Cerramos esta amplia panorámica sobre el cine vasco de la democracia, que en su conjunto alcanzará los diez capítulos, con un monográfico, que desarrollaremos en dos entregas, sobre el cine de animación vasco, con toda probabilidad el más pujante, en número de títulos y en capacidad económica, de los cines autonómicos españoles.
Si hubiera que resumir el potente cine vasco de animación en cifras y conceptos, tendríamos que hablar de 4 nombres propios que se destacan del resto de autores, y de 3 productoras que reúnen en su seno buena parte del “corpus” cinematográfico euskaldún en el “cartoon”; además veremos cómo hay algunos otros nombres propios, quizá a título de francotiradores, que buscan hacerse también un lugar bajo el sol en la animación del País Vasco. En esta primera entrada del díptico sobre animación hablaremos entonces de los que consideramos los 4 grandes nombres propios del dibujo animado vasco.
Juanba
El precursor del cine de animación euskaldún es, sin duda, Juan Bautista Berasategi, generalmente más conocido simplemente como Juanba Berasategi. El pasaitarra, lamentablemente, falleció en 2017, con solo 66 años. Su corto La estrella de oriente (Ekialdeko izarra, 1977) se considera la primera película de animación vasca hablada en euskera. Tras algunos cortos más, daría el salto al largometraje de animación, campo en el que Berasategi desarrolló una amplia y fructífera carrera a lo largo de 32 años, hasta el mismo año de su muerte. Suya es La calabaza mágica (Kalabaza tripontzia, 1985), primer largometraje de animación vasco, sobre el rico imaginario fantástico euskaldún, con personajes como el “tartalo” (que décadas después reaparecerá en tono siniestro en la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo, llevada al cine en la década de los años diez del siglo XXI), en un producto ciertamente muy rudimentario, con dibujos muy pobres y fondos esquemáticos, a pesar de suponer tres años de duro trabajo para su realización. Se puede decir que el valor del film está en su mera existencia como precursor y pionero del “cartoon” vasco y en su apuesta por un cine de animación hablado en euskera y con elementos propios del folclore tradicional euskaldún.
Berasategi, que en cuestión de dibujos animados era autodidacta, afrontaría su segundo envite en el largometraje con Balleneros (Balearenak, 1991), film inacabado que se vería envuelto en un turbio asunto judicial, cuando un año más tarde se estrenó La leyenda del viento del Norte (Ipar haizearen erronka, 1992), dirigida por Carlos Varela y Maite Ruiz de Austri, siendo denunciada la productora de este film que, según sentencia firme del Tribunal Supremo, había utilizado parte del trabajo de Juanba de la inconclusa Balearenak en provecho de su película, figurando a partir de entonces los tres (Berasategi, Varela y Ruiz de Austri) como coautores del film, una historia ambientada en el siglo XVII con niños protagonistas de San Juan de Luz y de Terranova, una historia protoecologista con ballenas y míticos elementos de la naturaleza, como el Viento del Norte del título.
Un lustro más tarde Juanba Berasategi, con su productora Lotura Films, afronta, en colaboración con la televisión autonómica Canal Sur y la vasca Euskal TeleBista, un ambicioso proyecto, Ahmed, príncipe de la Alhambra (Ahmed, Alhambrako printzea, 1997), aventura arabizante que busca el trazo disneyano y parece influida por el reciente éxito entonces de Aladdin (1992), de la Casa del Ratón, en una historia libremente inspirada en un relato de Washington Irving. Ya en el siglo XXI, tras la positiva experiencia en la adaptación irvingiana, Juanba y su Lotura reinciden con Canal Sur, ETB y los catalanes de Castelao Producciones, en su siguiente proyecto, El embrujo del sur (Alhambrako giltza, 2003), de nuevo sobre un texto del escritor norteamericano, con un dibujo progresivamente de mayor calidad y utilización parcial de tecnologías digitales, y con la curiosidad de que incluía como protagonista de la historia narrada al propio Washington Irving. La colaboración con los coproductores andaluces concluirá con la TV-movie El lazarillo de Tormes (2013), donde Juanba buscó un dibujo personal, estilizado, alejado ya de los cánones disneyanos, buscando un estilo propio.
Su filmografía se completará con dos títulos más, El zorro ladrón (Barriola, San Adriango azeria, 2008), en la que Berasategi vuelve al universo del folclore vasco, con zorros y carboneros, en una historia que apenas tuvo repercusión comercial, a pesar de la evidente calidad del dibujo. Y finalmente la carrera de Juanba se cerrará el mismo año de su defunción con su testamento fílmico, Nur y el templo del dragón (Nur eta herensugearen tenplua, 2017), en el que Berasategi cambia los mitos vascos por los chinos, a vueltas con las leyendas draconianas que volvió a poner de moda Juego de tronos.
Elordi
Juanjo Elordi, vizcaíno, comenzó a hacer animación en la Euskal TeleBista, para después pasar al cine. Su primera película para el cine sería Anjé, la leyenda del Pirineo (Anjé, Gabonetako ipuina, 2002), en el que enfrenta progreso con tradición y telurismo, con la aparición del mítico Olentzero, el equivalente a Papa Noel en las tierras vascas. Inmediatamente Elordi rueda Los balunis en la aventura del fin del mundo (Unibertsolariak Munduaren Ertzaren Bila, 2003), en el que el vizcaíno ensaya con la animación en 3D, el dibujo digital que impuso mundialmente casi un decenio antes Pixar. Sin embargo, la calidad del dibujo infográfico dejó bastante que desear, en una historia de corte muy infantil, con personajillos antropomórficos que buscaban fomentar la colaboración y la amistad. Elordi retoma el tema del mítico carbonero que lleva regalos a los niños en Olentzero y el tronco mágico (Olentzero eta Subilaren Lapurreta, 2005), donde vuelve a explorar el dibujo digital, ahora con mejor fortuna, en una historia de corte navideño que buscaba popularizar la figura del mítico personaje (un humilde carbonero) que legendariamente era portador de regalos para los niños en las fiestas navideñas.
Tras la constitución de su propia productora, Somuga, Juanjo Elordi, con el concurso en la realización de Asisco Urmeneta, ensaya la fórmula del “cartoon” para adultos con La vuelta al mundo ¡gratis! (Munduaren Bira, Doan!, 2009), una especie de versión libérrima de la célebre La vuelta al mundo en ochenta días, de Jules Verne, pero con su personaje central, Loveja, que se propone hacer ese viaje “de válvula”, como decimos en mi tierra, gratis total, con un tipo de dibujo deliberadamente infantil, premeditadamente naif, con una muy remarcada vocación de dos dimensiones y un tono muy esquemático y, sobre todo, muy “destroyer”. De nuevo con Urmeneta en la correalización, Elordi rueda Gartxot (Gartxot, konkista aitzineko konkista, 2011), en un tono muy distinto, manteniendo el dibujo en 2D pero con un trazo mucho más tradicional, ambientando su historia en los tiempos medievales, con un malvado abad de Roncesvalles que maquina contra el bardo de las tierras euskaldunas, en una historia de opresión, represión y liberación.
También con la producción de su casa Somuga, Elordi cierra por ahora su filmografía en cine con Yoko y sus amigos (Yoko eta lagunak, 2015), en el que compartirá la dirección con Íñigo Berasategi y el ruso Rishat Gilmetdinov, en razón a tratarse de una coproducción con el país de las “matrioshkas”, en una historia de dibujos morfológicamente cuadriculados, que recuerdan bastante a Bob Esponja, sobre la amistad y los problemas del nomadismo moderno que imponen las obligaciones laborales paternas. La película daría lugar incluso a una serie televisiva con el mismo título.
Ruiz de Austri
Maite Ruiz de Austri es una cineasta que, aunque nacida en Madrid, se considera alavesa a todos los efectos. Como tal, en su ciudad, Vitoria-Gasteiz, fue animadora cultural hasta pasar a la elaboración de dibujos animados a partir de los años noventa. Estuvo involucrada en la polémica de La leyenda del Viento del Norte (1992), ya comentada en el apartado dedicado a Juanba Berasategi, terminando de dirigir Maite, junto a Carlos Varela, el largometraje que había iniciado Juanba, que finalmente, en los tribunales, logró que se le reconociera la coautoría del mismo junto a los otros dos codirectores. Ya en solitario, en esa misma década, Ruiz de Austri rueda El regreso del Viento del Norte (1996), continuación de la anterior, quizá para quitarse la espinita autoral del fiasco judicial.
Desde finales del siglo XX trabaja en Badajoz con su marido Iñigo de Silva, a través de su productora, la extremeña Extra Producciones Audiovisuales, especializada en “cartoons”, aunque la mayor parte de su producción se distribuye a través de la vasca Barton Films, incluso con títulos y doblaje al euskera en la zona euskalduna, con títulos como ¡Qué vecinos tan animales! (A zer bizilagun animaliak!, 1999), La leyenda del unicornio (Adarbakarraren kondaira, 2001), y El tesoro del rey Midas (Midas erregearen altxorra, 2010).
Rivero
El cuarto gran nombre propio del cine de animación entendemos es el de Pedro Rivero, quizá no tanto por lo amplio de su filmografía, dos largometrajes y un corto, como por su evidente calidad. Así, el bilbaíno es el autor de una extrañísima película de animación para adultos, La crisis carnívora (2007), con un dibujo deliberadamente sucio y zarrapastroso, voluntariamente nihilista y absolutamente desinhibida, como si George Orwell hubiera escrito Rebelión en la granja bajo los efectos de psicotrópicos.
Años más tarde Rivero vuelve a la dirección, ahora con la colaboración del gallego Alberto Vázquez (autor, a su vez, del cómic original), en una ambiciosa coproducción hispano-japonesa-norteamericana, Psiconautas, los niños olvidados (Psikonautak, ume ahaztuak, 2015), una historia muy pesimista sobre el incierto futuro del mundo, con un dibujo que nos parece influido por el cine siniestro de Tim Burton, un film muy especial y distinto que se llevó, con razón, todos los premios habidos y por haber.
Ilustración: Una imagen de Psiconautas, los niños olvidados (2015), de Pedro Rivero y Alberto Vázquez.
Próximo capítulo: El cine vasco de la democracia (y X). El cine de animación: las productoras. Varianda