Rafael Utrera Macías

Manuel Pacheco Conejo (Olivenza, 19, diciembre, 1920 - Badajoz, 13, marzo, 1998) fue un poeta extremeño del que, en este año, se cumplen los cien de su nacimiento. Entre su vasta producción, destaca el volumen titulado “El cine y otros poemas”; con posterioridad, dio a conocer muchos más, igualmente dedicados a cineastas y películas, publicados en diversos medios. Algunos, por razones diversas, quedaron inéditos, aunque, como póstumo homenaje, en el año de su centenario, verán, próximamente, la luz.

Criticalia abre sus páginas para acoger dos inéditos de nuestro autor: “Poema para seguir las huellas de un caballo loco” (inspirado en la película de Fernando Arrabal Iré como un caballo loco) y “Poema para nombrar la belleza de Tess” (inspirado en Tess, de Roman Polanski); el concepto de “inédito” lo entendemos como no recogido en las “Obras completas”, dos veces editadas; ello no quiere decir que, dada la universalidad de Pacheco, pudieran estos trabajos haber visto la luz en publicaciones españolas o extranjeras o estar, incluso, traducidos a otras lenguas; por ahora, no tenemos constancia de ello. Al tiempo, considerando las variantes existentes entre las versiones publicadas y las enviadas en su día por el autor a este cronista, nos ha parecido oportuno editar las tituladas “En el lago dorado” (film En el estanque dorado, de Mark Rydell) y “El nido” (El nido, de Jaime de Armiñán). Hemos estructurado este bloque, ofreciendo, primero, nuestro comentario referido a la película, a fin de que oriente y recuerde al lector temáticas y tratamientos antes de adentrarse en el texto del autor; seguidamente, va el correspondiente poema tal como fue escrito (y, habitualmente, fechado y firmado) por el escritor.


Manuel Pacheco: humilde persona, autodidacta, gran poeta

De origen humilde, quedó huérfano de padre con siete años; su madre se trasladó a Badajoz donde trabajó en servicios domésticos mientras que Manuel hubo de ingresar en el hospicio; de allí sacará duras experiencias vitales, posteriormente valiosísima materia prima para su futuro poemario. Tras la toma de la capital extremeña por el ejército franquista, en 1936, fue llamado a filas con 18 años y enviado a obligaciones varias en distintas zonas nacionales. Durante los primeros años de la postguerra, ejerció una diversidad de oficios (ebanista, albañil, cargador de muelle, contrabandista en el año del hambre, etc.) y padeció enfermedades que quebrantaron su salud durante mucho tiempo; con posterioridad, pasó a desempeñar, interinamente, el puesto de auxiliar administrativo en pagaduría militar, el cual se convertirá en fijo; en esta modalidad permanecerá hasta su jubilación; la oficina como obligado centro de trabajo será tema recurrente en su poesía  (“cotidianas cicatrices de números para ganar el pan de cada día”); el trabajo seguro va en paralelo con una mermada economía que el poeta complementará ejerciendo como auxiliar en la biblioteca pública pacense.


Manifiesto poético


La poética de Pacheco se proclama en “El manifiesto del duende”, firmado en 1948, donde se hace frente al tradicionalismo poético y se defiende, por el contrario, “lo inoíble” y “lo indicho”. No quiere decir ello que prescinda como modelos de la mejor literatura del 98 y del 27, pero tampoco descarta otras muy diferentes consideraciones, tal como bien justifica en “El surrealismo y mi poesía”. A partir de aquí comienzan las publicaciones de sus libros: “Ausencia de mis manos”, “El arcángel sonámbulo”, “Los caballos del alba”, “El emblema del sueño”, “Los caminos de azul”, “El cine y otros poemas”, “Poemas para leer la pintura de Vaquero Poblador”, “En la tierra del cáncer”, “Todavía está todo todavía”, “Las vitrinas del asco”, “Poemas en forma de…”, “Diario de Laurentino Agapito Agaputa”, “Pachecamente hablando”, etc., etc. Este hombre es esencialmente un poeta, “un poeta social sin uniforme de poeta social en cuya obra no falta la agridulce combinación de lo surrealista expresado a través de sus monedas de luna o vitriolo”.


Para situarlo en una generación poética podemos recurrir a la antología elaborada por Vasco Miranda titulada “Novísima poesía española” (1957), en la que se reúne, junto a Pacheco, a Antonio Fernández Molina, Rafael Millán, Gloria Fuertes, Carlos Edmundo de Ory, José Fernández Arroyo, Ángel Crespo, Gabriel Celaya, Miguel Labordeta y Gabino-Alejandro Carriedo, entendiéndola como agrupación de autores ligados por la edad antes que por parecidas semejanzas estilísticas o similares preferencias temáticas.

La trilogía de poetas extremeños más conocidos y leídos de esta generación estuvo integrada por Manuel Pacheco, Luis Álvarez Lencero y Jesús Delgado Valhondo. Sus rostros, esculpidos en bronce, pueden hoy admirarse en el “monumento a los tres poetas”, sito en Badajoz, sobre una fuente, en la rotonda por la que se accede al puente de la Autonomía.


Poeta de carne y hueso

Las fotos de Manuel Pacheco en su senectud, no han podido borrarme la imagen primera que tengo de él. Esta se remonta a 1959 o 1960, cuando uno torcía la esquina delimitadora del bachiller superior con el preuniversitario y garabateaba sus primeras críticas de cine en revistas escolares. Para mí y para mis compañeros, ávidos de actividades culturales, el local en Badajoz de la Sociedad Económica de Amigos del País, situado en los bajos del Instituto de Enseñanza Media, ofrecía actos, encuentros, recitales, conferencias, sesiones de cineclub. Allí sitúo mi incipiente recuerdo de Pacheco y de su poesía; acaso él haya sido el primero de los poetas de carne y hueso que conocí, más acá o más allá de aquéllos cuyos retratos aparecían en nuestros libros de literatura, invariablemente cerrados en Menéndez Pelayo y evitando, a toda costa, aludir a Antonio Machado o, no digamos, a Federico García Lorca y a Rafael Alberti.

Las posteriores visitas al poeta en la Biblioteca Pública nos pusieron en contacto con su obra, impresa y mecanografiada, con su autógrafo, con su tarea cotidiana. Algunos poemas de entonces, como el soneto “Pubertad”, quedaron memorizados para siempre; otros, posteriores, vinieron a convivir en el ámbito personal dejando huella en el idiolecto familiar; así, el título “Todavía está todo todavía”, usado en referencia a algo que no se había conseguido o aún estaba por terminar; y del mismo modo, las chanzas en torno a ese “inoíble” Laurentino Agapito y su aliteración, si no también onomatopeya, en cuanto se pronunciaba Agaputa, ese segundo apellido.


Poemas cinematográficos

Y ello, sin olvidarnos de esos versos dedicados ya a películas, ya a realizadores, que conservamos en su versión primera, tal como, con ocasión de su proyección cineclubística, fueron recitados por su autor. El manantial de la doncella, de Bergman, El proceso, de Welles, dos grandes impactos en los comienzos de los años sesenta, arrancaron a Pacheco unas composiciones, descripción y versículo, donde las imágenes se hacían plásticas en la metáfora y éstas nos retrotraían al celuloide.  


Desde entonces hasta su muerte, seguimos la poesía de nuestro poeta en la distancia. Fuimos, durante muchos años, uno de los primeros receptores de los poemas cinematográficos de Manuel Pacheco; no solía faltar en su carta el ejemplar dedicado a la proyección de calidades, como tampoco su imagen humana o, incluso, las referencias a su entorno familiar y doméstico. Desde la ya lejana publicación de “El Cine y otros poemas” hasta el comienzo de su senectud, un buen puñado de títulos siguieron arrancando versos al poeta. En el centenario de su nacimiento, habría para hacer un segundo volumen que, acaso, pudiera titularse “Otros poemas al Cine”.


Desde “Ausencia de mis manos”, numerosos títulos dan cuenta de su trayectoria vital y estilística: “En la tierra del cáncer”, “Todavía está todo todavía”, “Las vitrinas del asco”, “Ausencia de mis manos”, “Arcángel sonámbulo”, “Poemas en forma de...”, “Pachecamente hablando”, “El Cine y otros poemas”, etc. Esta poesía ha sido traducida a otras lenguas además de motivo de estudio por parte de investigadores que, en Europa o Sudamérica, han analizado su prosa o su verso; en ello, no está ausente este interés del poeta por el cine. Desde su atalaya pacense, Pacheco oteó el horizonte de la cultura fílmica; su sensibilidad acusó lo original, lo interesante, lo poético y trasladó, de la sábana blanca al folio, la palpitación del espíritu para recrearnos a los lectores, con el don de la palabra, las imágenes que, como espectadores, habíamos visto.


El poemario cinematográfico de Pacheco según el catedrático alemán Dr. Albersmeier


Seleccionamos un ejemplo que avale estas últimas consideraciones. El autor es Franz-Josef Albersmeier, catedrático de la Universidad alemana, especialista en literatura española y, al tiempo, gran experto en las relaciones literatura y cine.

Título del libro: “Theater, Film, Literatur in Spanien. Literaturgeschichte als integrierte Mediengeschichte”. Editor: Erich Schmidt Verlag. Berlín. 2001. Texto original alemán en página 90.

“De los “mejicanos españoles" León Felipe y José Moreno Villa dirigen el otro desarrollo del "poema cinematográfico", vía Pere Gimferrer y Manuel Pacheco, de vuelta a España. Pacheco, autor de “El cine y otros poemas”, es un “fan” auténtico del cine y al, mismo tiempo, un experto profundo como mínimo de la Historia de cine desde la Segunda Guerra Mundial. Su teoría del “film poetizable” como coexistencia en igualdad de derechos (mejor: fusión entre los medios de comunicación) de imagen y lengua / discurso / tono, pertenece a las nuevas y avanzadísimas posiciones de una poética que conecta géneros literarios y cinematográficos. Notable es el exquisito gusto de cine de autor (de Fellini y Pasolini a Buñuel y Saura, de Ingmar Bergman pasando por Resnais a Tanner, y de Orson Welles a McLaren se extiende el espectro de películas que el "poeta de la imagen” explora para sus “poemas cinematográficos", homenaje a la magia de la imagen del respectivo director artístico a la manera de imitación lingüístico-literaria. Las poesías de los “tontos" de Alberti para toda la época del cine mudo son el indiscutible punto culminante de la discusión lírica española con el medio del cine. A ello puede recurrir Manuel Pacheco para sí: ser, para los años 70 y 80, el poeta español que sabe trabajar de la forma más fértil con el cine como fuente de inspiración”. 

Ilustración: Manuel Pacheco

Próximo capítulo: Manuel Pacheco en la antología de José María Conget “Viento de cine” (II)