Rafael Utrera Macías

Introducción

Desde 2021, cuando se han cumplido 150 años del nacimiento de Serafín Álvarez Quintero (1871) y hasta 2023, un siglo y medio después del nacimiento de su hermano Joaquín (1873), el Ayuntamiento de Utrera (Sevilla), de donde eran ambos naturales, está ofreciendo una serie de actos en homenaje y recuerdo a los populares dramaturgos. Más allá de su celebridad propiciada por sus múltiples y aplaudidas obras teatrales, estos comediógrafos andaluces estuvieron muy atentos a las novedades culturales y populares más significativas de su tiempo, entre ellas, el cinematógrafo, con el que establecieron interesantes e interesadas relaciones que se orientaron tanto a cuestiones relacionadas con la industria como al fomento de sus aplaudidas obras.

Con este motivo, vamos a dedicar a dichos autores unos artículos en los que trataremos las actitudes de los dramaturgos ante la presencia del nuevo espectáculo cinematográfico, incidiendo, paralelamente, en la crisis del teatro (I). Ofrecemos a continuación la valoración literaria de su obra, mostrada tanto desde criterios positivos como negativos (II). Seguidamente, nos referiremos a las relaciones efectuadas por estos escritores con la industria del cine español y su apoyo a la creación de plataformas que tomaron sus piezas literarias como elementos sustanciales de éstas (III). Del mismo modo, tendremos en cuenta otros elementos fílmicos presentes en sus aplaudidas obras, así como la reacción de cierta crítica cinematográfica ante el intervencionismo de estos escritores en ámbitos concretos de nuestra industria del cine (IV). Tras la referencia al conjunto de piezas escritas por los hermanos Serafín y Joaquín y que, a lo largo de tres décadas se llevaron a la pantalla, seleccionamos para su comentario crítico el popular título “Malvaloca” por haber sido plasmada tanto en la época del mudo como, en dos ocasiones más, en el sonoro (V). Finalizaremos estos trabajos refiriéndonos a cómo cierta visión de Andalucía, salida de la filmografía quinteriana, conformó una específica simbolización de España (VI).  


Los Quintero entre una generación de escritores

Entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, comenzó a escribir un nuevo grupo de escritores, dramaturgos, novelistas, ensayistas, e intelectuales cuya ordenación, atendiendo a su fecha de nacimiento estaría formada por Unamuno, Benavente, Arniches, Darío, Blasco Ibáñez, Valle Inclán, Menéndez Pidal, Pérez Lugín, Baroja (Ricardo), Álvarez Quintero (Serafín), Baroja (Pío), Álvarez Quintero (Joaquín), Bueno (Manuel), Azorín, Zamacois, Maeztu, Manuel y Antonio Machado, Villaespesa, Espina (Concha), Marquina, Martínez Sierra, Muñoz Seca, Insúa, Francés (José) y Fernández Flórez (Wenceslao).

Tan amplia como fecunda generación ha sido clasificada por la historiografía literaria atendiendo a factores vinculados tanto al carácter de su obra, “noventayochistas” y “modernistas”, como a factores ajenos a ella, “cinematófilos”, “cinematófobos”. En efecto, desde finales del siglo XIX, el cinematógrafo, nuevo hecho social, pasa a ser espectáculo de público ingenuo y, posteriormente, fenómeno artístico, por lo que inicia una progresiva afirmación de su capacidad creativa entre los intelectuales. Su interés por el discurrir cinematográfico supuso un proceso lento y muy diverso: incluso los testimonios mejor intencionados incurrieron en desorientación sobre su esencia y sus valores. Los juicios y actitudes pro o anti-cinematográficos del grupo de escritores mencionados es acorde con las manifestaciones y actividades de los intelectuales europeos coetáneos, si bien es observable la tendencia española a manifestarse como “fruto tardío”. Sin embargo, España se mostró adelantada en la valoración intelectual del Cine desde las perspectivas de la crítica cinematográfica. La revista “España”, dirigida por Ortega y Gasset, fundó la crítica intelectual española en 1915. Los pseudónimos “El Espectador” y “Fósforo”, encubrieron los nombres de Federico de Onís, Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes, quienes eligieron el cinematógrafo como un tema más de sus colaboraciones periodísticas.

Por su parte, el Cine español, mudo y sonoro, se ha caracterizado por la búsqueda de un prestigio con el que satisfacer a públicos de mayor exigencia cultural. La Historia le ha ofrecido un amplio anecdotario bélico y sentimental y la Literatura una temática tan rigurosa como consagrada. Los cineastas, en general, recurrieron a elementos extra-cinematográficos y transformaron un medio autónomo de expresión en un instrumento divulgativo de la obra literaria.


Auge del cinematógrafo versus crisis del teatro

El auge del Cinematógrafo mudo y su devenir sonoro, coincidió con la crisis del Teatro, causada, entre otros motivos, por el favor que el público dispensó al nuevo espectáculo. El Cine ofreció una solución, más comercial que artística, a la pretendida crisis del género dramático: los dramaturgos, incluso los de éxito continuado, generalmente con un conocimiento equivocado del cine, se acogieron de diverso modo (adaptaciones, guiones, realización) a los beneficios que el “séptimo arte” les ofrecía.  Así se efectuó la colonización de un medio, el Cine, por parte de otro, el Teatro.

Sin perder de vista a los hermanos Álvarez Quintero, podríamos establecer los siguientes grupos de dramaturgos atendiendo a sus diversas actividades cinematográficas:

a) interesados en la producción cinematográfica con independencia de la teatral: en el cine mudo, Benavente (realizador, productor, guionista); en el cine sonoro de Hollywood, Martínez Sierra (guionista y realizador).
b) innovadores en la escena; establecieron relaciones entre los modos expresivos de ambos medios, generalmente incorporando proyecciones a la sesión teatral o combinándolas: Muñoz Seca, Martínez Sierra.
c) quienes con sus opiniones (y obras) sugirieron una salida a la crisis teatral creando un teatro espectáculo de características cinematográficas que aprovechase las innovaciones técnicas ofrecidas por el cine: Arniches, Valle Inclán, Azorín.
d) escritores que, identificando Cine y Teatro, actuaron como tabla salvadora de ambos y escribieron (guiones, adaptaciones) para el sonoro desde perspectivas teatrales: Marquina, los Quintero y demás componentes de la productora CEA (Cinematografía Española Americana) para quienes la actividad cinematográfica se había mantenido retrasada por la resistencia capitalista a la inversión, desconfianza hacia los temas típicos españoles y carencia de material técnico adecuado.

Consecuentemente, por las relaciones establecidas entre Cine y Teatro, puede observarse que el arte de Talía, al aportar hombres y obras a la realidad de la práctica cinematográfica, condicionó la temática y la expresión del Cine nacional. Los dramaturgos que colaboraron, activa o circunstancialmente, con el Cinema (Benavente, Muñoz Seca, Martínez Sierra, Arniches, Marquina y los hermanos Álvarez Quintero), no están incluidos en el grupo que la Historia de la Literatura llama “noventayochistas”. El Cine, en conflicto con la crisis de la escena, influyó, con su técnica y expresión, en la creación de la nueva obra teatral. Los dramaturgos que así lo entendieron y practicaron (Azorín y, en especial, Valle Inclán) están incluidos en el grupo que la Historia de la Literatura llama “noventayochistas”.


Las esfinges de Talía o encuesta sobre la crisis del Teatro

Novelistas y dramaturgos han sido los protagonistas de una colonización llevada a cabo en el cine mudo y, posteriormente, con más razón en el sonoro. Un numeroso grupo de escritores, lejos de considerar el cine como un medio específico de expresión, hicieron de él un instrumento divulgativo de su obra; fue una situación tan buscada como consentida por los cineastas, interesados, ante todo, en la mercantilización de la obra escrita; de este modo, convirtieron el Cinema en poderoso auxiliar de la Literatura.

La polémica “cine-teatro”, existente desde los primeros lustros del siglo XX, se avivó al final de la época del cine mudo (1928), considerada no sólo desde el ángulo artístico sino desde el económico. No todos coincidieron en señalar el cine como exclusivo causante de la crisis. Buena prueba de ello, por la heterogeneidad de las opiniones y la diversidad de los encuestados, lo constituye la serie de entrevistas que Federico Navas publicó en 1928 con el nombre de “Las esfinges de Talía o encuesta sobre la crisis del teatro”. Personalidades allegadas al cine y al teatro se fueron pronunciando sobre distintas facetas de uno y otro, sobre su competencia y evolución.

Para los hombres vinculados a la empresa y al negocio, el teatro se encontraba en crisis, pero era el cinematógrafo el que se encarga de compensar la economía; así, para A. Méndez Laserna: “El déficit que nos produce el teatro nos lo enjuga el cinematógrafo”. De igual manera se expresaba el empresario José Campúa, para quien sus teatros Romea y Maravillas vivían del cine Royalty. Para Antonio Armenta, gerente de las empresas Segarra, “no sólo el cinematógrafo no ha producido tal crisis, sino que es un estimulante para el teatro”. Un hombre de cine, Benito Perojo, estimaba que “para ver arte y arte teatral, tendremos absolutamente el cinematógrafo: bastará con ir al cine”. Y para el escritor Manuel Linares Rivas, el porvenir “está en el Cinema... el Teatro va a completar el Cinematógrafo y a completarse y renovarse en el Cinematógrafo, sin dejar de ser él mismo, el mismo Teatro; (...) el arte teatral llevará al llamado arte mudo o Séptimo Arte su alma pensante, su quietud a la mayor acción... que el cinema sea algo más que simple acción, acrobatismo y deportismo de cuerpos; que pase a las almas”.

Desde las páginas del periódico “El Sol” (23 febrero 1929), Ricardo Baeza afirmaba que “el teatro le debe ya mucho al cine. Le debe nada menos que el comienzo de su redención, la vuelta a su verdadera naturaleza. Gracias al cine, el teatro corría el peligro de convertirse cada vez más en espectáculo (…) tornará a basarse en la belleza de la palabra y del pensamiento, oponiendo todas sus virtudes interiores a la superior virtualidad externa del film”.

Y desde la revista madrileña “Crónica”, en 1930, Juan Antonio Cabero, inició la publicación de una encuesta dirigida a dramaturgos, novelistas, compositores, personajes del cine y del teatro, entre los que se encontraban los hermanos Álvarez Quintero. Las respuestas de estos comediógrafos fueron las siguientes;

- ¿Qué opina usted del film sonoro?
- Que es una maravilla del arte y de la ciencia y que abre a los ingenios y a los comediantes horizontes insospechados
- ¿Qué diferencia establece comparado con el mudo?
- La esencia es la que se acerca más que el otro al teatro. Como dicen en Andalucía, cuando un muchacho requiere de amores a una muchacha, el cinematógrafo le ha pedido la conversación al teatro.
- ¿Cree a los españoles capacitados para hacer películas parlantes?
- Los españoles son capaces de hacer en arte lo que hagan en cualquier parte del mundo. Y muchas veces lo han hecho y lo han superado.
- ¿Cuál es el camino a seguir según su criterio?
- Interesar en la patriótica empresa -de una importancia mucho más honda y más extensa de lo que a primera vista puede parecer-  a los capitalistas patriotas.
- ¿Prestaría su colaboración si se solicitase?
- La hemos prestado ya sin otra solicitación que la de nuestra conciencia, ni mayor interés que el de contribuir a lo antedicho. Tenemos, todos, el deber de nacionalizar el cinematógrafo. (Recogido en J. A. Cabero. “Historia de la Cinematografía Española”. Pág. 329)

La llegada del sonoro supuso, en opinión de los dramaturgos, no sólo una mayor proximidad entre cine y teatro sino, incluso, su identificación; el cine sería el medio idóneo para hacer teatro. Para ello, se constituirá la Compañía Española Americana (CEA), sociedad compuesta por un numeroso grupo de hombres de letras, dramaturgos y novelistas, quienes creyeron encontrar la fórmula apropiada para seguir haciendo teatro filmado, allanado el camino por haber encontrado el cine la palabra. El ejemplo más representativo lo constituye Jacinto Benavente, el hombre de teatro que más cerca estuvo de la práctica cinematográfica, mientras que los hermanos Álvarez Quintero se mostrarían muy activos, como queda reflejado en la encuesta, en pro de una cinematografía cuya base se asentaba en la literatura, propia o ajena. El cine español los convertiría, durante muchos años, en los autores más adaptados a la pantalla, tal como más adelante diremos.

Ilustración: Una imagen fotográfica de los hermanos Álvarez Quintero.

Próximo capítulo: Los hermanos Álvarez Quintero. Opiniones positivas y negativas sobre su trayectoria literaria (II)