Enrique Colmena
Sobre la ceremonia de entrega de los Oscar relativos a 2009 (celebrada en este 2010, como es obvio) se ha subrayado con grandes titulares que, por primera vez, una mujer gana el Premio a la Mejor Dirección, efeméride ciertamente notable, por cuanto en los ochenta y dos años de existencia de los galardones más importantes (desde el punto de vista industrial) del cine, jamás una doña había conseguido tal honor, que ha correspondido a Kathryn Bigelow.
Como siempre hay un roto para un descosido, ha habido algún despistado que ha hecho hincapié en que el primer Oscar para una mujer ha sido conseguido con un tema “masculino”, concretamente el de la guerra, y aún más particularmente el del conflicto iraquí, con la estimulante “En tierra hostil”. Pero vamos a ver, alma de cántaro, ¿no quedamos en las huestes progres a las que supuestamente perteneces, que no hay temas femeninos ni temas masculinos, sino que hay directores, varones o mujeres, que ponen en escena temáticas diversas, sin atenerse a cuota de sexos? ¿O es que “Sentido y sensibilidad”, de Ang Lee, no es muy “femenina”, siendo un varón el que la dirigió? ¿O es que la muy violenta película de acción “El pacificador” no está perpetrada bajo la batuta de Mimi Leder, fémina ella? No hay, pues, temáticas que tengan que ser realizadas por hombres o mujeres, pues ambos sexos tienen sobradamente demostrado que se mueven con facilidad en cualquier género y tema. Otra cosa será que, después, el público, como está empíricamente demostrado, tenga especial sensibilidad por determinados temas en función a su sexo, y eso está fuera de duda. Pero un director puede hacer cualquier película sin ajustarse a una temática determinada según lo que tenga entre las piernas.
Me alegro sinceramente del Oscar a Bigelow, aunque es obvio que no es una gran directora; al menos no una directora “artista” o “creativa”. Pero sí es una notable profesional que sabe dirigir con pulso firme y gran capacidad narrativa, cualidades ambas que, como es sabido, hoy no se prodigan en Hollywood y en las colonias.
Pero hay un segundo gran titular de los Oscar de este año en el que, curiosamente, la mayor parte de los medios no han reparado: por primera vez se conceden los Premios mayores (hablamos de Mejor Película, Dirección y Guión Original) a un filme cuyo tema no es otro que la guerra de Iraq. La cuestión no es baladí, pues el cine norteamericano suele tardar bastante en entrar en materia en aquellos asuntos espinosos de su historia; recuérdese, sin ir más lejos, que sobre la Guerra del Vietnam no empezó a rodarse filmes que tocaban el tema hasta 1979 (véanse “El regreso” y “El cazador”), seis años después de la retirada “por piernas” del Ejército yanqui. En el caso de la (segunda) guerra de Iraq, aparentemente se ganó, si bien el tiempo ha venido a demostrar que aquel disparate sólo sirvió para hundir a un país, para que murieran decenas de miles de seres humanos (iraquíes, pero también norteamericanos, británicos y de otras nacionalidades aliadas, españoles incluidos: recuérdense los siete espías de nuestro país abatidos y vejados en el país del Tigris y el Eúfrates) y para que alguna gente muy rica se haya hecho más rica aún con el petróleo de aquel torturado territorio donde, según la Biblia, una vez estuvo el Paraíso.
Vietnam no salió del armario, en cine, hasta 1986, cuando “Platoon” ganó el Premio a la Mejor Película. Es cierto que “El cazador” había ganado ya ese mismo premio en 1979, pero ésta realmente trataba sobre las consecuencias de la guerra, más que sobre la guerra en sí misma. “Platoon”, sin embargo, entraba a saco en el conflicto y plasmaba con gran realismo escenas bélicas de aquel sangriento frente asiático. Como ahora “En tierra hostil”, seis años después de que Estados Unidos y sus aliados ganaran una guerra cuyo resultado estaba cantado desde antes de iniciarse, y cuya postguerra se ha revelado como la más desastrosa de las que haya gestionado el poderosísimo Ejército USA. Es cierto que ya se habían hecho otras aportaciones a la temática bélica de la guerra de Iraq, como “Redacted”, de Brian de Palma, “La batalla de Hadiza”, de Nick Broomfield, o “Green Zone” (en cartel cuando se escribe este artículo), de Paul Greengrass, pero sólo la oscarización del filme de Bigelow le da relevancia multitudinaria a la temática.
En cuanto al resto de los galardones de la Academia, parecía justo que la industria reconociera la fortaleza de “Avatar” con tres premios, aunque fueran de pedrea. Los galardones a los intérpretes, en general, parecen muy justos: Jeff Bridges está de dulce en “Corazón rebelde”, y quizá sólo Morgan Freeman por su esforzado personaje de Mandela en “Invictus” podría haberle hecho sombra; entre las féminas, el premio a Sandra Bullock, cuyas limitaciones artísticas son conocidas, parece excesivo, sobre todo existiendo interpretaciones tan potentes como la de la joven Gabourey Sidibe en la tremenda “Precious”. En los Premios al Mejor Actor y Actriz Secundarios el acierto ha sido total: el austríaco Christoph Waltz es lo mejor de “Malditos bastardos”, en un personaje de villano de magistral creación; y Mo’Nique consigue la rara proeza de hacer humano un personaje abominable en la mentada “Precious”.
Del resto de premios cabría destacar el que se llevó “El secreto de sus ojos”, único galardón de origen hispano (es una coproducción entre Argentina y España, aunque era el primero de estos países quien lo presentaba y para quien, por tanto, fue el éxito), que tuvo que lidiar con pesos pesados como “La cinta blanca”, de Haneke, y “Un profeta”, de Audiard.
En definitiva, esta edición de los Premios de la Academia se recordará por ser la primera en ochenta y dos años en la que el tío Oscar, figuradamente, se vistió de falda, por galardonar a una mujer como mejor directora, y además sacó del armario (en su acepción de hacer visible) la guerra de Iraq. No está mal para una institución, la Academia de Hollywood, que es como un elefante artrítico, y tiene que pedir permiso a una pata para poder mover la otra…