Enrique Colmena

El reciente éxito del cine vasco en la ceremonia de los Premios Goya, en la que la historia de tintes medievalistas Akelarre (2020), de Pablo Agüero, consiguió cuatro “cabezones”, y el denso drama intergeneracional Ane (2020), de David Pérez Sañudo, otros tres galardones, ha puesto en el escaparate del cine español a este cine que, ciertamente, tiene ya una dilatada trayectoria. Ambas películas se pueden ver ya en las plataformas digitales, a las que llegará de forma inminente otro film euskaldún, el thriller rural Campanadas a muerto (Hil Kanpaiak, 2020), de Imanol Rayo.

Valgan estos ejemplos de actualidad del cine vasco para glosarlo en la serie de artículos que iniciamos con este primero. Lo cierto es que el cine producido en el País Vasco es, junto con el catalán y el andaluz, y en menor medida el gallego, los cines autonómicos más pujantes de la cinematografía española. En esta serie de artículos reseñaremos casi 200 títulos que, sin ánimo exhaustivo, componen ciertamente un variadísimo fresco de una sociedad, la vasca de finales de los últimos cincuenta años, que se ha visto reflejada de muy diversa forma en el cine de largometraje, formato al que limitamos esta mirada sobre el cine vascuence para no hacerlo kilométrico e inabarcable.


Antecedentes

Aunque nos centraremos en este estudio en el cine vasco de la democracia, el que va desde la celebración de las primeras elecciones democráticas en España, en 1977, hasta nuestros días, con anterioridad a esa fecha existieron algunos intentos de hacer cine “a la vasca”, no necesariamente con un carácter identitario, como fue frecuente después en el cine tras la muerte de Franco, pero sí intentando acercarse a la realidad, al contexto, a las raíces vascongadas. Se suele convenir en que Un drama en Bilbao (1923), todavía en la etapa muda, es la primera aproximación a un cine que se incardina en la sociedad vasca, un film dirigido por Alejandro Olavarría, que puso en imágenes un denso dramón muy del gusto de la época, con señorito (del barrio de Neguri, seguro...) atacado por un canalla que lo embosca.

De ese mismo corte fueron otros títulos similares de la época que, localizados en tierras vascas, presentaban algunas características propias de la tierra, aunque podrían haber sido intercambiables con otras películas de su tiempo rodadas en otras zonas de España: títulos como Lolita la huérfana (1924), de Aureliano González, Edurne, modista bilbaína (1924), de Telesforo Gil de Espinar, o El mayorazgo de Basterretxe (1924), de Mauro y Víctor Azcona, entre otros, conformaron un pequeño corpus de cine que intentaba presentar historias implementadas en la sociedad vasca de su época, aunque sus historias fueran, en buena medida, muy universales (también muy elementales), poco locales.

Ya en plena Segunda República, y con un ambiente mucho más favorable a las cuestiones nacionalistas de los diversos pueblos que conforman España, se filma Euzkadi (1933), un documental auspiciado por el Partido Nacionalista Vasco que intentaba llevar a la pantalla las características del alma vasca, en cuatro grandes áreas: paisajes, deportes y folclore, cultura y, claro está, el Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca) del PNV, rodado por el médico-cineasta Teodoro Ernandorena, film que, lamentablemente, se perdió tras la toma de San Sebastián al ser quemado el negativo y las copias por las tropas franquistas.

Con la llegada al poder de Francisco Franco es obvio decir que cualquier aproximación a un cine vasco (o catalán, o andaluz, o gallego...) quedará terminantemente prohibido, en un régimen que optó por la castrante uniformidad, una unicidad puramente artificial de España. Habrá que esperar al ciertamente emblemático 1968 (el año del Mayo Francés, o de la Primavera de Praga, aunque también del primer asesinato planificado de ETA, el del inspector de Policía Melitón Manzanas) para tener noticia de algo parecido a un cine vasco, el documental Ama Lur (Tierra Madre), una extensa recopilación de temas vascos con un tono muy etnicista, desde fiestas populares a deportes puramente vascuences como el levantamiento de piedra, desde tradicionales danzas y cantos folclóricos a miradas retrospectivas a la Historia de Euskadi, un film justamente mítico dirigido por Néstor Basterretxea y Fernando Larruquert, una obra que consiguió, contra viento y marea, el dinero suficiente para ser producido, con técnicas que hoy día llamaríamos de “crowfunding”, logrando ser rodado contra la censura franquista, a la que hubo de hacer algunas concesiones, e incluso se pudo exhibir públicamente en el País Vasco.

Con la muerte de Franco en 1975 se abrirán nuevas expectativas para un cine euskaldún (también para sus homólogos catalán, gallego y andaluz) que pretendemos glosar en esta serie de artículos.


Temas, géneros

Como quizá es evidente, el tema central del cine vasco de la democracia, al menos en sus primeras décadas, fue lo que se suele llamar desde el lado abertzale el “conflicto vasco”, el supuesto conflicto entre Euskadi y el Estado Español, considerando esa tesis que no ya el País Vasco español, sino lo que el imaginario euskaldún llama Euskal Herria (que comprendería las tres provincias vascas, más Navarra, más el territorio gascón francés llamado en euskera Iparralde), sería un sujeto nacional incuestionable que aspira a constituirse en un futuro más o menos próximo como un estado soberano.

Ese llamado “conflicto vasco”, que hunde sus raíces en las Guerras Carlistas, para tomar cuerpo con la creación por Sabino Arana, en el siglo XIX, del Partido Nacionalista Vasco, más conocido por sus siglas PNV (en euskera Eusko Alderdi Jetzalea, en anagrama EAJ), para posteriormente configurarse como un movimiento de resistencia al franquismo desde dentro del PNV, un movimiento que nació en  el perímetro ideológico de la Iglesia vasca, donde el partido seguía siendo fuerte incluso en los tiempos de la dictadura de Franco; ese movimiento juvenil inicialmente creado dentro del PNV derivará, ya fuera del partido, hacia la violencia, con la evolución de jóvenes que se radicalizaron, abrazando la fe marxista (perdón por el aparente oxímoron, que en realidad no es tal...), y se plantearon como vía para obtener la democracia y, sobre todo, la independencia de Euskal Herria, el tránsito a lo que llamaron “la lucha armada” (esa transición está llevada a la pantalla en la serie de Movistar+ La línea invisible, de Mariano Barroso).

Tras el asesinato de Melitón Manzanas (anteriormente, en una acción no planificada, había sido asesinado el guardia civil José Antonio Pardines,), se desencadena una espiral de acción-reacción: declaración del estado de excepción progresivamente en Guipúzcoa, las tres provincias vascongadas y el resto de España, por parte del gobierno franquista, y goteo de asesinatos selectivos por parte de ETA, con hitos históricos como el Proceso de Burgos en 1970, primer macrojuicio sumarísimo del régimen contra acusados de pertenecer a la banda armada, pero también el magnicidio del presidente Carrero Blanco en 1973, que marcará un antes y un después en la guerra entre el estado español y la banda terrorista.

Pues ese “conflicto vasco” ha sido, ciertamente, uno de los temas recurrentes, si no el que más, dentro del cine vasco de la democracia, como seguramente no podía ser de otra forma, dada la enorme incidencia política, sociológica, emocional, humana, incluso económica, que ha tenido, en sus muy diversas perspectivas, ese choque entre una parte de la sociedad vasca y el estado español, primero, hasta 1977, representado por el régimen franquista que disponía de leyes omnímodas que le permitían una actuación cuasi impune, y luego, a partir de 1978, con la promulgación de la Constitución, el estado democrático que tuvo que defenderse de la embestida cada vez más virulenta de ETA, ya reconvertida en ETA militar, tras la escisión de ETA político-militar, los polis-milis que acabaron creando el partido Euskadiko Esquerra, posteriormente integrado en el Partido Socialista de Euskadi.

En contra de lo que pudiera parecer, la mirada del cine vasco de la democracia sobre el llamado “conflicto vasco” dista mucho de ser unívoca: hay, es cierto, una amplia representación del tema del terrorismo etarra, visto desde muy diversas perspectivas, pero también hay una profusa producción que toca temas íntimamente relacionados con ese asunto, como la represión del estado franquista, el antiterrorismo urdido por el estado democrático, las víctimas de ETA y del GAL, el exilio y el retorno, y también la difícil convivencia dentro de la sociedad vasca de las distintas sensibilidades sobre el asunto en cuestión.

En contra también de lo que pudiera parecer, el cine vasco de la democracia no se agota, ni mucho menos, en el tema del “conflicto vasco”, en las diversas formas (y otras) que hemos citado. Aunque en los primeros años su presencia era casi constante en el corpus cinematográfico euskaldún que paulatinamente se iba formando, poco a poco fueron apareciendo otros temas, otros géneros, que fueron conformando una amalgama mucho más variada, mucho más rica, mucho más apropiada para una sociedad avanzada como la que era y es la del País Vasco de finales del siglo XX y principios de este XXI. Así, géneros como la comedia, el drama, el thriller, el fantástico, el histórico, incluso la animación, fueron cultivados con progresivo aumento por parte de las productoras, guionistas y directores vascos, hasta hacer que esta cinematografía sea perfectamente equiparable a las otras punteras del cine autonómico español (vale decir la catalana, la andaluza y la gallega).

En próximos capítulos glosaremos ampliamente este cine vasco de la democracia, deteniéndonos en cada uno de esos temas, desde el “conflicto vasco” con sus muy diversas facetas, hasta el cine de géneros que es, en buena medida, el que da carta de naturaleza a cualquier cinematografía que se precie.

Ilustración: La actriz Patricia López Arnáiz, en una imagen del rodaje de Ane (2020), de David Pérez Sañudo.

Próxima entrega: El cine vasco de la democracia (II). El llamado “conflicto vasco”: El terrorismo etarra.