Enrique Colmena

En 2015, la Editorial El Sendero publicó un volumen titulado Relatos en 35 mm, un libro cuyo nexo común era la inspiración de sus historias en el cine; de su edición y prólogo se encargó José Luis Ordóñez, probablemente lo más parecido que tenemos en Sevilla a un hombre renacentista: director de cine (o “filmmaker”, como le gusta denominarse a sí mismo), crítico, conductor de espacios sobre cine en radio, dramaturgo, guionista de cine y televisión, novelista, cuentista... seguramente nos dejaremos en el disco duro algunas facetas artísticas más de este sevillano. Aquel volumen constaba de 17 relatos escritos por otros tantos autores, siendo estos 9 mujeres y 8 hombres.

Ordóñez, como decimos, fue el editor y prologuista de aquel volumen, funciones que repite ahora en este nuevo libro que prolonga la misma idea, este Relatos en 70 mm, publicado en el año 2019 que hemos terminado recién, como dicen nuestros hermanos hispanoamericanos, y que ahora glosamos en estas líneas. También publicado por la sevillana Editorial El Sendero en su colección Narrativa, Relatos en 70 mm es una plausible continuación, con nuevos textos, de aquel primer volumen. Ahora serán 23 los autores, de los que 12 son mujeres y 11 hombres, conforme a los actuales estándares de la paridad por género, sin que resulte forzada sino natural. Repiten varios de ellos, como María Zaragoza, Juan Varo Zafra o José Iglesias Blandón, pero también los hay que debutan en la serie, como Juan Antonio Hidalgo o Ángel Luis Sucasas. Otros, sin embargo, no repiten, como es el caso de Clara Astarloa o Inmaculada Reina.

A lo largo de sus 254 páginas, Relatos en 70 mm nos propone una plausible varianda de textos en los que el único punto común es su inspiración en asuntos cinematográficos de toda laya. Así, los hay que tiran por la veta mitómana, narrándonos historias en las que están involucrados de alguna manera leyendas del cine, como Un horizonte inexistente, de María Zaragoza, que habla de Errol Flynn y sus legendarias fiestas en Hollywood, en las que todo era posible, incluso que el astro perdiera la inocencia, la ingenuidad de quien sin embargo todo lo ha vivido, todo lo ha experimentado, cuando alguien rompa el frágil equilibrio de su vida de francachelas. O La fiera de mi niña, de Isabel Merino, que ya anuncia en su título sobre quién trata, el imaginario (e imaginativo...) encuentro que la gran Katharine Hepburn podría haber mantenido con un joven pero ya oscarizado Jon Voight cuando este fue comisionado en 1982 por la Academia para intentar conseguir que la diva asistiera a la entrega de su tercer Oscar, que obtendría, como todos sabían aunque supuestamente fuera un secreto, por En el estanque dorado. También por el camino de la mitomanía tira José Iglesias Blandón en su relato ¿Por qué no Eva Green?, evocación no exenta de sensualidad sobre la notable actriz que ha sido tanto chica Bond como ensueño erótico de toda una generación. Juan Antonio Hidalgo también se encamina en su relato La chica de la gasolinera por el sendero mitómano, en su caso con una curiosa versión sobre la muerte de Marilyn Monroe, a vueltas con el “doppelgänger”. En la misma línea de la mitomanía, pero más abstracta, se presenta La doble de Mae West, de Cristina Cerrada. Incluso, en tiempos del “fake” y la posverdad, habrá lugar para una deliberada falsa mitomanía con una diva inventada en El cumpleaños, de Margarita R. Otero, que a ratos parece el relato onanista de un adolescente salido (perdón por la redundancia...).

A veces los relatos se adentran por caminos cinéfilos pero no necesariamente mitómanos, como sucede con Lo que el cine se llevó, de Elvira Marqués, trufado de referencias y citas cinematográficas, en una historia de un enamorado y su amada que le deja por otro para cumplir su sueño de triunfar en Hollywood; también los hay que se centran en la figura del cinéfilo, como Juan Varo Zafra y su El tiempo débil, sobre un triángulo de amigos, un poco a la manera de Jules et Jim, una mirada nostálgica sobre la España airada y cinéfila de los años noventa. Fotogramas de una vida, de Fernando Hernández, pone voz a las vivencias cinéfilas de un hombre afectado por la terrible ELA, en una suerte de emocionante testamento fílmico.

Los locales de exhibición cinematográfica, los cines, también han inspirado algunos de los textos de Relatos en 70 mm, como La muerte de los dinosaurios, de Juan Carlos Palma, que cita expresamente la memorable Cinema Paradiso, centro y eje de la cinefilia nostálgica y vintage, pero cuyo final resulta ser más bien una variante de la fantástica Splendor, de Ettore Scola, otra declaración de amor al cine en cines, si vale la deliberada aliteración. También un local de cine será el epicentro de La realidad siempre te encuentra, de Santiago F. Reviejo, en puridad una plasmación literaria del aserto truffautiano “prefiero el cine a la vida”, como también una sesión de cine será el paisaje de Reflejos de neón, de Carmen Bautista, o el encuentro tan temido de una chica con alguien a quien no quiere ver, con quien coincide en una proyección cinematográfica.

Por supuesto, los rodajes también conforman varios de los relatos del volumen, desde el que se titula específicamente Estamos rodando, de Sonia García-Rayo Luego, con vocación de greguerías fílmicas pasado por el tamiz de Monterroso (sí, por la brevedad del “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), hasta el denominado ¡Corten!, de Jesús Lens, sobre la motivación de los intérpretes en los rodajes.

El acto creativo en el cine también tendrá su lugar en esta antología de relatos, con textos como El encargo, de Eva Márquez, a vueltas con el guionista, sus neuras, sus deseos y sus realidades, pero también The magic if, de Ángel Luis Sucasas, fascinante historia que lleva al extremo la identificación del actor con el personaje, con una sutilísima recreación de lo que parece el suicidio de Marilyn. Limbo, de Vanessa J. Garrido, evoca el lugar donde supuestamente habitan los personajes antes de ser plasmados en un guion, en una película; y Solo vine a un curso, de José C. Carmona, hace un ajuste de cuentas a los mediocres impartidores de supuestos cursos de creación (cinematográfica, literaria...) que realmente viven del cuento (y no estamos hablando de una narración corta...).

Algunos relatos son difícilmente clasificables, como El cine de la calle Mississippi, de corte distópico, con androides que evocan los inolvidables replicantes de Blade runner, una historia hipnótica de Felipe Guindo hermosamente escrita; o Risas en la oscuridad, de Loli Pérez, que, a partir de una sesión de cine compartida por una familia, relata una amorosa fábula animalista con un final trágico. Y Home cinema, de Sandra R. Fernández, una metáfora de la rutina conyugal con película al fondo.

Hemos dejado para el final la que, a nuestro juicio, es la mejor narración del volumen, La sombra del magnetizador, de Luis Manuel Ruiz, un exquisito relato impregnado de la atmósfera expresionista del cine alemán de los años veinte y treinta, una historia donde no es difícil rastrear las huellas de los paradigmas del movimiento cinematográfico germano, de El gabinete del Doctor Caligari a Nosferatu, de Metrópolis a El Golem, con aditamentos de artes ajenas al cine (hablar del Teatro Negro de Praga no sería ocioso), con un protagonista fascinado por la ficticia figura de Emil Kracauer (apellido, por cierto, de un famoso teórico del cine alemán, Siegfried Kracauer, en un evidente guiño cinéfilo), un supuesto cineasta en el que quizá se fundan las características de los más famosos expresionistas alemanes de entreguerras, de Wiene a Lang, de Pabst a Murnau, un mago de la imagen con una película inconclusa que se convertirá en el Grial del personaje central a lo largo de varias décadas, una historia admirablemente contada, literariamente bellísima y evidenciando una rara capacidad para la creación de una atmósfera onírica, como de pesadilla.

Relatos en 70 mm, entonces, es una más que plausible oferta para ver cine sin ver películas, para adentrarnos en universos cinematográficos que están negro sobre blanco, no en la pantalla gigante de una antigua sala de cine ni en la minúscula de un iPhone o de una tablet. Es una más que estimulante apuesta por ver cine sin verlo, de soñar cine imaginando los personajes, las escenas, las historias escritas y descritas por 23 autores. No es mala apuesta, no...