Más allá de sus múltiples facetas como cineasta, actor, director, guionista, Fernando Fernán-Gómez es autor literario ejercitado en diversos géneros, principalmente en el teatro, aunque también en la novela, así como en una variante de la prosa que lo mismo encajaría como libro de memorias que como narrativa personal. “Las bicicletas son para el verano”, “El tiempo amarillo” y “El vendedor de naranjas”, serían tres ejemplos muy personales de quehacer literario donde las experiencias vitales y profesionales han quedado excelentemente registradas.
La elección del último título mencionado lo justificamos porque el tema de la misma está referido a la cinematografía española y representa una acerba narración del funcionamiento de su industria en la década de los cincuenta del pasado siglo XX. Al final del volumen el autor la fecha en el Madrid de 1956; desde entonces, ha tenido varias ediciones en distintas editoriales; a pesar de ello, no es título ni conocido ni popular de tan conocido y popular cineasta; incluso las monografías y libros dedicados al conjunto de su obra reparan sólo ocasionalmente en ella y, quienes lo hacen, no dejan de considerarla una pieza menor en comparación con su otra literatura. No es que falte razón en ello, pero la industria cinematográfica hispana como materia literaria, con su jungla de personas y personajes, ha tenido escasa consideración antes de la publicación de la pieza de Fernán-Gómez si exceptuamos la barojiana “Cinematógrafo”, de Andrés Carranque de Ríos, editada en 1936, poco antes de la muerte de su autor.
La experiencia artística del novelista
¿Cuál era la experiencia cinematográfica de Fernán-Gómez antes de esa fecha, 1956, en el cine patrio? ¿Dónde están las bases en las que se sustenta y apoya “El vendedor de naranjas”?
Como actor de la pantalla ya era una celebridad y como director de cine comenzaba una carrera cuyas vetas neorrealistas tenían rúbrica propia, fundamentalmente por estar basadas en un bagaje literario y cultural de amplio espectro donde las sutiles influencias del esperpento se aliaban con lo más granado de lo arnichesco; y todo ello, combinado con la experiencia de una vida personal que conjugaba lo profesional con lo lúdico.
Títulos como Botón de ancla, de Torrado, La sirena negra, de Serrano de Osma, El último caballo, de Neville, o Esa pareja feliz, de Bardem/Berlanga, cimentaban la popularidad de ese actor delgaducho y rubiales del que “los entendidos” aseguraban que era licenciado en Filosofía y Letras.
De otra parte, su interés por dirigir se había hecho realidad en 1953, con el título Manicomio (1953) y la codirección de Luis María Delgado, un popurrí de cuentos donde se daban la mano Edgar Allan Poe con Ramón Gómez de la Serna y Alexander Kuprin con Leonidas Andreiev. Esta, al igual que el siguiente film, El mensaje (1953), estaban producidas por Helenia Films, la empresa que el propio Fernán-Gómez había creado con sus personales ahorros, para llevar a término sus deseos de situarse detrás de la cámara, ahora con un guion anteriormente escrito, situado cronológicamente en la Guerra de la Independencia, pero muy lejos de las visiones patrióticas de películas similares. El crédito sindical pasó de largo sobre este título y la productora del director asumió el coste de la modesta producción. Ya en 1955, Eduardo Manzanos, por medio de su firma “Unión Films”, produciría la adaptación que Fernán-Gómez y Manuel Suárez Caso efectuaron de la novela de Wenceslao Fernández Flórez, “El malvado Carabel”, que dirigió e interpretó el propio actor. Con el mismo título de la novela, el film El malvado Carabel fue estrenado el 15 de octubre de 1956 en los cines madrileños. Este mismo año se termina de escribir “El vendedor de naranjas”. Con estas películas y esta novela, Fernán-Gómez pone prólogo a una carrera cinematográfica, cuyos títulos, ya absolutamente personales, son La vida por delante y La vida alrededor. No pretendemos decir que la novelita de nuestro autor remita a experiencias vividas en las etapas profesionales señaladas, aunque tampoco se podrá negar que ciertas situaciones y concretos personajes no estén tomados de la vida real y de la experiencia del cineasta, sometidos luego a los procedimientos literarios oportunos y al distanciado retrato necesario en cada momento.
Tramas de la novela y principales personajes
El punto de partida es una reunión de “productores cinematográficos” que reciben a un “guionista” para ofrecerle un encargo profesional. La empresa se denomina “Pumica Films” y como buen acrónimo responde a las iniciales de los apellidos de Puche, Miró y Castro, un trío que se considera productor cinematográfico y a quienes se une Ortega, de oficio “director de cine”. El arranque de la situación se produce con la llegada de Lafuente, el guionista reclamado por la empresa para efectuar determinados cambios en un guion próximo a rodarse. Para completar el conjunto está el actor Julián Cortés, protagonista de la película “La voz íntima”, el proyecto inmediato de esta productora, al tiempo, la persona más lúcida del grupo y conocedor del “historial” de cada uno, donde no faltan ni chanchullos ni miserias.
El recién llegado Lafuente, ignorante del “funcionamiento” de la “productora”, acepta el encargo de modificar el guion, sin tener conocimiento previo de la novela como tampoco de la adaptación que, anteriormente, otros han ido “reestructurando” según conveniencia (en modo alguno cinematográficas) de la producción. Este “guionista” está crudo en experiencias empresariales vinculadas al “séptimo arte”, mientras que Castro, el productor, arribista consumado, es buen conocedor de los “modus vivendi” cercanos a la ilegalidad y la inmoralidad.
Buena parte de la novela la construye el autor sobre las conversaciones de estos dos personajes, Castro y Lafuente, donde un recuerdo común les anima a la mutua confianza (el valenciano Castro, antaño, iba a vender su camión de naranjas a Madrid; Lafuente, un jovenzuelo entonces, se deleitaba con aquellos vendedores y consideraba su actuación como un oficio bonito que estaba dispuesto a seguir…) pero, sobre todo, a conseguir sus propósitos económicos que, naturalmente, son distantes en la cantidad y éticamente incompatibles en el modo de obtenerlos. En estas circunstancias pretenden filmar “La voz íntima”; la reorganización económica de la empresa recae en el naranjero Castro de modo que, tras el encarcelamiento de Puche, se oyen en la productora conversaciones de este tenor: “…a ver si ustedes, los nuevos, consiguen limpiar esto de granujas” o “¿así conseguiremos que el capital español venga al cine?”
El cine español en evidencia
El estado y funcionamiento del cine español se pone en evidencia no sólo en las conversaciones entre socios e interesados, sino en las apostillas que el propio autor deja caer en concretas ocasiones de forma directa o indirecta. Castro no se considera tan lila como para meter su dinero “en un tinglado tan sucio como éste”. Y quiénes sean sus socios los dan conocer poco a poco: los curas… los maristas… aunque, después del desastre de Pumicas, productora católica, se va a especializar en cine religioso y se llamará Producciones Gólgota (ya que Tabernáculo Films ha caído en desgracia con el episcopado). Se comenzará con tres guiones, uno de los cuales será sobre el “venerable padre Champagnat para que lo interprete Vittorio de Sica”. Castro y los demás, desde que los maristas decidieron intervenir, estaban tranquilísimos… aunque lamentándose de que un Lorca, un Baroja, incluso un Cela, no hubiera dedicado tiempo a escribir argumentos útiles para películas religiosas…
Cada uno pensaba en su casa, en su familia, aunque de formas y maneras distintas. A Lafuente, ante las dificultades para resolver el cobro de sus honorarios, se le venía a la cabeza sus experiencias en la División Azul, donde un puesto de ametralladoras estaba bajo sus órdenes. Castro, añorando a su esposa… pero ejerciendo activamente en el cabaret con “La gatito”, “La virgen de hielo”, “Mati, la sevillana”. Al tiempo, muy pendiente de que pronto la película será clasificada y los empleados del gobierno, con sus decisiones, los harán millonarios o los arruinarán… Una posibilidad de darle otro nombre al dinero, además del “invertido”, del “circulante”, del “de bolsillo”. Una variante de estos se los había proporcionado Encarna, una valenciana, a la que Castro llamaba en su carta “querida Capullito”, y ella, en respuesta epistolar, se dirigía a él como “Chatín de mi vida”. La rentista (además de otros adjetivos posibles) había procurado buenos dineros a su “amigo” en distintas ocasiones y estaba dispuesta a seguir haciéndolo cuando él saliera de “eso del cine”.
Antes de que la Administración se pronunciara, a Lafuente, unos y otros le decían: “A mí me parece que tú esa película no la cobras”. Lo repetía su mujer y no se privaron de decírselo los amigos del Café Gijón. La verdad es que habían pasado siete meses desde que firmó el contrato y cinco desde la entrega del encargo. A la Junta de Clasificación la película les pareció “demasiado barata”, y en cuanto a calidades artísticas, no pasó de “regular”. Entre esto y aquello, Castro recogió poquísimo dinero y ese poco se lo llevó el Sindicato del Espectáculo para compensar el crédito concedido. Sin embargo, todavía se excusaba: “Yo habría podido recurrir a los maristas, pero ya sabe usted cómo son para los negocios: unos águilas”. Y para el estreno hubo que esperar unos meses porque los “cines estaban sojuzgados por empresas americanas que les obligaban a estrenar películas de John Ford, de Elia Kazan, de Gary Cooper, de Marilyn Monroe, de Spencer Tracy, en vez de películas españolas”.
Para rematar “el currículum” del “productor”, conoceremos unos informes privados que ofrecen detallada cuenta de la vida y milagros del tal Castro; en algunos párrafos podía leerse: “vida viciosa y disipada, embaucador y mentiroso; difundió la especie de que los Hermanos Maristas financiaban la película; lo único que les unía a ellos es haber cursado estudios de bachillerato en su colegio de Valencia”. Por su parte, Lafuente, cumplido su papel como guionista en “La voz íntima” (aunque sin haber cobrado una peseta), se especializó, literariamente hablando y de común acuerdo con su mujer, en “los bajos fondos”, a fin de gastar poco… o nada.
Dos apostillas en beneficio de novela y novelista
1.- La sabiduría histórica del crítico Juan Cobos nos hizo saber que en los capítulos inéditos de la novela “Mister Arkadin”, de Orson Welles, el protagonista le explica a un director de cine que en Inglaterra y Estados Unidos, cuando comienza el rodaje de una película, el dinero del presupuesto ya está ingresado en un banco; por el contrario, en la mayor parte de los países europeos, la actividad se inicia con la financiación adecuada a una quincena, más o menos; luego, se buscará el dinero en recónditos lugares o en los bolsillos de usureros con prestigio y el film se terminará… o no. En la película de Welles, durante una fiesta, “el financiero de turbio pasado” explica que una rama de sus propios negocios consiste en “avalar” a numerosas películas europeas, paradas en su producción por falta de liquidez; no necesita asegurarle que es la suya una empresa muy lucrativa…
2.- En el propio cine español de finales del mudo y comienzos del sonoro, se dio el nombre de “caimán” a todo inexperto director que, ante la falta de dinero para el rodaje de su guion, clavaba sus fauces sobre todo posible capitalista que se dejara embaucar ante tan novedosa industria como parecía ser el cinematógrafo de aquellos tiempos. Florentino Hernández Girbal, ilustre periodista y defensor de nuestro cine como pocos, escribió sobre “caimanes” y “caimanías” con conocimiento de causa, pero, sobre todo, con cierto tono humorístico sobre “el saurio” y sus víctimas en un punto semejante a como, años después, lo haría Fernán-Gómez con el naranjero y sus secuaces, inocentes o culpables. En el artículo “Hay que cerrar el paso a los caimanes”, el escritor cinematográfico nombrado arremete contra semejante plaga y, al tiempo, se lamenta de los infelices capitalistas, “sastre, tratante en granos, médico, arquitecto, simple señorito adinerado”, que caían bajo las funestas fauces del caimán… La “caimanía” ha hecho “de la adulación, su oficio; de la envidia, su manto, de la intriga, su arma y de la vanidad, su gloria”. Combinaron la inmoralidad del peor capitalismo con la absoluta ignorancia sobre la mejor cinematografía.
Ilustración: Portada de la novela “El vendedor de naranjas”.