Rafael Utrera Macías

Continuamos en este tercer capítulo analizando y comentando las características temáticas y estilísticas de la novela “Raza”, escrita por Francisco Franco bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade, base literaria de la película homónima.


El Movimiento Nacional o Alzamiento

La sublevación militar contra la República recibirá los nombres de “Movimiento” (Nacional) y “Alzamiento”, y así será denominada por Jaime de Andrade pero como al tiempo implica también una defensa a ultranza de la religión católica y de cuantos profesan su fe, religiosos y seglares, este levantamiento deja de ser sólo una cuestión bélica para adquirir características de “Cruzada”, es decir, de lucha contra los “infieles”, comunistas o abanderados del mismo en sus distintas variantes, además de liberales, masones, judíos y “demás ralea” (en frase hecha de la época).

A las órdenes del General Franco se produce “... un alzamiento de las tropas de Marruecos” que de inmediato se extiende “a Cádiz y Sevilla”; estas “tropas nacionales” formadas por “compañías sueltas” entran en las poblaciones dominadas “con ese aire tolerante de los triunfadores”; estos almogávares de 1936 mantienen las esencias patrias que desde siempre les caracterizaron, lo que permite al militar Anglada recriminarle al enemigo incurrir en el error ya cometido “antes del Movimiento: considerar estas virtudes que fueron y son generales”. Llegado 1939, la “Cruzada ha triunfado”; Roma, a sabiendas del sacrificio ejercido, bendice a los nuevos mártires que, como “los antiguos”, mueren “cantando a nuestro Dios y perdonando a sus enemigos” y Madrid se viste de gala “por primera vez después de la Cruzada”.

Las acciones bélicas llevadas a cabo en frentes y ciudades han tenido otros combatientes además de las “tropas nacionales”: voluntarios hispanoamericanos (como los González, padre e hijos), falangistas y requetés; nada se dice de los batallones italianos y de las fuerzas alemanas. El ejército tendrá el principal protagonismo en la sucesión de los hechos mientras que el mencionado partido político, brazo derecho de los rebeldes, quedará, narrativamente hablando, en un segundo plano donde el atuendo y la indumentaria, a modo de nota colorista, destaca por encima de las actuaciones tanto en el frente como en la calle; así, “los soldados falangistas saludan”; esos soldados del Requeté junto a los de la Falange, “con boina y con camisa azul van y vienen entre las tiendas...” en el frente de Vitoria.


La barbarie roja; los marimachos; las Brigadas Internacionales

Frente a ellos y contra ellos, civiles y militares “rojos” junto a brigadistas internacionales en defensa de la República y contra el fascismo aniquilador. Obviamente estos personajes están vistos y descritos bajo el prisma ideológico “nacional”; por ello, los milicianos rojos se presentan “despechugados y sucios” y en “bárbara y soez algarabía”, José no puede sino mirar “con desprecio a aquella turba” y quedarse estupefacto con “los gritos e improperios de furias y marimachos”. Si la referencia es a una entidad oficial, sea el Estado Mayor de Bilbao, sea la habitación de un sanatorio, las botellas y colillas por el suelo están a tono con las gentes “desharrapadas, en mangas de camisa...”.

Rojo es el adjetivo predominante para calificar al variado enemigo, en singular o plural, a las diversas situaciones, a las tropas republicanas: “las últimas horas del dominio rojo” son también las últimas del “cabecilla rojo de Bilbao”, de la “ola de crímenes de las hordas rojas...”, de “la barbarie roja”, que ha volado los “hermosos puentes sobre la ría, ilusiones y trabajo de varias generaciones...” y que se retiran derrotados “en desfile desordenado... en su rostro el terror de los vencidos...”. Las Brigadas Internacionales se muestran derrotadas, allá en el Pingarrón, donde, según el ayudante del General, “quedaron desechas” y, según el capitán Anglada, se le está prestando un buen servicio a Europa “purgándola de los indeseables de todas las revoluciones” porque, según dicen, son “lo más duro e indeseable del hampa europea”.


Didactismo e Historia

Más allá de estas singularidades, “Raza” contiene abundantes factores donde el didactismo y la historia, personal o general, se combinan a gusto del “escritor” y en ocasiones con tal proliferación de nombres que deja corto a un manual o libro con fines docentes (no en balde, Sáenz de Heredia, el director de la película homónima, al plantear el guion dijo que eliminaría de él cuanto se pudiera encontrar en el Espasa; claro que aún no sabía quién era el autor del mismo); así, las “glorias de la marina española” le llevan al autor varias páginas que se inician con los fenicios y acaban con los Churruca; atención merecen cartagineses y arábigo-andaluces, catalanes y castellanos; diversos nombres propios aparecen precisados: Roger de Flor (caudillo de los almogávares), Colón, Magallanes, Cortés, Pizarro, además de la Armada Invencible junto a navíos como el “San Juan Nepomuceno” o el “Trafalgar”.

Lo mismo le ocurre al personaje principal, José, que suspira por ejercer la docencia y, al tiempo, poner en duda a quienes por profesión la ejercen: “Si algún día la suerte me depara enseñar a una juventud esto será lo que yo he de inculcarles. Ayudarles a formar su carácter. ¿Qué saben hoy de nosotros nuestros profesores?”. Y, siguiendo el ejemplo ocurrido a un antiguo cadete, aconseja escribir cien veces aquello que, por su ejemplaridad, no debe olvidarse. La academia militar y sus procedimientos han forjado soldados ocasionalmente convertidos en héroes, y Toledo, donde está ubicada, le permite repasar los nombres que la Historia ha hecho legendarios: Recaredo, Berenguela, Blanca de Borbón, Alfonso VI, El Cid, y hasta el mismísimo Cervantes quien, según José, “presidió nuestra lucha” por lo que en cierta ocasión compró hasta seis ejemplares de “La ilustre fregona” para regalar a sus compañeros, en “homenaje al gran” autor.


El concepto sobre la mujer

Las mujeres antes referidas están relacionadas con sus esposos (Alfonso VI, Pedro I) mientras que otras, Doña María de Padilla o Doña María Pacheco, quedan mencionadas, dada su anómala conducta, como la que mantuvo “amores impuros”, la primera, y a quien “las aguas del Tajo le ofrecieron protección para su huida”, la segunda. Tales referencias se efectúan bajo precisos matices que implican una específica concepción sobre la mujer, su situación social, su dependencia del hombre, etc.; así puede leerse: “las galerías, colgadas de tapices y viejos terciopelos, se adornan con la presencia de centenares de muchachas”; las que prestan servicio a su causa son “esas buenas mujeres de nuestro pueblo, todo corazón y espontaneidad”, como la hermana de Tano, mientras que las milicianas del bando contrario son tildadas de “marimachos” que saquean a los pacíficos transeúntes.

Y si es Pilar Bustamante, la falangista huida del Madrid rojo, sacrificó su cabello “haciendo de muchacho” para pasar desapercibida; ya en el frente “nacional”, el militar de turno da la orden para que le faciliten ropa adecuada, porque estará deseando “recuperar su feminidad”. Y a Isabel, quien en frase coloquial expresa “¡Qué tonta somos las mujeres!”, el doctor Gómez le dice: “Cuando se está en la reserva, mi querida señora, no se combate; eso queda para nosotros, a quienes corresponde por sexo y edad”. Y en línea semejante de pensamiento, José se explica: “... lo razono como una sensibilidad femenina ante la muerte fría del mártir de una causa amada”.


La Universidad. El Ateneo

Ya hemos dicho que los profesores no tienen buena consideración en la novela. El propio José se interroga sobre el conocimiento que estos tienen de los jóvenes, incluidos los docentes de la Academia. Y Pardo, el compañero y amigo de Churruca, no sabe de qué sorprenderse más, si de la “infamia de los profesores”, de la “conformidad de la juventud”, o del Ateneo, en el que “buenas cosas se cuecen”; al igual que Isabel, la madre, resignada a ver a su hijo ingresar en la Universidad, donde, según su marido, “venía fomentándose la decadencia de España”. Dos entidades severamente enjuiciadas.


Aspectos estilísticos

Distintos tipos de lenguaje se presentan en la novela. El epistolar se pone de manifiesto en dos ocasiones principales: en la carta del General Moscardó a José Churruca y en la firmada por Marisol dirigida a Isabel mientras que los titulares periodísticos tienen acomodo en el texto narrativo tal como en cita textual se indica: “Los Estados Unidos culpan a España de la voladura del Maine”, “Grandes manifestaciones en Nueva York”, “Barcos norteamericanos salen para las Antillas”, “Nuestra Patria, calumniada”. Nótese las connotaciones negativas que acompañan a tales titulares; la prensa, junto a esas sociedades mencionadas (Ateneo, Universidad) no son bien vistas por el autor.

Los usos populares entre los franquistas se aprecian en frases como “mucho hule” por el Pingarrón, “canela fina”, en referencia al Tercio de Montejurra, “buena solera” para aludir al segundo de Flandes; se usan despectivamente “masón” y “mambís” e “insurrecto” cuando se aplica a las colonias sudamericanas sublevadas; de la misma manera se utilizan términos como “enano”, “populacho” o “turba”. Y en boca de los milicianos, deformaciones lingüísticas como “atontaos”, “semos”, “so idiota”.

El lenguaje pueblerino o popular permite al autor aludir al “tonillo” propio de la tierra gallega, tal como se expresa Caroliña, quien viste el “típico traje campesino” y pronuncia “señurita” o “mestra” mientras que con la jerga marinera hace un guiño al lector para aludir al giro de las velas que “bracean las del palo trinquete hasta flamear y, al fachear...”.

El uso del adjetivo tiende a mostrarse antecediendo al sustantivo tal como lo hace para referirse al “severo pórtico”, “la carcomida piedra”, “el viejo escudo”, “la verde pradera”, “la señorial mansión”, todo ello en el mismo párrafo dedicado a describir el pazo de los Andrade. En este paraje y en otros semejantes, los elementos visuales acogen a los puramente auditivos de manera que el espectador atento puede oír tanto el “chirriar de cigarras” como “el quejido de un carro”, el “tañido de la campana” y los “pasos precipitados” de las zuecas y del mismo modo el olfato permite saber que “huele a campo” o que “el mar perfuma el aire”.

El término “burgués”, al margen de su distancia respecto a “aristócrata” y en contraposición a proletario, tiene habitualmente el valor de la acepción carente de afanes espirituales o elevados, materialistas en suma, tal como se comprueba en los sintagmas “le han tocado tiempos burgueses” que la señora Churruca lanza al señor Echeverría, el invitado a la boda de su sobrino a quien ayuda económicamente porque la profesión de militar no da para mucho, según él mismo comenta; será la “masa burguesa” la que contemple el “sacrílego incendio” con indiferencia.

Las metáforas suelen ser elementales en su construcción, sencillas en la relación entre sus términos; así, el “sol de fuego” se levanta en el horizonte “dorando el paisaje” y se convierte en “disco de fuego” cuando se sumerge en el mar mientras los aviones “roncan en el aire” y la ría se presenta como una “superficie de raso”; las aguas se convierten en “surtidor de espumas” y las olas ”levantan surtidores de espuma”; los cabellos son “hebras de plata” y las inquietudes se presentan como “una madeja”.

Recursos propios de la novela parecen estar especialmente utilizados en sus funciones de guion entendidas como observaciones o acotaciones, según se observa en expresiones explicativas o definidoras de situaciones, movimientos, acciones: “saltando y palmoteando”, “inclinándose un poco y poniendo las manos sobre los muslos en ademán admirativo”, “...enseñándole el pájaro que mantiene en su mano, atado por una pata...”.

Los factores temporales vienen expresados por las cifras correspondientes tal como “estamos … en el año 1897”, “han pasado cuatro meses desde la partida de su esposo”, “...doce años han transcurrido desde la muerte de Pedro...”; “...entramos en la primavera del 1936...”; también por adverbios que suelen repetirse al encontrar cómodo su funcionamiento o por utilizar estructuras semejantes: “...mientras esta escena tiene lugar...”, “...mientras esto sucede...”; el general de Marina “se enjuga furtivamente una lágrima” al igual que Isabel “furtivamente se seca una lágrima”.

La retórica del escritor le hace usar en paralelo los estados de ánimo de los personajes con el sabio comportamiento de la naturaleza; así, la despedida del marino Churruca, acaso sabiendo que ya no volverá más a su tierra, lo describe el autor de este modo: “El desfile hacia el puerto es triste y penoso; la lluvia ha convertido los caminos en un barrizal, y los vientos del norte agitan un mar plomizo”: del mismo modo, cuando la familia abandona el pazo se nos dice: “Un frío viento norteño desnuda los árboles añosos del jardín cuando Isabel abandona, con sus hijos, el viejo solar”.

Ocasionalmente se establece relación entre elementos temporales y moralidad de las personas: “Son esas horas primeras de la mañana, durante las que sólo discurren por las vías las gentes trabajadoras”; y esta contestación: “--De noche, no, señor. En este barrio peligraría. Muy temprano, que es cuando circulan las gentes trabajadoras”.

Las repeticiones y cacofonías suelen darse con alguna frecuencia en un texto que carece del pulimiento literario necesario por cuanto se trata de un novelista ocasional: “se detiene al lado de una pequeña casa, en la que un pequeño banderín señala...”; “...él era muy minucioso... se hizo una minuciosa descubierta...”; “...algunos jefes... en algunos momentos...”; “...una casa... con una placa con el rótulo...”.

De la misma manera, una catarata de gerundios puede inundar un largo párrafo que no ha encontrado un signo separador para amortiguar el elemental barroquismo sintáctico: “...batiendo los emplazamientos..., extendiéndose hacia la ciudad..., sumiéndola en una densísima..., contribuyendo a...”

El eufemismo, término, frase, oración, le sirve para ocultar hechos negativos referidos a la persona; ya hemos mencionado la descripción utilizada para con Doña María Pacheco; de la misma manera, la cobarde huida del Capitán Echeverría queda redactada así: “Paradas y sobresaltos, acostado sobre el suelo encharcado, presiden la lucha... contra el destino trágico...”.


Síntesis

“Raza”, más allá de su valoración literaria, es un texto insólito por cuanto ningún jefe de estado o de gobierno, en pleno ejercicio de su autoridad, ha justificado su victoria por medio de una ficción donde, además, él mismo está visiblemente representado; menos aún que la novela sea mero elemento provisional pues está destinada a convertirse en documento cinematográfico que, al tiempo, se ofrece como paradigma ejemplar en el duro contexto social de un estado obligadamente autárquico.

Este primerizo trabajo literario, entre sublimaciones argumentales e idealizaciones de personajes, establece, por medio de la ficción y con evidente huida de una realidad nociva para su honor, las líneas dramáticas propias de su “compromiso moral” según los conceptos de patria, nación, lealtad, etc., los cuales sustentan las bases de su personal ideograma vital. Lejos de formas literarias cercanas a la “deshumanización del arte”, como la generación coetánea al autor había establecido, el novelista se orienta hacia la expresión realista si bien adornada con efectos barroquizantes en los que una retórica florida aspira a funcionar para el lector como prosa de inspiración culterana.

Ilustración: Portada de una nueva edición de la novela “Raza”

Próximo capítulo: Franco: exhumación literaria y cinematográfica. La película Raza (IV)