Rafael Utrera Macías

La película de Laurie Anderson, Carmen, presenta a una joven, trabajadora en la sevillana Fábrica de Tabacos, de actuación insolidaria con sus compañeras y por tanto enemistada con las mismas. Terminada su jornada laboral, atraviesa la ciudad en moto para llegar a su casa; en ella encuentra a su indiferente marido, absorto con vulgares programas televisivos, y a sus revoltosos hijos, disputándose espacios o juguetes. Inesperadamente, un visitante le muestra su admiración y la sorprende con un ramo de flores.

La argumentación se desarrolla en tres partes, rotuladas de modo distinto, precedidas por un prólogo y rematadas por un epílogo. Esta triada recibe el nombre genérico de “escena” a la que sigue el ordinal correspondiente. Así, la denominada “Escena primera” se titula “Fábrica de Tabacos”; la siguiente, “Las calles de Sevilla” y la última “La casa de Carmen”; estos tres diferentes espacios contextualizan la vida del personaje y describen su itinerario vital y profesional al tiempo que, en cada uno de ellos, se van definiendo aspectos de su carácter y personalidad. Es obvio señalar que la relación con las fuentes originales, novela, ópera, ofrecen cierta originalidad justificativa de su intencionado paralelismo o de su voluntario distanciamiento.


Tres diferentes espacios

El prólogo anticipa elementos de la propia historia: antenas de televisión, fachada de Fábrica de Tabacos sevillana situada en las márgenes del Guadalquivir (no es el antiguo edificio dieciochesco que, en la novela, Don José le recordaba al investigador extranjero sino otro, contemporáneo) donde la ruidosa maquinaria, según se muestra a continuación, automatiza lo que, en tiempo pretérito, era trabajo manual de cigarreras.

Sobre imágenes de cintas transportadoras del tabaco aparece el primer rótulo, trazo grueso, letras rojas: “Escena primera. Fábrica de Tabacos”. En ella se ofrecen dos aspectos esenciales: el contexto laboral de Carmen y su problemática personalidad. La actividad de las cigarreras se desarrolla bajo monótona mecanización en serie. En este colectivo destaca Carmen: su actitud se caracteriza por incumplir normas internas o elementales reglas sociales. Su conducta, provocadora e insolidaria, la enfrenta a sus compañeras tras haber cometido algunas transgresiones que, deliberadamente, ha llevado a cabo (fuma bajo un cartel que lo prohíbe, roba una cajetilla de cigarros, arroja papeles al suelo). La acusación de las compañeras como su autodefensa acaban en “riña de tabacalera”. Carmen, separada de las demás, queda marginada.

En “Las calles de Sevilla”, segunda escena, Carmen, acabado el trabajo, vestida de calle, sube a la moto para acudir a su casa. El ambiente de una ciudad luminosa y festiva se va mostrando en paralelo con el itinerario seguido por la joven; motivos cotidianos, elementos del paisaje urbano, monumentalidad de edificios, iconos arquitectónicos de la capital, se ofrecen como en un documental al uso; Carmen, espectadora pasiva de vivencias colectivas, recibe piropos de guitarristas y comparsas disfrazados que, gotas de españolada, deambulan por las calles de una ciudad alegre y confiada.

La última escena, “La casa de Carmen” (tras aparcar indebidamente y no dignarse contestar la pregunta del portero), hace ver un ambiente de descontrol donde la autoridad paterna brilla por su ausencia: niños y perro campan a sus anchas por la vivienda. El marido (interpretado por Manolo Marconi, en diferente modalidad de don José, aunque militar también) no se inmuta ante la llegada de la esposa (África Gozalbes) ni aparta su perdida mirada de un vociferante televisor. Carmen suelta sobre la mesa unos paquetes de tabaco mientras besa al apático personaje. La cocina es ahora su ámbito de trabajo donde, de modo rutinario, ejecuta diversas actividades. La llegada de un acicalado admirador, atuendo flamenco y ramo de flores en mano (en el rol de Escamillo: José Gómez Ortega), sorprende a una mujer absorta en sus tareas domésticas. El visitante se integra en el grupo familiar sin prejuicios que le impidan mostrar su admiración por la mujer. Plano de cajetilla de cigarros y una carátula de disco cierran la escena.


La aventura vital de la nueva Carmen

Sobre este triple marco, social, urbano y doméstico se diseña la aventura vital de esta nueva Carmen que, siglo y medio después respecto de la primera, vive las contradicciones de una sociedad donde la mujer no queda al margen de ellas. Los elementos utilizados como recursos icónicos y auditivos evidencian un tratamiento en el que la transdiscursividad es el sistema elegido. La autora ha priorizado el uso del texto operístico, en su doble componente de letra y música; Meilhac-Halévy y Bizet aportan sus respectivos discursos como factores integrantes del nuevo corpus audio-visual; por el contrario, el diálogo, como prioritario factor narrativo, no tiene existencia ni por lo tanto función.


Aleluyas como recurso

El vídeo comienza con las voces de los propios técnicos preparando su grabación, intencionada muestra de “realidad” incardinada en la ficción. Los compases de la ópera de Bizet han comenzado a oírse y a ellos se acudirá, como “leit-motiv”, en cada una de las escenas siguientes. Las letras de Meilhac-Halévy serán, utilizadas como aleluyas, recursos gráficos. Cuando Carmen roba la cajetilla de cigarros puede leerse en pantalla: “¡Ahí viene! ¡Ahí viene! ¡Carmen, la Carmencita!”, correspondiente a la escena V del acto I, al tiempo que la música previene sobre el enfrentamiento entre esta Carmen y sus compañeras. El montaje alternado de la actuación humana y de la mecánica elaboración del tabaco articula el funcionamiento de unas imágenes contrapunteadas por la música.

Del mismo modo, mientras la cigarrera motorizada atraviesa las festivas calles de la ciudad, nuevas aleluyas recuerdan fragmentos famosos de la ópera ofrecidos con igual grafismo; en el mismo acto citado, cuando Carmen contesta a los jóvenes acompañantes, las aleluyas recuerdan que “El amor es un pájaro salvaje / que nadie puede amansar/ El amor es un gitano /que no conoce ninguna ley” y, tras otras imágenes del itinerario urbano, en el que alternan fachadas monumentales con motivos de la vida cotidiana, nuevos fragmentos escritos recuerdan la intervención de la Carmen operística (“Si no me amas / Yo te amo / Si me amas / Ten cuidado”). Seguidamente, el contrapunto imagen/música se ofrece entre aleluyas y música de guitarra flamenca: “El amor es un pájaro salvaje / Que alza el vuelo y se va. (…) Por las murallas de Sevilla /voy a bailar por ti. / ¡Viva la música /que nos viene del cielo!”.

Ya en la casa de Carmen, conocidos compases de la ópera se combinan y alternan, a la vez que se confunden con ladrido de perro, voces de niños y sonidos del televisor; el desorden mostrado en la casa por medio de una diversidad de imágenes tiene su correspondencia en esta música perturbada que acaba convertida en un ruido más.

Una Carmen pensativa y soñadora ejecuta tareas domésticas en la cocina. El vals del “toreador” distancia con música solemne una acción cotidiana. La llegada del admirador, ramo de rosas en mano, da otro sentido a la música, mientras los rótulos escriben las palabras de Escamillo pertenecientes al acto III: “Dime cómo te llamas / Y la primera vez / Que mate un toro / Diré tu nombre/…”. El rótulo de “Vamos adelante” se ofrece sobre el paquete de tabaco, símbolo del oficio de Carmen (aunque también de sus robos), junto a la portada de un disco, icono del mito. Los objetos se connotan de significaciones relativas al personaje y a su mundo.


Ornamentación kitsch. La Expo publicitada

El ambiente de la casa, la ornamentación kitsch, la suma de elementos diversos que conforman el hábitat de Carmen es el resultado de una compleja combinación donde el rol de la nueva mujer liberada parece quedar en entredicho. La diversidad de colores utilizados hasta el momento se transforma, en esta parte, en tonalidades donde el blanco y negro se impone como elemento cromático de la narración. La televisión es factor dominante en el ambiente doméstico no sólo por lo que se ve sino, sobre todo, por lo que se oye: “Lo mejor del mundo se está haciendo realidad en Sevilla: remodelando el casco urbano, construyendo puentes, autovías y un nuevo aeropuerto, trazando el camino del primer tren español de alta velocidad, transportándonos al acontecimiento único e irrepetible que será Expo-92. Expo-92, lo mejor del mundo”.

La publicidad como ingrediente del discurso sirve para promocionar el evento; el spot, construido en anillo por medio de un redundante e hiperbólico sintagma, aporta la necesaria función a un contexto donde lo anodino de una situación, el rutinario trabajo de la mujer, la indiferencia del apático marido, la desorganización doméstica, se muestran con el cromatismo del blanco y negro y muy ocasionales notas de contrastado color. Ante este panorama cabe preguntarse: ¿es la visita de Escamillo una presencia real o ficticia? o, acaso, ¿es la ensoñación la única salida posible para la alienación de esta Carmen?

De otra parte, el epílogo se construye con un estático plano de una palmera mecida en el agua mientras oímos la voz del cantaor y, nuevamente, por sobreimpresión, el rótulo escribe en el tiempo otras aleluyas ahora con el ritmo flamenco de una soleá: “He traído leña a tu corral a ver si tú a mí me querías. Ahora veo que no me quieres, devuélvemela que es mía”. La metáfora utilizada establece la segunda relación en el vídeo entre letra y música flamenca con el texto original: - Don José: “¿Ya no me quieres?”. - Carmen: “No, ya no te quiero”. Sin embargo, el desenlace trágico aquí no tendrá lugar.

Dos textos de las obras originales, novela y libreto:
“…para desdicha mía, me pusieron de guardia en la fábrica de tabacos de Sevilla. Si ha ido usted a Sevilla, habrá visto ese gran edificio, extramuros, cerca del Guadalquivir. Me parece estar viendo todavía la puerta y, al fondo, el cuerpo de guardia”. Mérimée
“…cuando veas/ qué hermosa es la vida errante / el universo por país, la voluntad por ley/ y sobre todo ¡la embriaguez / de la libertad! ¡La libertad!”. Meilhac- Halévy

Se diría que ambos fragmentos, síntesis del mito, han sido puestas en entredicho por la directora, Laurie Anderson, que ironiza sobre situaciones y personajes conformados ya por la historia o la leyenda ante los que adopta una postura tan desmitificadora como intencionadamente distanciada, sirviéndose de recursos tecnológicos propios de la video-creación que hacen dudar del uso convencional de imagen y sonido.

Ilustración: Una imagen de África Gozalbes, protagonista de Carmen, de Laurie Anderson.