguirá ejerciéndose, enseñando a sus “alumnos”, ahora niños y adultos juntos, la denominación de las prendas que componen el traje campero andaluz, para los varones, y el de faralaes (o de gitana) para las mujeres. Eloísa, vestida con tal indumentaria, hará saber a unos y a otras que llevan sombrero y chaquetilla, peineta y florecillas, etc.
El traje de calle de la señorita se ha transformado en vestido de gitana y así aparecerá en las diferentes secuencias que tienen que ver con la preparación, el recibimiento y la llegada de los americanos.
En el ensayo general, cuando Manolo baja del autobús simulando ser un gobernante americano, la señorita Eloísa, vestida de faralaes, será la encargada de recibirle; el representante de la cantante besará la mano de la maestra con los aires pomposos y exagerados de los que gusta hacer gala. Del mismo modo, cuando la comitiva recorra el pueblo hacia las proximidades de la carretera, el grupo principal estará integrado por el alcalde y Carmen junto a Manolo y Eloísa, mientras todos cantan “¡Americanos, americanos!”.
En secuencia posterior, la maestra formará parte de la mesa encargada de recoger y anotar las peticiones hechas por el vecindario a los americanos; sentada junto a Manolo, contribuirá a efectuar las anotaciones pertinentes e, incluso, a identificar al muchacho confundido con otro. Todavía la veremos con la consabida vestimenta durante la veloz carrera que los coches americanos mantienen al atravesar Villar del Río, sin pararse a mirar a sus vecinos, aún menos a oír el discurso de bienvenida que, leído por Pepito, ha sido, sin duda, pensado y redactado por la señorita.
En síntesis, estas actividades ejercidas por la maestra, disfrazada de faralaes, demuestran no sólo positiva actitud para con sus vecinos sino su situación de compromiso social, al margen de la eficacia del asunto o de la locura que ello represente.
Tercera focalización. La maestra en el imaginario personal del alcalde
Si fantasía y realidad se encontraron en la plaza del pueblo, no llegaron a entenderse. Como hemos dicho, Manolo, el representante de Carmen, supo ilusionar al señor alcalde y éste a todo el vecindario, con la excepción del hidalgo Don Luis. Posteriormente, en la noche, cada uno tendrá un sueño, festivo y placentero en unos casos, apesadumbrado y agotador en otros.
El carácter de estos sueños ha sido concebido por los guionistas de modo diverso; no sólo en función de los personajes sino tomando como modelo la tipología de los géneros cinematográficos más conocidos.
Así, el sueño de Don Cosme, el párroco, es una mezcla de inicial procesión de semana santa, derivada en juicio contra su intransigencia, dirigido por miembros del Ku-Klux-Klan y escenificada como cine negro americano. Don Luis, el hidalgo, soñará con sus antepasados, muertos a manos de los indios a mayor gloria de la conquista y colonización española, y él mismo tendrá semejante final en secuencia tomada de películas históricas de la época. Juan, el campesino, soñará con un tractor, caído del cielo y arrojado desde un avión por unos imaginarios Reyes Magos.
El sueño de don Pablo, el alcalde, sucede en un “saloon” semejante a los del oeste americano, con duelo y canciones incluidas, y donde el toque dramático de los westerns se convierte en comedia de situaciones conocidas. El alcalde se sueña como sheriff y sueña a Manolo como bandido. Se bebe güisqui, con o sin soda, y se oyen diálogos en un inglés que no llega a macarrónico; se juega a las cartas, con trampas o sin ellas, y casi todos se disponen a oír a la máxima estrella que, ahora, cantará a lo Mae West. El duelo entre ambos convertirá el “saloon” en zafarrancho donde no quedará títere con cabeza. El falso sheriff acaba su sueño agarrado a la pierna de su admirada Carmen, aunque, al despertar, compruebe que su abrazo lo recibe… la pata de su cama.
Ahora bien, para el pícaro de don Pablo ¿cómo queda, en su sueño, soñada la maestra, la señorita Eloísa? En el “saloon” es la cabaretera que se hace invitar por los hombres mientras fuma y coquetea con bebedores y truhanes. El sheriff menosprecia su caricia por lo que, sin alterarse, se dirige a la mesa de jugadores de cartas y ayuda a don Simón, el médico, a trampear con los naipes que este lleva colocados en la hombrera.
La indumentaria de la maestra, aunque mantenga sus habituales gafas, ha cambiado radicalmente de aspecto y de profesión; eso sí, sólo en el imaginario nocturno del sheriff, es decir, del alcalde.
Cuarta focalización. El sueño de la maestra o la maestra soñándose a sí misma
El sueño de la señorita Eloísa, la maestra, quedará solamente en un suspiro de satisfacción y en una regañina del narrador. Este nos hace saber que, tras las peticiones efectuadas a la mesa, llegada la noche, es el momento de meditar y de pensar en las ventajas o inconvenientes de las mismas: arado, trilladora, motocicleta, etc. Como también es el momento de soñar todo lo que se ha “sentido o deseado secretamente alguna vez”. Muy posiblemente, según nos dice la voz en off, lo solicitado por la docente han sido unos mapas pedagógicos para su escuela, acaso para que en ellos no aparezca ya el imperio austro-húngaro. La imagen presenta a la maestra, acostada en su cama, con gesto de satisfacción mientras se toca sus brazos… al tiempo que el narrador, con voz sorprendida y tono enérgico, grita: ¡Pero… señorita Eloísa!
Salvo estos planos del personaje y las frases de la banda sonora, el sueño de la maestra queda para el espectador como una incógnita no resuelta.
Será el guion de la película el que aclare el contenido del mismo y el modo cinematográfico de presentarlo. Al tiempo, los censores dejaron claro, desde el principio, que este sueño no debía mostrarse con características eróticas.
Pues bien, la señorita Eloísa, acostada en su cama, deja sentir sobre su cara ese airecillo tan agradable que entra por la ventana…
…los alumnos rodean a una maestra que ahora viste vaporoso traje de gasa y se toca con una llamativa pamela. Los niños de la escuela van transformándose en fornidos mocetones altísimos y rubios que forman un equipo de rugby americano; se acercan a la señorita, la rodean; ella queda bocarriba… Tal momento de satisfacción es el que interrumpe el narrador.
Esta ausencia narrativa y, al tiempo, brutal elipsis respecto a los demás sueños, ha sido, a lo largo de medio siglo, motivo de múltiples preguntas a director, guionistas y productores. Las respuestas han ido variando según persona o situación. Berlanga ha ofrecido explicaciones diversas: dificultad para encontrar jugadores de semejantes características físicas en la España de los 50, miedo a que la censura la suprimiera una vez rodada, etc. Sin duda, la productora debió temer que el carácter de esta secuencia arrastrara la película completa a su total prohibición. Y el sueño de la maestra quedó… como quedó.
Como los demás sueños, planteados a modo de parodia de los géneros cinematográficos clásicos, este tendría una resolución en consonancia con la comedia americana de los años cuarenta; aunque, evidentemente, las sugerencias eróticas connotadas en la acción y actuación de tales personajes no era el elemento más idóneo para un domesticado cine español que, entonces, se regía por rigurosos parámetros del llamado “nacionalcatolicismo”.
Este bloque no filmado, sin necesidad de recurrir a Freud, evidencia “algo sentido o deseado secretamente alguna vez” (narrador dixit). Eloísa se sueña a sí misma en situación liberadora respecto a sus deseos reprimidos. Con la libertad otorgada por el sueño, la mujer, en el más amplio sentido del término, ha reemplazado a la profesional cualificada y socialmente reconocida.
Ilustración: Elvira Quintillá, como la señorita Eloísa, en una imagen de Bienvenido Mr. Marshall
Próximo capítulo: Berlanga (100 años): de cerca, al natural. El sueño de la maestra. Un corto para finalizar su filmografía (VII)