Rafael Utrera Macías

Días pasados falleció, en su Málaga natal, Eugenio Chicano (24, diciembre, 1935 - 19, noviembre, 2019), pintor de reconocido prestigio; sus obras están en los principales museos del mundo, desde el Louvre al Moma, desde el British al de la Unesco, y ha mantenido exposiciones permanentes durante muchos años en varias galerías tanto de Italia como de España. Citar estos lugares acaso sea decir mucho de este autor, pero no lo suficiente para abarcar cuantas facetas artísticas dominó a lo largo de sesenta años de profesión: excepcional dibujante, experto grabador, hábil manipulador de técnicas mixtas, especialista en distintas bellas artes capaz de fundirlas y fusionarlas, combinarlas y hermanarlas. Un principal representante del pop-art del último medio siglo.

El lector de nuestra revista se preguntará qué razones justifican este recuerdo para con el artista andaluz en una publicación de prioritarios temas cinematográficos. Y la razón es que, dentro de las múltiples colecciones del malagueño, destacó en su momento la que llevó por título “Poética de un fotograma”, conjunto de cuadros donde el arte cinematográfico/fílmico y sus principales figuras conformaban unos expresivos grupos, en elocuente conversación entre sí y, al tiempo, sugerían múltiples expresiones para el espectador de los lienzos. Pero antes de precisar tales poéticas y semejantes fotogramas, volvamos a la carrera del artista para entender mejor esta colección en relación al conjunto de su obra, tan diversa en temática como dilatada en el tiempo.


De la formación a la consagración

Chicano recibió la primera formación en su propia ciudad natal, matriculado en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos, donde aprendió dibujo (con modelos vivos), además de iniciarse en cartelería y litografía. De otra parte, en el Conservatorio de Música y Escuela de Arte Dramático, ejercitó la escenografía, al tiempo que, sus variadas inquietudes artísticas, le hicieron interesarse tanto por los específicos maestros de la pintura como por los más grandes de la flamencología. Tras un fructífero viaje de estudios por Europa, recaló en Roma, en cuya Escuela de Bellas Artes se especializó en grabado y estampación.

Su carrera profesional se inició en Verona donde la Academia “Miguel Ángel Buonarroti” le ofreció la docencia de las materias Composición y Colorido, tanto en su faceta teórica como práctica. A partir de este momento, su creatividad es incesante; sus múltiples exposiciones en ciudades de medio mundo se acompañan de reconocimientos locales, nacionales e internacionales. Afortunadamente, Chicano fue “profeta en su tierra” y su actividad artística no desatendió ni a su ciudad natal ni a su provincia; la mayoría de las capitales andaluzas pudieron gozar de sus exposiciones e, incluso, en festivales cinematográficos de esta autonomía pudieron verse cuadros del artista relacionados con “el séptimo arte”, tal como seguidamente diremos.

La carrera de Chicano, desde la década de los sesenta y los setenta del pasado siglo es una ininterrumpida sucesión de exposiciones en cualquier parte del mundo, ya sea en París y Londres como en Nueva Delhi o Nueva York. Entre otros encargos y reconocimientos, se le solicitó representar a España en la Bienal de Venecia y de aquí saldría una exposición cuyos contenidos conformarían la denominada “Poética de un    fotograma”.


Flash-back sobre Alcances 84. Poética de un fotograma

“Alcances. Muestra cinematográfica del Atlántico”, creada por Fernando Quiñones en 1968, ya contó con la presencia de Chicano en 1975. En efecto, entendida como encuentros culturales sobre diversas artes, más allá de su esencial base cinematográfica, en este año las artes plásticas tuvieron una gozosa presencia; entre otras actividades fueron presentadas diversas exposiciones tales como “Encuentro con Picasso”, conformada por 65 reproducciones de gran tamaño; “Chicano: álbumes y grabados”, con el interés pedagógico de acompañar a las piezas acabadas los materiales que habían servido para su creación. El complemento a la misma, estuvo integrado por representantes cualificados del diseño italiano contemporáneo, tales como Bassi, Confalonieri, Coppola, Munari y otros. Diversas actividades teatrales, musicales y cinematográficas complementaron la edición citada.

En la década de los 80, Chicano ya tenía pleno dominio sobre las tendencias dominantes en el arte contemporáneo. Sin entrar en una pluralidad de posibilidades (por no corresponder a un obituario ni a esta publicación) que pudieran analizarse en la vasta obra del malagueño, reduzcamos sus estilos a un unívoco “pot-art” que, en líneas generales, apunta a precedentes y modos de expresión tan conocidos como Andy Warhol y sus populares “Marilyns” o las latas de sopas “Campbell´s”.

Pero fue en 1984, con ocasión de la XVI edición de la Muestra, cuando la abundante presencia cinematográfica se vio acompañada por una exposición que fue considerada un hito entre las más prestigiosas y visitadas: “Poética de un fotograma”, ofrecía los materiales que, anteriormente, había expuesto en el Pabellón Español de Venecia representando a España en la Mostra de dicha ciudad. Ahora, en el espacio gaditano de Alcances, una excelente colección, tan soberbia como sugerente, tan significativa como insólita, había sido enviada por su autor desde su residencia de Verona. “Poética de un fotograma”. ¡Qué acertado título! ¡Qué bien definida quedaba con él la exposición!

Hay un factor común en estos cuadros de Chicano; el punto de partida es siempre un clásico título cinematográfico, una composición, un encuadre famoso que el artista trasciende con su arte, con su imaginación, con sus pinceles: Casablanca, La edad de oro, El jardín de las delicias, El ángel exterminador, Muerte en Venecia, y tantos otros que nos traen a actores y directores, desde la Garbo a Chaplin, desde Visconti a Pasolini.


De Cantando bajo la lluvia a El jardín de las delicias

Detengámonos en un cuadro cualquiera: lo titula el autor “Cantando bajo la lluvia”. Junto a él, unas notas informativas aluden al tamaño del cuadro (150 x 200), a la técnica empleada (acrílico sobre tela), al lugar y tiempo donde se pintó (Verona, 1982). Finalmente, quedan identificados los personajes. Este tiene una excepción: no aparecen miembros del entorno o la familia del pintor. Los paraguas, abiertos o cerrados, llaman nuestra atención muy por encima de los objetos musicales, reducidos a pianola y saxo. La distribución de figuras en el cuadro, responden a una simetría bien estudiada con la excepción de Gene Kelly que, subido a la farola y recibiendo chuzos de punta, se desgañita, sin control para el entusiasmo, cantando “Singin´in the rain”. A un lado, las Hermanas Andrews, bien uniformadas y mandando silencio, conjuntan con Antonio Machín mientras, paraguas bien abiertos, acompañan Luigi Tenco, Gianni Vidale, Cole Porter y George Gershwin.

En otros, como “From here to eternity”, reconocemos a los poetas españoles reunidos en el Ateneo sevillano celebrando el homenaje a Góngora; rostros y poses resultan conocidas pero las dos figuras en el suelo, semidesnudas, delante de la mesa, rompen los esquemas literarios y los envía a otra dimensión que, en función del título del cuadro, viaja hacia la eternidad. La película de Fred Zinnemann tenía, entre otros intérpretes, a Burt Lancaster y Deborah Kerr, quienes protagonizaban una apasionada escena, tendidos en el suelo en una isla hawaiana, que sirvió de cartel para el lanzamiento del film. La combinación de dos tiempos y ejecutorias distintas producían en el cuadro una tensión en la que dos atmósferas irreconciliables estaban condenadas a vivir juntas.

Y semejante combinación se daba igualmente en otros como El jardín de las delicias, donde un López Vázquez en silla de ruedas contrastaba fuertemente con Luisito Buñuel disfrazado de “primera comunión” y en actitud obedientemente piadosa mientras ya pensaba en ser “ateo gracias a Dios”. En oportuno “raccord” de personaje, el autor de El ángel exterminador toca el tambor de Calanda mientras, por aquí o por allá, José Bergamín sueña en su inédita “Los náufragos” mientras Dalí y Lorca imaginan ciertas escenas de Un perro andaluz.

Volvemos a tocar el intercambio de las artes, las sensaciones sinestésicas que nos hacen encontrar la poesía en la pintura, la imagen que nos recuerda la palabra y ésta nos vuelve a evocar a aquélla.


Estaticidad del fotograma / dinamismo de la pintura

No, no es el fotograma convertido en pintura, no es la imagen dinámica lo que convierte Chicano en pura estaticidad; hay una transgresión de las situaciones contempladas; podría decirse que el artista es osado con la obra ajena si no tuviéramos asumidas las vanguardias. El pintor hace un viaje más allá de la pantalla; ha roto la impenetrabilidad de ésta y ha conseguido situarse más allá del tiempo y del espacio cinematográficos; el milagro consiste en convertir lo estático del fotograma en dinamismo pictórico; la “naturaleza muerta” de los ingredientes del cinema vuelve a adquirir vida sobre el acrílico. Ahora son nuevos personajes los que les acompañan; se llamaban… ¡no!, ¡se llaman! Albert Camus, Gabriela Mistral, André Malraux, García Lorca, Bergamín, o simplemente, Eugenio y Claudia, hijos del artista.

La gentileza del pintor hizo posible que dos primerizos libros de este cronista llevaran en portada cuadros suyos. “Escritores y cinema en España. Un acercamiento histórico” se engalanaba con un hermoso acrílico sobre tela cuyo título no podía ser más significativo: “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”. Los 250 x 200 centímetros reunían a un grupo de personas cuyas miradas se centraban en el baile apasionado de Helena Domínguez y Rodolfo Valentino, en el centro de un floreado escenario; el coro espectador lo componían, siguiendo su método organizador, personas del entorno familiar, en este caso los padres del autor, Eugenio y Antonia, acompañados de lo más excelso del círculo artístico de las artes musicales, literarias, interpretativas, Greta Garbo y María Callas, Andrés Segovia y Arturo Rubinstein, Jorge Luis Borges y Ernest Hemingway, Conchita Piquer y Pilar Molina, Félix Grande y Fernando Quiñones, Eduardo de Filippo y Pablo Picasso (niño).

Del mismo modo, el libro “Literatura cinematográfica. Cinematografía Literaria” se vestía con el moderno ropaje exterior de “Muerte en Venecia”, un acrílico sobre tela de 150 x 200 centímetros, donde rendía homenaje a la inolvidable película de Visconti, de tal manera que los juegos de playa con los que los jovenzuelos gozaban su envidiable juventud, colocados al fondo, dejaban ver, en un plano mayor y más cercano, al trío de artistas, Visconti, Proust y Mahler, acompañados de los jóvenes Claudia y Eugenio, con el perro Moshé. Nunca unas investigaciones universitarias sobre escritores y cinema se habían adornado con pop-art de semejante categoría y sublimes calidades.

Estas pinturas de Chicano, parafraseando al Mairena machadiano, han encerrado la materia cromática y lumínica del cine y la literatura en la jaula encantada del espacio y el tiempo. Los cuadros son así como un Olimpo donde los dioses de la mitología literaria han ido a encontrarse con los de la mitología cinematográfica, sus anfitriones, para quedarse allí en el infinito espacial y temporal. Descansa en paz con ellos, Eugenio, amigo.