Serie: La línea invisible

La filmografía, en cine y televisión, sobre el fenómeno ETA y su entorno, no tiene una excesiva presencia en la cinematografía española. El lector interesado puede revisar el artículo que publicamos en CRITICALIA en 18-11-2004 con el título ETA: demasiada sangre para tan poco celuloide. Desde entonces no hay habido tampoco demasiadas aportaciones al tema, aunque ahora, al calor de la (¡por fin!) disolución de la banda armada en 2018, y del gran éxito literario de la novela Patria, de Fernando Aramburu (con serie homónima en curso producida por Alea Media, la productora de Aitor Gabilondo, distribuida mundialmente a través de HBO), el catálogo de productos audiovisuales que habla sobre la organización terrorista que durante 40 años sojuzgó al País Vasco y al resto de España, con más de 800 asesinatos a sus espaldas, decenas de secuestros, miles de extorsionados, y centenares de políticos, periodistas, artistas y profesores obligados a vivir con escolta permanente, parece crecer exponencialmente. A la citada adaptación televisiva de Patria habría que añadir la serie documental ETA, el final del silencio (2019), del periodista irundarra Jon Sistiaga, y también esta serie en clave de ficción, La línea invisible, que aspira a contar ese momento en el que la banda decide empezar a matar, en pos de conseguir su utópico paraíso marxista y vasquista.

La serie, que consta de seis episodios y está ambientada en los años sesenta en el País Vasco, se centra fundamentalmente en dos personajes: uno es Txabi Etxebarrieta, un universitario cuyo hermano José Antonio es uno de los cabecillas de una nueva organización dentro del espectro “abertzale” (patriota, en euskera), que busca nuevas vías de oposición al franquismo distintas a las del Partido Nacionalista Vasco, de posiciones más derechistas y más tradicionales. Las influencias que llegan desde Cuba e Hispanoamérica, por un lado, y de los países de la entonces llamada “órbita soviética”, además de la China maoísta, hacen que un puñado de jóvenes fuertemente ideologizados por el marxismo, generalmente universitarios, aunque no necesariamente, den el paso de fundar una organización que pretendía dar respuesta a la que ellos creen ansia del pueblo euskaldún por su libertad y emancipación del estado español. Txabi, tras la grave enfermedad que sufre su hermano José Antonio, que le deja prácticamente inválido y le impedirá ser el jefe natural del grupo, accede a liderar la que dan en llamar “Euskadi ta askatasuna” (País Vasco y libertad, en euskera); con el apoyo del llamado “El inglés” (un influyente vasco exiliado de desahogada posición social), se convierte en jefe de ETA-V Asamblea, que será la que dará el paso de matar, en nombre de la futura e idílica Euskalherria libre. El otro personaje en el que se centrará la serie será el inspector de Policía Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social de Guipúzcoa, martillo de herejes y torturador de disidentes.

Mariano Barroso es el creador de esta miniserie que intenta acercarse al nacimiento de ETA buscando una aproximación humana a los que estuvieron en la creación del grupo terrorista y, a la vez, presentando extensamente la vida y la obra (por decir algo...) del primer asesinado premeditado de la banda vasca, producido en 1968. Habrá que decir que debe apreciarse este intento de acercamiento desde un punto de vista humano, no desdeñando las relaciones personales, de pareja, conyugales y familiares de los dos protagonistas, el etarra Txabi y el policía Melitón. Pero también habrá que decir que se observa un preferente trato a los del primer grupo con respecto a los del segundo. Así, Txabi es un universitario, un poeta, un soñador que quiere liberar a su pueblo, para lo que incluso renuncia al amor de su vida para no implicarla en su “camino de perfección” (si se nos permite la teresiana expresión); por el contrario, Melitón es una mala bestia, un hombre que, aunque en su hogar con su mujer y su hija parece un padre ejemplar (y con su amante en Bilbao también aparenta ser un hombre razonable, más allá del adulterio que estaba cometiendo en una época en la que no solo era pecado, sino también delito...), en el trabajo es implacable, un tipo al que no le tiembla el pulso para arrancar las confesiones a los detenidos mediante salvajes palizas y brutales torturas. Aunque esto fue así, como sabemos por la Historia, da la impresión de que Barroso toma partido, “sotto voce”, veladamente, por esos “pobres muchachos equivocados”, como llamaba el clero “abertzale” a los militantes de ETA.

Y menos mal que la primera víctima de la banda, víctima imprevista al sobrevenir un control de carretera, el guardia civil de tráfico José Antonio Pardines, se nos presenta como un chico de 25 años que se había ennoviado en el País Vasco, donde estaba destinado, y sin ningún tipo de dato negativo en su contra. Ese primer asesinado no premeditado de ETA hace cierto contrapeso en esta mirada quizá excesivamente complaciente sobre el inicio de un fenómeno que, si en sus inicios tuvo un carácter netamente antifranquista y antifascista, cuando llegó la democracia incrementó aberrantemente su asedio a la sociedad vasca y a la española, hasta un punto ciertamente insoportable. El camino elegido por Barroso es precisamente ese, escudarse, en los créditos finales, en el hecho de que la llamada ETA-Militar de la democracia perdió la supuesta legitimidad que pudiera haber tenido al proseguir desaforadamente la lucha contra un régimen de plenas libertades.

Al margen de esta lectura ciertamente política (ya sabemos que todo en la vida es política, todo gira en torno a cómo nos organizamos, cuál es nuestra visión del mundo, pues no otra cosa es una ideología, cualquier ideología), La línea invisible es una apañada puesta en escena de aquellos años clave que definirían el futuro no solo de Euskadi, sino también de España. Bien ambientada, la serie está narrada con solvencia, si bien es cierto que se aprecia algún llamativo error de casting, como el de adjudicar el personaje del líder etarra Txabi, que debió ser un tipo electrizante y capaz de galvanizar a las gentes con su verbo, al actor catalán Àlex Monner, que nos parece que no da nada el papel: da la impresión de que Monner no sería capaz de dirigir ni la reunión de la comunidad de vecinos de su casa, cuánto menos la incipiente banda terrorista que sojuzgaría durante cuatro decenios la vida vasca y española. Sí nos parece una excelente elección la de Antonio de la Torre para encarnar a Melitón Manzanas: el malagueño consigue un plausible equilibrio entre el padre de familia (y amante adúltero, como hemos visto), en su faceta más humana, con la del marrajo que, en el fondo, era aquel tipo. Del resto nos quedaríamos con el clarividente personaje de Anna Castillo, etarra embarazada y quizá la única que, horrorizada, se da cuenta de la puerta que están a punto de abrir si comienzan a matar. También, desde luego, con la clase actoral y la ambigüedad de Asier Etxeandia en su personaje “El inglés”, un tipo con muchas capas que a buen seguro jugaba a varias barajas en ese ominoso juego que se traían entre manos los futuros matarifes etarras.

Decía Gandhi que “hay muchas causas por las que estoy dispuesto a morir, pero no hay ninguna por la que esté dispuesto a matar”. Se ve que los muy fanáticos e iluminados paleoetarras no eran tan ilustrados como para conocer la lapidaria expresión del gran prohombre hindú; o, si la conocían, les traía al fresco. Queda mucho por filmar sobre el conglomerado ETA y sobre los 40 años (en España últimamente todo se cuenta en períodos de 40 años: el franquismo, el reinado de Juan Carlos...) en los que no solo sembraron el terror en España, sino que nos colocaron más de una vez al borde del abismo. Esperemos que, en el futuro, al menos, se tenga claro quiénes pusieron los muertos y quiénes los asesinos...


La línea invisible - by , Jun 09, 2020
2 / 5 stars
Ninguna causa por la que esté dispuesto a matar