Enrique Colmena

España, a veces madre, otras madrastra, en la voz de Ana Belén, es experta en despilfarrar talentos. En la muerte de Miguel Picazo (Cazorla, Jaén, 1927 – Guarromán, Jaén, 2016) hay que recordarle como el cineasta extraordinario que conmocionó el exiguo mundo cultural español de la época con su valiente versión de la novela de Miguel de Unamuno, La tía Tula (1964), por la que sin duda tiene un lugar de honor en la Historia del Cine Español.

Pero como ya decimos, España es especialista en desperdiciar sus mejores hijos, y el autor de tan notable adaptación no pudo después tener la carrera que se hubiera merecido. Su siguiente filme, Oscuros sueños de Agosto (1967), con guión de Víctor Erice, Manuel López Yubero y el propio Picazo, tuvo una tibia acogida por parte del público, a pesar de contar con una actriz de fama internacional, como Viveca Lindfors, e intérpretes nacionales ya tan asentados como Francisco Rabal y la entonces muy en boga Sonia Bruno.

Picazo se refugia entonces en Televisión Española, donde graba populares series como Crónicas de un pueblo, pero también las exquisitas series culturales en las que era perita en aquella época la segunda cadena, conocida entonces como UHF, y que hoy es La 2. En ese tiempo hizo valiosas aportaciones a series espléndidas como Cuentos y Leyendas y Los Libros.

Una década después de rodar Oscuros…, Picazo vuelve a filmar un largometraje para el cine. Se trata de Los claros motivos del deseo (1977), que tenía que plegarse a la moda del destape de la época, aunque por supuesto tenía una entidad muy superior a lo que se hacía en aquellos tiempos en esa línea. El filme, que hablaba sin ambages de la juventud del momento, no fue entendido y no tuvo la repercusión que hubiera merecido, y tampoco la crítica la acogió con agrado. A pesar de ello, al año siguiente Miguel consigue poner en marcha un proyecto muy querido por él, El hombre que supo amar (1978), sobre la azarosa vida de Juan Ciudad, que sería San Juan de Dios, con un reparto internacional que encabezaba Timothy Dalton, pero cuyo retorno de pantalla no fue el adecuado para una costeada producción como ésta.

A partir de ahí, Picazo se refugia de nuevo en Televisión Española, donde rodará nuevos capítulos de series de culto, como Escrito en América y Sonatas, este último sobre los textos homónimos de Valle-Inclán. Por fin, ocho años después de El hombre que supo…, rodará Extramuros (1985), su última película como director, una más que interesante adaptación de la novela homónima de Jesús Fernández Santos, con Carmen Maura y Mercedes Sampietro, que de nuevo fracasa en taquilla, lo que le abocará ya al ostracismo permanente.

Simultáneamente al ejercicio de sus funciones primordiales en el cine, las de director y guionista, Picazo desarrolló una labor más callada como secundario de lujo en varios filmes. Así, pudimos verlo, entre otras, en películas como El espíritu de la colmena (1973), una de las más recordadas obras del cine español de la década de los setenta, pero también en El Libro de Buen Amor (1975), gran éxito de taquilla de la época, y sobre todo en Tesis (1996), el debut de Alejandro Amenábar en la dirección de largometrajes, en un personaje memorable.

Miguel Picazo, otro de los ilustres hijos a los que España, su país, no supo facilitar el desarrollo de su gran capacidad creativa. Otro baldón más, y van…

Pie de foto: Miguel Picazo agradeciendo el Goya de Honor concedido en 1997.