Rafael Utrera Macías

La reciente publicación del libro “El cine, los cines y Cádiz. 1950-1961” (Editorial Universidad de Cádiz. 2019) del que es autor Rafael Garófano Sánchez, viene a añadir un título más a la ya larga lista de volúmenes que el investigador gaditano ha dedicado al estudio de la imagen y su histórico funcionamiento en la capital andaluza.

En efecto, queda ya lejano aquel 1986 cuando tuvimos el honor de presentar el pionero “El cinematógrafo en Cádiz. Una sociología de la imagen”, donde el autor ofrecía una rigurosa investigación que abarcaba el funcionamiento de la cinematografía y lo cinematográfico en la ciudad gaditana entre 1896 y 1930, es decir, durante más de tres décadas pertenecientes a la etapa conocida como “época del cine mudo”. Con esta obra, Garófano se incorporaba a la lista de autores e investigadores que, tempranamente, en los comienzos de la democracia, acometían el estudio del cinematógrafo focalizado sobre espacios (Sevilla, Córdoba, Jaén, Jerez, etc.) y tiempos (el mudo, el sonoro) concretos; así pues, el volumen se inscribía en el ámbito de lo autóctono, aspecto que caracterizó el cine de las nacionalidades y las autonomías, por lo que, consecuentemente, nos ofrecía tanto la historia de Cádiz como la historia del cine en Cádiz, es decir, todo el proceso de implantación del cine mudo, estudiado desde el entorno específico de la ciudad y sus implicaciones en el mundo de la cultura, del comercio, de la política, de la religión, etc.

Se infería de ello que el autor se había servido de una metodología estructuralista donde el específico fenómeno estudiado estaba siempre en relación con las fuerzas sociales que lo producían. Era todo un síntoma de cómo funcionó, socialmente hablando, un espectáculo abigarrado y complejo, tanto en Cádiz como en el resto de Andalucía, porque fue el principal modificador de hábitos y costumbres, ventana abierta al mundo para unos, vehículo propagador de lo nocivo y extranjerizante para otros. Las referencias que acabamos de hacer a esta obra pionera tienen su justificación por cuanto la recientemente publicada cabalga por los mismos caminos y funciona sobre semejantes veneros, ya sociales, ya cinematográficos, que el autor describe con conocimiento de situaciones y discernimiento de hechos.


La imagen gaditana como preferente objeto de estudio

En la ya extensa bibliografía de este autor (Licenciado en Filosofía por la Universidad de Salamanca y Doctor en Historia por la de Cádiz) destaca sobremanera el tema de la imagen gaditana presentada o representada en distintos medios y por diversos procedimientos, ya gráficos, ya cinematográficos. En tal sentido, son claros antecedentes de “El cine, los cines y Cádiz. 1950-1961” títulos como “Saber de imágenes: el cartel, el cómic y el cine”, “Crónica social del cine en Cádiz”, “Los espectáculos visuales del siglo XIX (El Pre-cine en Cádiz)”, “Imágenes para la Historia”, “La Andalucía del siglo XIX en las fotografías de J. Laurent y Cía”, “Recuerdo de Cádiz: Historia social de las tarjetas postales”, “Fotógrafos y burgueses: el retrato en el Cádiz del siglo XIX”, “El propagador y el Eco de la Fotografía; publicaciones pioneras sobre fotografía en España”, etc. Al texto específico de cada uno de los títulos, añádanse las complementarias fotografías que, en blanco y negro o en color, ilustran las páginas correspondientes, en buena parte de los casos, elocuentes pinturas, fotos, carteles, tarjetas, etc., recuperadas para el lector contemporáneo y salvadas para siempre del olvido o de irreparable pérdida.


El cine, los cines y Cádiz. 1950-1961

El volumen que edita hoy la Universidad de Cádiz supone la nueva incursión de Garófano Sánchez en un tema tan conocido como trabajado por él en el conjunto de obras antes mencionadas. El exigente historiador especializado en imágenes, opta, una vez más, por acotar tiempos o espacios de su investigación, lo que le obliga a justificar su decisión y enmarcar debidamente los hechos estudiados aportando tanto razones históricas como sociológicas y esto, sin perder de vista las peculiaridades urbanas que, por razones geográficas o culturales, son específicas de Cádiz. Por ello, este investigador siempre trabaja con la conciencia de que su mirada nunca debe perder de vista al receptor de la obra cinematográfica, en este caso el ciudadano gaditano. Ello no será óbice para, llegado el caso, establecer las conclusiones pertinentes en sí mismas o en relación con otros ámbitos foráneos, sean cercanos o ya globalizados.

El título del volumen reúne tres elementos diferentes: primero, el “instrumento”, espectáculo o arte, materia básica del estudio, es decir “el cine”; segundo, el espacio o lugar donde se analiza su presencia, o sea Cádiz; y, tercero, el ámbito temporal elegido, en este caso, la década correspondiente a los años 50 del pasado siglo.  El lector queda advertido desde el título que el juego del singular con el plural, “el cine”, “los cines”, combina factores diversos que afectan al medio audiovisual, aunque también a sus posibilidades, sociales, culturales, técnicas, o de cualquier otra índole. Por otra parte, el autor justifica debidamente la elección de la citada década como periodo histórico digno de estudio, por cuanto las circunstancias sociopolíticas españolas, motivadas por la férrea dictadura franquista, condicionaban múltiples cuestiones tanto artísticas como asociativas, además de darse en este momento una diversidad de nuevos procedimientos técnicos relativos a la expresión cinematográfica; y ello, sin olvidarse de la aparición del fenómeno televisivo, con la inauguración de Televisión Española, y sus inmediatas consecuencias sobre los públicos cinematográficos.   


Estructura, composición, temáticas

El volumen se abre con una cita del escritor Fernando Quiñones que no es nada gratuita ni oportunista sino adecuada por su contenido y ejemplar por el autor; éste solicita gaditanos cines de verano flotantes que permitan ver una película mientras se cruzan “playas espléndidas, por esa bahía plateada que da gloria verla con la luna”. Acaso, esta ilusión cinematográfica poco tendría que ver con la opinión de su Legionaria, Hortensia Romero, quien afirmaba que, en el cine de verano cercano al muelle, cada vez que pitaba fuerte el barco, ya no te enterabas de la película. En cualquier caso, la presencia de Quiñones en “El cine, los cines y Cádiz. 1950-1961” es de significativa importancia por cuanto en el capítulo dedicado a la crítica cinematográfica de este periodo, el novelista mantenía una sección, “Celuloide al canto”, en la publicación “La voz del Sur”, donde exponía sus puntos de vista sobre los estrenos u otros asuntos dignos de comentario, ya estrictamente locales o referidos al cine en general.

Al tiempo, en “Diario de Cádiz”, firmaba la crítica cinematográfica Donato Millán, un profesional del servicio de aduanas, de ideas liberales, que compatibilizaba su profesión con las tareas periodísticas donde priorizaba la crítica teatral y cinematográfica sobre los asuntos generales, aunque sin perder a estos de vista mediante columna diaria. Garófano establece las limitaciones que Millán podía tener en su tarea: de una parte, la censura política del momento exigida por la férrea dictadura; de otra, las vinculadas a los contratos que el periódico mantenía con las empresas exhibidoras. En cualquier caso, Millán, en opinión del autor del libro, escribía sus comentarios con comedimiento y, sobre todo, con oficio.

Este capítulo, “La crítica cinematográfica”, le sirve al autor para establecer un correlato entre ambos comentaristas/críticos en torno a cada una de las cinematografías habitualmente exhibidas en las pantallas gaditanas. Las abundantes citas referidas a cineastas o a títulos van dando fiel idea de cómo se abordaban unos y otros, bajo qué perspectivas y con qué acogida por parte del espectador gaditano. Previo a este apartado, el autor ha repasado la historia de los locales que entonces daban servicio cinematográfico, de manera que las características arquitectónicas van dando paso al entorno donde estaban situados y a las transformaciones que se fueron sucediendo con el paso del tiempo, así como a los más significativos títulos exhibidos en los mismos, desde el Gran Teatro Falla al Andalucía, o en los llamados “de verano”, desde el pequeño Caleta al impresionante España.

Durante la etapa historiada, se da noticia de qué películas gozaron del entusiasmo del público tomando como medida el número de proyecciones de cada una; así, Lo que el viento se llevó se mantuvo en el Falla 22 días y se proyectó en 47 sesiones; a su vez, la española La estrella de Sierra Morena se ofreció en 39. Motivo de satisfactorio comentario por parte de los críticos estaba en señalar qué películas, nacionales o extranjeras, se habían estrenado antes en Cádiz que en Madrid o, en otras ocasiones, los gaditanos se habían adelantado, en semanas o meses, a otras capitales andaluzas, principalmente Sevilla o Málaga. Circunstancialmente, un determinado hecho social, político o religioso, dotaba de carácter excepcional una proyección; tal fue el caso de La señora de Fátima, exhibida con ocasión de unas jornadas marianas a las que asistieron autoridades eclesiásticas y una tan ingente como devota feligresía.


“Cineclubs”

Otro de los capítulos a los que el autor dedica bastante espacio es a los “cineclubs” (sic). Es este, a día de hoy, un tema bastante olvidado tanto a nivel estatal como regional o autonómico, salvando las excepciones de rigor (tal es el caso de Víctor Amar en su estudio sobre los gaditanos). Puede extrañar al lector que Garófano se remita nada menos que al final de los años 20 para referirse al cineclub de “La Gaceta Literaria”, dirigido por Ernesto Giménez Caballero, y en el que participó buena parte de la intelectualidad del momento, incluyendo, entre otros, a los andaluces Alberti y Lorca; dado que las extensiones de dicha entidad cultural funcionaron en otras capitales de provincia, Cádiz (como Málaga y Granada) solicitó la actividad local de tal entidad y la posibilidad de ver las mismas películas en semejantes sesiones tal como se hacía en Madrid o en otras ciudades del norte; lamentablemente, no hubo suerte en el empeño.

Antes de referirse con todo tipo de detalles a los “cineclubs” gaditanos, el autor hace un recorrido por algunas capitales andaluzas para comprobar el funcionamiento de los mismos, sus vinculaciones a entidades gubernamentales o religiosas, los tipos de programación y su mantenimiento económico. En tal sentido, se mencionan entidades existentes en Córdoba, Granada y Sevilla. La defensa de un cine artístico frente al comercial era batalla común entre ellos, aunque la adquisición de material idóneo para diferenciarse de la sala común fue una dura batalla hasta la creación de la Federación Nacional de Cine-clubs.

En Cádiz, fue el alumnado de la Facultad de Medicina el que inauguró el Cineclub Universitario, el primero en esta ciudad; fecha: 5 de diciembre de 1953; lugar: Teatro Jaime Balmes. Los nombres de los estudiantes Jaime Pérez-Llorca Rodrigo, José María Segovia y Fernando García quedan como fundadores; la conferencia del ateneísta, cinéfilo y coronel de Intendencia Carlos Martel precedió a las proyecciones, tres documentales en color facilitados por diversas embajadas. A partir de aquí, los nombres mencionados y, en especial el Sr. Martel, serán decisivos en la organización y continuidad de los “cineclubs” gaditanos y, muy especialmente, en el denominado “Club Cine Mundo”, dependiente de la revista del mismo nombre, que mantuvo intensa actividad cinematográfica y, en paralelo, intensa actividad social, pues no era infrecuente la celebración de fiestas donde muchos de los invitados eran hombres y mujeres del mundo del cine que, ocasionalmente, estaban rodando en las proximidades de la ciudad.


Americanos, ¡os recibimos con alegría…!

Otros capítulos del volumen se refieren a las películas y proyecciones llevadas a cabo en Cádiz por parte de la Casa Americana en unos momentos en los que a la base de Rota (“de utilización conjunta”) le faltaba poco tiempo para ejercer como bastión incuestionable en la guerra fría mantenida entre Rusia y Estados Unidos. La VI Flota surcando el Mediterráneo fue un novedoso motivo para las imágenes del NO-DO y las proyecciones en locales gaditanos, un modo efectivo de poner al alcance de los espectadores, niños y adultos, el sistema de vida americano. De la misma manera, el autor hace puntuales referencias a la problemática de un específico “cine infantil” y a cómo se resolvía esta cuestión en la cartelera gaditana, no sin olvidarse de ciertos casos en que la picaresca empresarial incumplía las normas dictadas por la superioridad, en tantas ocasiones por la inexistencia de un catálogo adecuado a las necesidades de tales espectadores.


Un oportuno recuerdo a Vassallo Parodi

En el capítulo que cierra el volumen, “Cine educativo y escolar”, el autor hace historia sobre esta temática, remontándose a la etapa republicana y ejemplificando sobre su funcionamiento en épocas posteriores. Es muy de agradecer la información que proporciona sobre José Vassallo Parodi, un diplomado de las primeras promociones del madrileño Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas y autor de un libro, “El cine en la enseñanza” (Cádiz. 1962), que el firmante de esta crónica tiene dedicado por este pionero andaluz de la docencia cinematográfica. El prólogo del historiador Carlos Fernández Cuenca da buena cuenta de la personalidad, bondad e inteligencia cinematográfica de este maestro de profesión a quien cabe el honroso calificativo de Maestro del arte cinematográfico.


En resumen

El libro “El cine, los cines y Cádiz. 1950-1961”, de Rafael Garófano Sánchez, es un nuevo trabajo de este investigador que incide en el devenir de la historia cinematográfica local debidamente contextualizada tanto en el plano político como social, habiendo seleccionado una parcela temporal perteneciente al franquismo en el que se dan cambios tecnológicos que incidirán en el funcionamiento del llamado séptimo arte y cuyo final de ciclo coincidirá con el advenimiento de la Televisión y su progresiva implantación en la sociedad española. La edición, en formato apaisado, se organiza en diez capítulos y se ilustra con abundantísima iconografía en blanco y negro que enriquece el texto del autor. Las erratas y cacografías detectadas no obstaculizan la lectura de una enjundiosa investigación que aporta claves sociales, culturales y cinematográficas de indudable valor para la historia de Cádiz y de los gaditanos.