Rafael Utrera Macías

La primerísima relación del cinematógrafo con una obra de los hermanos Álvarez Quintero tiene lugar en la temprana fecha de 1909. Por entonces, las productoras francesas Gaumount y Pathé habían tomado Barcelona y Madrid para filmar cuanto procediera y fuera de su interés a fin de proyectarlo tanto en Francia como en España. Esta última “editora” había contratado a un operador llamado Francisco Oliver quien filmaría la película Aventuras de Pepín; el personaje no era otro que Pepín Castrolejo, perteneciente a la quinteriana obra “Las de Caín” que, por entonces, se representaba en el Novedades de Barcelona por la compañía madrileña titular del Teatro de la Comedia. La interpretaron Adela Carboné, Ana Quijada, Ernesto Vilches, Emilio Santiago y Juan Catalá.

El interés de la cinematografía española por las obras de los hermanos Álvarez Quintero comienza en la segunda década del siglo XX, hacia 1915/1916. En opinión del historiador Ángel Falquina, la empresa productora Barcinógrafo, dirigida por el realizador Magín Muriá, tuvo como proyecto filmar “La reina mora” en 1916; no hay constancia de que se llevara a cabo, aunque, la cantidad de obras literarias producidas por dicha empresa, lo hace verosímil.

A continuación, anotaremos los títulos de estos autores que, a lo largo de medio siglo, han sido producidas, tanto en España como en el extranjero, y proyectadas en las pantallas de cine ya en su versión muda como en la sonora; se acompañará tanto de la fecha de producción o estreno como del nombre del director.


Adaptaciones mudas y sonoras, españolas y extranjeras de obras quinterianas

Versiones mudas:

La dicha ajena: 1918. Julio Roesset. La reina mora: 1922. Julio Buchs. Cabrita que tira al monte: 1925. Fernando Delgado. Malvaloca: 1926. Benito Perojo.

Versiones sonoras:

El agua en el suelo: 1933. Eusebio Fernández Ardavín. La reina mora: 1936. Eusebio Fernández Ardavín. Mariquilla Terremoto: 1939. Benito Perojo. El genio alegre: 1936-1939. Fernando Delgado. Cancionera: 1940. Julián Torremocha. Tierra y cielo: 1941. Eusebio Fernández Ardavín. Fortunato: 1941. Fernando Delgado. Malvaloca: 1942. Luis Marquina. La boda de Quinita Flores: 1943. Gonzalo Delgrás. La patria chica: 1943. Fernando Delgado. Tambor y cascabel: 1945. Alejandro Ulloa. Cinco Lobitos: 1945. Ladislao Vajda. La calumniada: 1947. Fernando Delgado. El patio: 1952. Jorge Griñán. Puebla de las mujeres: 1952. Antonio del Amo. Malvaloca: 1954. Ramón Torrado. La reina mora: 1954. Raúl Alonso. Tremolina: 1956. Ricardo Núñez. El genio alegre: 1956. Gonzalo Delgrás. Las de Caín: 1957. Antonio Momplet. Ventolera: 1961. Luis Marquina. La película Un parado en movimiento: 1985, de Francisco Rodríguez Paula, se inspira en sainetes de los Quintero según guion de Pancho Bautista.

Versiones en el extranjero:

Anima allegra (El genio alegre): Italia. 1919. Roberto Roberti. Interpretada por Francesca Bertini.
O centenario (El Centenario): Portugal. 1922. Luis Ferreira.
Doña Clarines: México 1950. Eduardo Ugarte. Producida por Manuel Altolaguirre (Producciones Isla).


Los Quintero, autores en Cinematografía Española Americana

En octubre de 1931 se reunieron, en el restaurante madrileño “Lhardy”, un grupo de escritores (entre los que se encontraban los hermanos Álvarez Quintero), compositores y cineastas donde se acordó la constitución de una empresa cuyo objetivo fundamental fuera el fomento de la industria del cine sonoro en España. Tras las pertinentes pesquisas para su formalización legal y económica, en abril de 1932 se constituyó CEA, Cinematografía Española Americana.

El núcleo de creadores estaba compuesto por un nutrido grupo de novelistas y dramaturgos, nombrándose presidente de honor a don Jacinto Benavente. Las actas de constitución dicen que, tras varias reuniones previas, quedó formalizada CEA, cuyo objetivo sería la producción y explotación de películas cinematográficas españolas, habladas, sonoras, mudas, incluidos noticiarios y películas pedagógicas. El punto de partida económico lo formó el fondo publicitario del recién celebrado Congreso Hispanoamericano de Cinematografía; el capital social se pretendió conformado por cuatro millones de pesetas, representadas por 8.000 acciones de 500 pesetas, pero no llegaron a liberarse puesto que las suscripciones sólo cubrieron un millón. Los hombres de empresa que intentaron llevar adelante el proyecto desde sus puestos de CEA fueron Rafael Salgado, presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, Casimiro Mahou, presidente de la Cámara de Industria de Madrid, y Florentino Rodríguez Piñero, consejero del Banco Mercantil e Industrial. En el consejo de administración figuraban los hermanos Álvarez Quintero, Joaquín como vicepresidente y Serafín como vocal. Los estudios cinematográficos se construyeron en la madrileña Ciudad Lineal.

Por lo que respecta a los escritores, Benavente, los Quintero, Linares Rivas, Arniches, Muñoz Seca, Marquina, Luca de Tena, Fernández Ardavín (Luis), Francisco Alonso y Jacinto Guerrero, se comprometieron a ceder la exclusiva total de su producción inédita, dramática o lírica, así como a componer, a petición de la sociedad, obras originales. Los versos de Eduardo Marquina, leídos en la inauguración de los estudios cinematográficos fueron emblemáticos del ánimo que estos escritores pusieron en el nuevo procedimiento: “... Breve amasijo de entusiasmos, / frágil tienda de cañas, / la CEA es … ¡la colmena! Os está abierta, / ¡plumas, voces, ingenios, abejas de la patria!”.

A pesar del elevado déficit inicial, el empeño de Rafael Salgado hizo que el primer largometraje se filmara, en 1934, tomando como base el argumento original de los hermanos Álvarez Quintero El agua en el suelo, éxito comercial que facilitó el despegue de la productora (hasta el punto de que ese mismo año se rodaron Crisis mundial, Doña Francisquita, Una semana de felicidad, La Dolorosa y La traviesa molinera). Por el contrario, los proyectados guiones de los comediógrafos andaluces, titulados “Martes 13” y “El suicidio de don Catalino”, no tenemos constancia de que llegaran a escribirse y, menos, a filmarse.

A estas alturas del siglo y en plena expansión del cine sonoro, los estudios norteamericanos ya han contratado a numerosos escritores (López Rubio, Martínez Sierra, Jardiel Poncela, entre otros) cuya ocupación será escribir o reescribir, retocar o pulir, etc., los guiones originales que el mercado yanqui exportaba a los países de lengua española; como las variantes lingüísticas son innumerables, las bandas sonoras se convierten en un galimatías, si no en torre de Babel, que ponen en entredicho la universalidad de la lengua. Diversos componentes del ya citado Congreso Hispanoamericano de Cinematografía, entre los que se encontraban los hermanos Álvarez Quintero, elevaron su protesta a la Real Academia de la Lengua a fin de que tomase partido contra “la despañolización” observable en las películas del nuevo cine sonoro extranjero.  Desde ciertos medios periodísticos y, muy especialmente, desde la Asociación de la Prensa, José Francos Rodríguez, como cabeza dirigente, junto a dramaturgos y novelistas, solicitaron a las autoridades competentes la correspondiente intervención en favor de los aspectos “patriótico, lingüístico y social”. El fonetista Tomás Navarro Tomás, a título personal y por estar muy interesado en el problema como miembro del Centro de Estudios Históricos, publicó “El idioma español en el cine parlante” (edición bilingüe en español e inglés).


“El agua en el suelo”, argumento de los Álvarez Quintero

El argumento original de los comediógrafos, incluidos los diálogos y la letra de las canciones, fue adaptado, guionizado y dirigido por Eusebio Fernández Ardavín.  

Lo que sigue es un resumen personal del argumento de la película:

El acaudalado indiano don Apolinar Vilaredo y sus hijos, Marucha y Poli, viven en su casa-palacio de Guadalema. El padre Gustavo Azores es un joven sacerdote que dirige espiritualmente a la joven. El periódico de la ciudad tiene el curioso nombre de “El Mal Bicho”, de lo cual se deduce que maledicencia e incordios no faltan en las informaciones locales. A la redacción llegan noticias que ponen en entredicho el honor de la señorita Vilaredo y de su religioso director. Allí se encuentra ocasionalmente el novelista Alejandro Colinas y burla burlando, sin conocer quiénes son los aludidos, escribe unos versos cuya sátira juega con el honor de ambas personas. El autor no tiene intención de publicarlas, pero un joven redactor le juega una mala pasada y el periódico acaba sacándolos a la luz, con el escándalo consiguiente y la gravísima incidencia en la honorabilidad de los afectados.

Marucha y familia se trasladan a Madrid donde fijan su residencia. El padre Azores es trasladado de destino tras la consiguiente reprimenda del obispo. Pasado un tiempo, en el estudio de un afamado pintor, Colinas, el novelista, se interesa por el retrato que su amigo ha pintado de una hermosa mujer y, tras serle relatada la historia de ella, toma conciencia de los hechos pasados…

La casualidad hará que los Vilaredo pasen sus vacaciones a orillas del Cantábrico y que por allí se instale el novelista Colinas que redacta una nueva obra; y también la casualidad hará que el padre Azores tenga, en las proximidades, su nuevo destino. Las conversaciones entre escritor y sacerdote tendrán como motivo el escándalo que desde las páginas de “El Mal Bicho” se suscitó. No tardarán mucho en conocerse Marucha y Alejandro y éste intentará remediar la deshonra que la joven sufrió motivada por sus versos, aunque es sabido que… el agua derramada en el suelo no es posible recogerla toda. Colinas se desplaza a Guadalema con la intención de recuperar los versos en la redacción del periódico a fin de ofrecérselos a Marucha y que ésta los queme. La petición de perdón llevará implícita otras declaraciones sentimentales antes de que aparezca la palabra “fin”.


Información complementaria


Las canciones “El agua en el suelo” (canción gitana) y “Canción del boyero”, fueron compuestas por el maestro Francisco Alonso y cantadas por Sélica Pérez Carpio y Juan García. Los principales papeles los interpretaron Maruchi Fresno (Marucha), Nicolás Navarro (Alejandro Colinas) y Luis Peña (Padre Azores). La película fue estrenada en Madrid el 16 de abril de 1934 y distribuida por Columbia Pictures tanto en países sudamericanos como en Estados Unidos; periódicos como “La Nación” o “The New York Times” se ocuparon de ella.

Ilustración: Cartel de El agua en el suelo (1934), de Eusebio Fernández Ardavín.

Próximo capítulo: Los Álvarez Quintero y el Cine Español. Otras colaboraciones para CEA. Los críticos cinematográficos contra los autores de teatro. Un cuento, opiniones diversas, más argumentos (IV)