Rafael Utrera Macías

Miss Dalí transcurre en tierra catalana; los sucesos inherentes a los personajes que tienen existencia en otros lugares se ofrecen de manera indirecta, mediante cartas o conversaciones entre los distintos miembros de la familia; así sucede con la estancia madrileña de Salvador en cuya Academia de Bellas Artes promovió diversos altercados o con su revelador hospedaje en la Residencia de Estudiantes, donde se forjó la amistad con Lorca y Buñuel.

Como hemos dicho, el presente de la acción, mantenido mediante la conversación entre Ana María y Maggie, se ofrece en color; por el contrario, los insertos y recuerdos, que, naturalmente, pertenecen al pasado, serán mostrados al espectador en las variantes del blanco y negro, del sepia, o de tonalidades semejantes.


García Lorca en Cadaqués (1925, 1927)

La profunda amistad entre el aragonés, el andaluz y el catalán, cuajada en la “Resi” madrileña, dará motivos para que el pintor invite a su Cataluña natal al poeta, primero, y al cineasta, después.

La familia Dalí estaba compuesta por el padre, notario de profesión (además de republicano y federalista), Caterina, la “tieta” (segunda esposa del padre y hermana de Felipa, la fallecida madre de los jóvenes) y los dos hermanos, Salvador y Ana María. El pintor tuvo a su hermana, cuatro años menor que él, como su primera modelo; es buen ejemplo su famoso cuadro “Muchacha en la ventana”.       

Federico llega a Cadaqués en 1925 y repetirá visita en 1927. El actor José Carmona ofrece una interpretación tan fresca como juvenil, tan ligeramente amanerada como fervientemente andaluza. Los variados personajes que tan diferentes actores han ofrecido a lo largo de cincuenta años, nos han hecho ver que se puede optar entre el parecido o la interpretación: Nickolas Grace, en Lorca, muerte de un poeta, bajo la dirección de Bardem, dio ejemplo de cómo se podía y se debía interpretar a Lorca tomando en consideración ambos factores.

La estancia de Federico en el Ampurdán de la mano de los Dalí le permitió conocer de inmediato Figueras, residencia habitual de la familia, y Cadaqués, donde tenían casa en la playa de Es Llanés. Fueron frecuentes las excursiones marítimas por el entorno y las paradas obligadas para admirar el paisaje en Cabo Creus y en Tudela; los miedos de Federico a morir ahogado fueron tema de irónica conversación en las travesías por más que el granadino nunca tomara a broma su seguro ahogamiento en aquel lugar paradisíaco. El interés por la lengua catalana lo demostró memorizando cuantas palabras le resultaban de interés, de modo que, en las conversaciones cotidianas con Salvador y Ana María era raro no aprender términos, vulgares o exóticos que, posteriormente, repetía paladeándolos con su fonética propia: “cunill” (conejo), “garote” (erizo de mar), “cullereta” (cucharita).                

Del mismo modo, el interés de Federico por la liturgia del rito católico le hace sentirse exultante y fascinado ante el barroquismo del altar mayor de la iglesia de Figueras adonde lo han llevado Salvador y Ana María con los ojos cerrados a fin de que los abra cuando ya esté ante tan abigarrada decoración y ornamental figuración. Le veremos, en otra ocasión asistiendo, solo y ensimismado, a los oficios de misa mayor. Al tiempo, los anfitriones no perderán ocasión de llevarlo a la capilla de San Sebastián, en Cadaqués, donde la disertación de Dalí sobre la historia del santo y su ascendencia militar efectuará el pertinente impacto sobre Federico entendiendo la simbólica significación de las flechas clavadas en el cuerpo del mártir cristiano: “Me conmueve su serenidad en la desgracia”. Un tema convertido en literario por Salvador y que Federico hará traducir del catalán para incluirlo en su granadina revista “Gallo”.

El trío formado por Salvador, Federico y Ana María se desenvuelve entre el estudio del pintor, la playa, las cercanías marítimas y agrícolas y las dependencias comunes de comedor y terraza. En ellas tendrá lugar la vida familiar con propios e invitados, y en ese contexto Federico tendrá oportunidad de desarrollar sus dotes de gran recitador, “como un juglar del siglo XX”, e incipiente dramaturgo. En el paseo por los olivares, Lorca con dos hojitas de olivo en las manos, le relata a su amiga y anfitriona la conocida “el lagarto y la lagarta… han perdido su anillo de desposados”. Y Dalí cierra con un “¡olé, Federiquito”. Durante la comida familiar, el granadino canta “Los cuatro muleros”; el señor notario y su esposa quedan admirados de las habilidades del invitado, aunque tal admiración llegará a su culmen cuando el andaluz les lea su “Mariana Pineda” y con las distintas voces de los personajes cree un ambiente dramático como si estuviera representándose. Otras lecturas, parciales o totales, las llevará a cabo Federico en distintos centros de la comarca ampurdanesa; por ello, cuando, dos años después, la Xirgu la lleve a las tablas en Barcelona, será obra relativamente conocida y, además, con decorados y figurines de Salvador.


Más allá de la amistad

La amistad entre Federico y Salvador está en el cénit de su trayectoria. Ventura Pons no nos privará de saber hasta dónde llegó esa relación homosexual durante aquella estancia tan significativa. La intimidad de los dos amigos quedará reflejada en unas frases donde todo resulta evidente dicho con palabras vulgares. La ingenuidad de Ana María, que observa frecuentemente a la pareja desde puertas aledañas, supone un absoluto desconcierto que, en su conversación con Maggie, trata de justificar en función de su juventud y de su inexperiencia. Por lo que respecta a la creatividad que ella encontraba en ambos, Federico la achacaba al duende y a ser dos almas gemelas que se habían encontrado.  

En la “Oda” dedicada a Dalí, Federico combina las referencias al admirado paisaje del entorno con la ferviente devoción por el pintor amigo: “Cadaqués, en el fiel del agua y la colina, /eleva escalinatas y oculta caracolas/ (…) ¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada! / No elogio tu imperfecto pincel adolescente/ ni tu color que ronda la color de tu tiempo, / pero alabo tus ansias de eterno limitado/ (…) Canto tu corazón astronómico y tierno, / de baraja francesa y sin ninguna herida…/


La sardana de “El himno de Riego”

En la película, una de las secuencias más emotivas, repleta de significativos encuadres y paralelos ritmos musicales, es la sardana que se baila en la rambla de Figueras y a la que asisten como visitantes el trío protagonista. Allí, delante de la casa de los Dalí, se celebra un baile de sardanas cuya música es “El himno de Riego”, como muy bien reconoce de inmediato Federico. Ana María, cual cicerone local, le explica qué es una cobla, con los correspondientes instrumentos que la componen (caramillo, tamboril, tenoras, etc.) y quién fue su creador, el músico andaluz José Ventura, compositor de la “sardana larga”. Lorca queda encantado por la riqueza de tonalidades musicales y, aún más, cuando Salvador le enseña el periódico donde le dedican amables palabras al gran poeta andaluz que se ha declarado “catalanista furibundo”.


Un amigo más: Regino Sainz de la Maza

La segunda estancia de Federico en Cataluña tiene lugar en 1927. Al trío de los dos artistas y Ana María se les ha unido ahora el guitarrista Regino Sainz de la Maza, amigo de la familia, quien deleitará a sus anfitriones con sus temas preferidos. Los jóvenes se conocían desde su etapa en la Residencia de Estudiantes; cuando Lorca estrenó, con estrepitoso fracaso (una sola representación) en Madrid, “El maleficio de la mariposa”, los únicos aplausos que se oyeron, frente al escandaloso pateo, fueron los de Regino y sus colegas de “la Resi”. Ahora vuelven a revivir aires artísticos comunes ya en la intimidad de la casa de Cadaqués, ya en los lugares de moda de la Barcelona nocturna, como el cabaret “Excelsior”, donde Dalí bailaba el charlestón “como un consumado profesional”. No es gratuita, pues, la escena ofrecida por el director del film, cuando muestra al pintor danzando con su hermana en la terraza de la casa de Cadaqués. Allí mismo donde Sainz de la Maza tocaba frecuentemente “Tremulo Studi”, de Tárrega, a petición de sus anfitriones y Lorca le contestaba, bien con conocidas canciones andaluzas o con tradicionales habaneras. Regino estaba casado con Josefina, hija de la novelista Concha Espina; residían en Madrid y allí eran acogidos frecuentemente los hermanos García Lorca, Francisco y Federico. La correspondencia cruzada entre Regino y Federico da cuenta de la sólida amistad que los unía. En una carta, escrita desde Granada, el poeta se despide con “Te recuerdo constantemente y te quiero una jartá”.


La miel es más dulce que la sangre

 Aunque en la película la presencia de los cuadros de Dalí es muy escasa, sí aparece el artista mientras pinta, aunque la composición suele ofrecerse con el pintor de frente y el cuadro en su dorso. En palabras de Ana María, su hermano se pasaba el día pintando en su estudio y Federico, cuando no le miraba pintar, “no buscaba más compañía que la mía”. Precisamente, mientras Salvador pinta “La miel es más dulce que la sangre”, obra de 1927, ambos amigos comentan los elementos componentes del cuadro y la simbología de sus elementos; Federico solicita a su amigo que escriba su nombre en la tela, “a fin de que mi nombre diga algo al mundo”. El pintor añadirá el busto de Lorca, derribado en la tierra, cercano a dos burros podridos junto a otros diversos elementos.


Don Osito Marquina

Previa a esta conversación, Lorca, tumbado en una cama situada frente al pintor y al cuadro en ejecución, juega distraídamente con un oso de peluche, detalle que puede pasar desapercibido al espectador pero que tiene gran importancia simbólica en la amistad entre el poeta y la muchacha de largos tirabuzones (por más que, en esta época, ya se peinaba “a lo garçon”). El osito era un juguete de Ana María, y cuando se lo enseñó a su invitado, éste observó que se parecía al poeta y dramaturgo Eduardo Marquina, por lo que, a partir de ese momento, comenzaron a llamarle Don Osito Marquina. Federico sintió gran estima por el juguete y, entre otros divertimentos, lo escondía en cualquier sitio; advertía a los demás que el “animalito” se había ido por falta de cariño, haciendo una extrapolación a su persona… hasta que Don Osito aparecía de nuevo.

El poeta describió a Ana María como “sirena y pastora al mismo tiempo, morena de aceituna y blanca de espuma fría. ¡Hijita de los olivos y sobrina del mar!” y le dedicó un poema, “Árbol de canción”, cuya primera estrofa dice: “Caña de voz y gesto, / una vez y otra vez/ tiembla sin esperanza/ en el aire de ayer/”. Ella será la receptora de una afectuosa correspondencia donde los recuerdos y los momentos vividos juntos se hacen afectiva literatura exenta de tecnicismos y donde no falta algún detalle tan circunstancial como anecdótico: “…tengo un portafolio de recuerdos tuyos y de risas tuyas que no se pueden olvidar (…aquí una mosca ha puesto el punto a la i; respetemos su opinión y ayuda…) (…) Los peces de plata salen a tomar la luna y tú te mojarás las trenzas en el agua cuando va y viene el canto tartamudo de las canoas de gasolina”. El juguete es tema obligado en varias de las cartas; así: “Le darás muchos besos al osito. Hace cuatro días me lo encontré fumándose un puro en el monumento a Colón”; y en otra: “El osito me ha puesto una postal contándome no sé qué cosa de Marquina y diciéndome que casi me habéis olvidado, pero que él no puede olvidarme por la admiración que me tiene y por lo bien que lo he tratado. Dentro de varios días le mandaré un bastón. Te ruego se lo digas”.

Ilustración: Salvador Dalí y Federico García Lorca en Cadaqués.

Próximo capítulo: Dalí, Ana María: retrato intermitente. Luis Buñuel en Cadaqués (IV)