Enrique Colmena

Ha muerto Juan Marsé (Barcelona, 1933 – Ibidem, 2020), y con él se va físicamente, ya casi definitivamente (nos queda Eduardo Mendoza), la llamada Escuela de Barcelona, que en su apartado literario agrupó escritores de la talla de Gil de Biedma, Juan Goytisolo y Vázquez Montalbán, y editores como Carlos Barral (que también fue poeta, por cierto), y en su parcela cinematográfica contó con gente como Vicente Aranda, Pere Portabella, Joaquim Jordà y Jaime Camino, entre otros. Marsé atesoró en vida todos los premios literarios habidos y por haber: Sésamo, Biblioteca Breve, Planeta, Ateneo de Sevilla, Nacional de Narrativa, Cervantes... solo se le resistió el Nobel.

Otros sitios han glosado oportunamente su extraordinaria obra literaria; permítasenos a nosotros hacer lo propio con su obra trasladada a la pantalla, grande o pequeña. Marsé fue un notable cinéfilo que, además de escribir narrativa, también redactó varios guiones directamente para cine y televisión, al margen de que buena parte de sus novelas fueran trasplantadas al formato audiovisual. En este aspecto, los nombres de Marsé y Vicente Aranda suelen unirse con frecuencia, pues ambos, escritor y director, colaboraron hasta en cuatro ocasiones, reputándose Aranda como el cineasta que mejor ha llevado el riquísimo mundo literario de Marsé a la pantalla. No obstante, no fue Aranda el único en versionar a Marsé, como veremos.


Vicente Aranda, numeroso y brillante adaptador marseano

Aranda, como decimos, es quizá el más conspicuo de los directores españoles que han versionado repetida y brillantemente la obra marseana. De hecho, Vicente ha llevado a la pantalla hasta cuatro novelas de Marsé, siendo, de largo, el más numeroso adaptador del escritor del barrio del Guinardó. Curiosamente, la primera película arandiana que contó con un texto de Marsé como base no fue precisamente a las primeras de cambio en las carreras de ambos, sino que Aranda lo hace cuando lleva ya quince años dirigiendo películas y Marsé hacía dos décadas que publicaba novelas. La muchacha de las bragas de oro (1980), flamante Premio Planeta para Juan Marsé, supondrá esa primera colaboración entre ambos, la historia de un antiguo falangista que, llegada la Transición y oteándose la democracia en el horizonte, reescribe su historia (en un ejercicio que parece tomado del caso real del intelectual Laín Entralgo) para convertirla, a la manera del Ministerio del Amor del 1984 orwelliano, en la que conviene a ese nuevo momento de España, maniobra boicoteada emocional, sexualmente, por su sobrina, una lolita con mucho peligro. La película tuvo una buena acogida comercial y crítica, y desbrozó el camino para las siguientes colaboraciones entre ambos.

La adaptación de Si te dicen que caí (1989) se reputaba muy complicada, por la forma literaria, llena de “aventis”, fantasías de los niños paupérrimos de la Barcelona de la postguerra, pero Aranda supo llevar el tema a su terreno y el resultado fue, a nuestro entender, espléndido, la sórdida crónica de un arribista que vendió su alma (sexual) al diablo con tal de salir del arroyo, una historia de sexo oscuro, muerte y abyección que tan bien cuadraba con las obsesiones arandianas y, en menor medida, marseanas. El público no respaldó esta vez la cohabitación Marsé-Aranda, y, lo que es más extraño, la crítica tampoco, cuando el film era como un escalpelo en la sociedad catalana del franquismo, además de recrear muy imaginativamente los “aventis” que edulcoraban las vidas de mierda de los niños, de los adolescentes de la época.

La tercera colaboración entre Aranda y Marsé (habrá que aclarar que esa colaboración, en las cuatro ocasiones en las que lo hicieron, no fue más allá de la cesión a título lucrativo de los derechos de autor para su paso a la gran pantalla, sin que Marsé interviniera como guionista en ninguna de ellas) será El amante bilingüe (1993), quizá la novela más autobiográfica de Marsé, hasta el punto de que el protagonista, un hombre llamado Juan Marés (obsérvese la cuasi homofonía de nombre y apellido con los del escritor), cuando toma otra personalidad para intentar recuperar a su ex, una pija de la alta burguesía catalana, se convierte en un charnego llamado Juan Faneca, precisamente el nombre y apellido de nacimiento de Marsé, cambiados al ser adoptado por el matrimonio Marsé-Carbó tras morir en el parto su madre biológica. El film, una mordaz sátira que no dejaba títere con cabeza en el entonces boyante pujolismo, pero también una desolada canción de amor, no fue sin embargo celebrada ni por público ni por crítica, cortando durante casi década y media la cohabitación Marsé-Aranda.

Ya bien entrado el siglo XXI, Canciones de amor en el Lolita’s Club (2007) sería el último texto marseano que Aranda llevaría a la pantalla, aquí con Eduardo Noriega en un doble y muy distinto papel, una (otra) historia de sordidez, de sexo carnal y traiciones asqueantes, que sufrió el más aparatoso de los estrellamientos en taquilla y tampoco fue apreciado (en este caso nos tememos que con razón...) por la crítica.

Pero es evidente que en la relación Marsé-Aranda había muchas e interesantes coincidencias, desde la infancia y adolescencia de ambos en barrios pobres de Barcelona, casi coetáneos (se llevaban solo 7 años), hasta el gusto por la reconstrucción de un tiempo y un espacio (la guerra civil, la postguerra, el franquismo, la Transición, todo ello desde una perspectiva netamente catalana, y por ello netamente española), con una disección casi de cirujano de las capas bajas y altas de la sociedad del Principat, con las miserias económicas y las cesiones en su propia identidad de las primeras, y la sórdida utilización de su poder omnímodo de las segundas.


Jaime Camino, romanticismo y postguerra

Camino fue también un miembro aventajado de la Escuela de Barcelona, en su sección cinematográfica; como Marsé, también era barcelonés y coetáneo (Juan le llevaba 3 años de edad); era seguramente inevitable que ambos coincidieran en un proyecto, y lo hicieron en dos, y en ambos casos, curiosamente, sin ser sobre textos previos de Marsé, sino que este escribió los guiones directamente para la pantalla.

La primera colaboración entre ambos sería Mi profesora particular (1973), en una época en la que Marsé aún no gozaba del inmenso prestigio que conseguiría fundamentalmente a partir de conseguir el Planeta. Se trataba de un triángulo romántico de muy peculiares vértices, en el que el más joven eran un chico con las facciones de Serrat (de hecho, era el famoso cantante el que lo interpretaba, en una de las escasas ocasiones en las que se puso delante de la cámara), su amante una mujer que casi le doblaba la edad (la siempre estupenda Analía Gadé), y el tercer vértice la madre de esta, una cantante de ópera quizá inspirada en Caballé, a la que daba vida María Luisa Ponte. La película tuvo una carrera comercial normalita, aunque la crítica, mayormente la masacró (no sin razón, añadiremos...).

El segundo encuentro entre Jaime Camino y Marsé será en la segunda parte de Las largas vacaciones del 36 (1976), una de las primeras películas de la Transición que habló con libertad sobre la guerra civil, muy arropada por público y crítica, lo que dio pie a una secuela, El largo invierno (1992), ambientada ya en la Barcelona de postguerra, que contó con guion de Marsé y otros libretistas, pero que se dio la gran costalada en taquilla (tampoco la crítica la estimó demasiado), precipitando el final de la carrera de Camino como director de ficción.


Francesc Betriu, de profesión sus miniseries (al menos con Marsé)

Betriu es un director de cine y televisión algo menor que Marsé (este le llevaba 7 años); en este caso no había relación emocional de infancia o juventud, al ser Betriu nacido en un pueblecito leridano. Francesc llevará por dos veces textos escritos por Marsé a la pequeña pantalla, en sendas miniseries. La primera será Vida privada (1987), para TVE, sobre la obra homónima de Josep Maria de Sagarra, con Marsé en un distinguidísimo equipo de guionistas que incluía al propia Sagarra y a su amigo el poeta Gil de Biedma. La segunda miniserie sí parte de una novela original de Marsé; es Un día volveré (1993), en la que Juan coescribe el guion, la historia de un expresidiario del franquismo cuyo regreso al barrio de su juventud provocará una serie de movimientos quizá no tan inesperados.


Los esporádicos

Además de Aranda, Camino y Betriu que, con sus reincidencias con Marsé, mostraron sus afinidades con el escritor del Guinardó, hubo otros que solo lo versionaron de forma esporádica. Fue el caso de Germán Lorente, quien a partir de mediados de los setenta se recicló en realizador de productos “soft-core”, pero que anteriormente, en los sesenta, intentó un cierto tipo de cine cosmopolita y libre (todo lo libre que permitía la censura franquista, que no era mucho...). Así, le cupo a Lorente el honor de ser el primer director en llevar a la gran pantalla un texto marseano en Donde tú estés (1964). El film, un oscuro drama romántico en el que la carnalidad intentaba imponerse a lo sentimental, y en cuyo guion también colaboró, entre otros, el escritor Juan García Hortelano, pasó absolutamente desapercibido, a pesar de contar al frente del reparto con una pareja internacional, los entonces muy de moda Maurice Ronet y Claudia Mori.

Roberto Bodegas llevó al cine otro guion original de Marsé, Libertad provisional (1976), un film muy de la Transición, que buscaba espacios de libertad hasta entonces impensables en el cine español del tardofranquismo. Con Concha Velasco y Patxi Andión (en la época en la que el actor vasco se prodigaba en el cine), la película fue un éxito en taquilla y también, moderadamente, en su acogida por parte de la crítica.

En Cataluña se lleva al cine La oscura historia de la prima Montse (1984), la adaptación de la novela homónima de Marsé, con Jordi Cadena a los mandos, con la burguesía catalana de por medio y su obsesión sexual por los charnegos, en una película que, sin embargo y seguramente con toda razón, no tuvo demasiado éxito.

Una de las novelas arquetípicas de Marsé, Últimas tardes con Teresa (1984) es llevada a la pantalla por Gonzalo Herralde, en la que aparece el personaje del Pijoaparte, epítome del charnego marseano, guapo, chulo y arribista, sin escrúpulos para ascender en la escala social. Lamentablemente la película no funcionó como hubiera sido de desear, a pesar de que Ángel Alcázar, el protagonista, conseguía una composición más que plausible del personaje por excelencia de la narrativa de Marsé.

El escritor barcelonés da el salto internacional en el siglo XXI cuando el cine italiano versiona su novela Ronda del Guinardó en la película Domenica (2001), con dirección de Wilma Labate, en la que el universo misérrimo del arrabal barcelonés es trasplantado a un barrio similar de Nápoles, en una trasposición ciertamente curiosa, con algún veterano actor italiano como Claudio Amendola y una estrella italoamericana ya algo pasada como Annabella Sciorra.

Por último, Fernando Trueba lleva a la gran pantalla su versión de El embrujo de Shanghai (2002), tan fascinante en el texto imaginado por Marsé como frustrante en la adaptación del director madrileño, que ya entonces daba muestras de una alarmante pérdida de fuelle creativo, a pesar de haber contado con numerosos medios económicos.


Coda, quizá estrambote

No deja de ser curioso que el texto más cinéfilo de Juan Marsé, sin duda su relato El fantasma del cine Roxy, no se haya llevado nunca al cine, ni en formato de largometraje (que hubiera sido complicado por su cortedad) ni en el de corto, que hubiera sido más apropiado. Y aún más curioso que ese relato tan cinéfilo, sin embargo, sí haya tenido una deliciosa versión musical en la famosa, irónica, enamoradamente entregada al cine canción de Serrat Los fantasmas del Roxy.

Y es que, ya lo cantaba el bardo barcelonés, autor de bellezas como Mediterráneo... “Son los fantasmas del Roxy, que no descansan en paz...”.

Ilustración: Imanol Arias (como Juan Faneca) y Ornella Muti, en una tórrida escena de El amante bilingüe, la tercera adaptación marseana de Vicente Aranda.