Rafael Utrera Macías

Unamuno tituló la trilogía formada por “Dos madres”, “El marqués de Lumbría” y “Nada menos que todo un hombre” como “Tres novelas ejemplares y un prólogo”; precedía, pues, este bloque al que el autor estuvo dispuesto a denominarlo también novela, de manera que aquel tomito, publicado por Calpe en 1920, podría haberlo titulado “Cuatro novelas ejemplares”. Para la justificación del término “ejemplares”, recurrió el escritor vasco a Cervantes, como no podía ser de otra manera, puesto que el autor de “El Quijote” así denominó a un conjunto de piezas literarias a las que consideraba de tal condición, aunque anteponiendo en ellas sus valores estéticos a los morales. Y otra cuestión no menos cierta, lo de “ejemplares” fue condición adquirida a posteriori, una vez escritas, y ello tanto en el caso del primer Miguel, castellano, como en el de este otro, D. Miguel, vasco, quien las da como “ejemplo de vida y de realidad”; estos personajes son reales, realísimos, “y con la realidad más íntima, con la que se dan ellos mismos, en puro querer ser, o en puro querer no ser, y no con la que le den los lectores”. Y tras una serie de elucubraciones sobre teorías literarias y personajes de ficción vuelve al concepto de realidad para aseverar que ésta “no la constituyen las bambalinas ni las decoraciones, ni el traje ni el paisaje, ni el mobiliario, ni las acotaciones, ni…”.  Y, tras otras disquisiciones de diverso calibre literario, sintetiza y resume de este modo: “todo hombre humano lleva dentro de sí las siete virtudes capitales y sus siete vicios opuestos, y con ellos es capaz de crear agonistas de todas clases”.   

En las breves novelas “Nada menos que todo un hombre” y “Dos madres”, el autor, prescinde de cuanto no sea disquisición interpersonal o elucubración personal y sobre ello discurren trama y drama.

Tales consideraciones tienen sus ventajas y sus inconvenientes para cuantos cineastas decidan servirse de la obra unamuniana a fin de llevarla a la pantalla. De una parte, se encuentran con una breve pieza literaria que desarrolla, con extremada precisión, una elaborada argumentación; de otra, se elimina en ella cuanto no sirva a la estricta comunicación individual, ignorando, como ya hemos anticipado, ubicaciones y contextos que de poco valen a las situaciones trágicas o cómicas sobre las que discurre la obra. Para el cineasta poco escrupuloso que tome la obra unamuniana como valor de cambio o, simplemente, como elemento de prestigio, tiene aquí un campo abierto para hacer discurrir los hechos entre modalidades visuales de su propia creación, ayudado por el director artístico, compositor musical, figurinista, etc. 


Nada menos que todo un hombre

En “Nada menos que todo un hombre”, Julia, la bellísima hija de don Victoriano Yáñez, es la carta que juega el padre para saldar sus estafas y sus deudas. Alejandro Gómez es un indiano cuyo pasado no está exento de leyenda; su inmenso poder económico está en paralelo con su virilidad y con una conducta social que está muy lejos del caballero al uso. Ello no impide a la joven enamorarse de él, por más que dicho enamoramiento no esté exento de temor e, incluso, de miedo. Ante el comportamiento de él para con su legítima, ésta pretende exigirle amor y no sólo protección y posesión. El intento de provocarle los celos con un noble, asiduo visitante de la casa, no surte el efecto deseado, aún más provoca el desprecio de Gómez, quien se satisface sexualmente con una criada porque Julia es “demasiado hermosa para diario”. Forzando ilegalmente ciertas irregularidades hace pública la locura de Julia y opta por internarla en un manicomio. La mujer se desmiente y el esposo la recibe pacífica y amorosamente, pero la enfermedad se ha cebado con ella; ante la imposibilidad de recobrar la salud, la esposa muere y el marido, abrazado a su cadáver, se suicida no sin antes pedir perdón al hijo de ambos. Ha muerto nada menos que todo un hombre.

Carácter y comportamiento de Alejandro no van en paralelo a las normas sociales imperantes en una sociedad tan burguesa como provinciana. Le cuadran adjetivos como déspota, insolidario, incivil, y otros semejantes. ¿Le es aplicable el término “persona”? Su voluntad y su proceder explotan cuando se enfrenta a acciones u omisiones que no encajan en su código de costumbres, en su ley particular, en su capacidad para comprar a otros y reducir situaciones poniendo el dinero encima de la mesa.


Rafael Gil: una respetuosa adaptación

La larga trayectoria de Rafael Gil como eficaz y prolífico adaptador de obras literarias se remonta a 1941 con la filmación de El hombre que se quiso matar, según texto original de Fernández Flórez; en 1947 rueda su versión de El Quijote; en la década de los setenta adapta a Unamuno, Pérez Galdós, Azorín, Lope de Vega, García Serrano, Ana Diosdado, etc.; en su etapa final, que finaliza en 1983, adapta las novelas de Vizcaíno Casas, tal como Y al tercer año resucitó o Las Autonosuyas.  

¿Qué ha hecho Gil con este argumento unamuniano? Siguiendo su respeto habitual hacia el autor elegido, mantener el armazón de la historia y dotarlo de primeras figuras de la interpretación para asegurarse una sólida ejecución del texto original. Francisco Rabal y Analía Gadé responden satisfactoriamente a los respectivos papeles de Alejandro y Julia; numerosos secundarios amplían la nómina de personajes de manera que, lo que pudiera parecer la versión de una obra de teatro, quede como novelada versión cinematográfica; no en balde, la adaptación de la obra original la efectuó Rafael J. Salvia y los diálogos fueron redactados por José López Rubio; la ambientación y decorados ilustraban visualmente la historia. La productora del director, Coral, y la distribuidora, Paramount, podían estar satisfechas. La revista “Fotogramas”, que por entonces distinguía en sus críticas la calificación artística y la comercial, otorgaba tres estrellas (sobre cinco) en cada uno de los apartados.


“Dos madres”, novela, convertida en Acto de posesión, película

En la novela “Dos madres”, Unamuno plantea el tema de la esterilidad en la mujer y la imperiosa necesidad de ser madre o, al menos, sentirse como tal. Raquel, viuda, vive amancebada con Juan, un hombre timorato que se encuentra perdido tanto en su pequeño mundo como en su particular destino. Raquel se ilusiona con una adopción y manipula lo necesario para que ello se haga realidad: organiza el matrimonio de Juan con Berta, hija de familia arruinada, de cuya unión debe esperarse un hijo. Advertencia al futuro marido: “no se trata de quererla, sino de empreñarla”. Este pobre Juan temblaba entre las dos mujeres, entre su ángel y su demonio redentores, aunque se atreve a decirle a su Raquel: Berta está prendida de ti, la subyugas. Y el autor literalmente asevera: “De quien estaba Berta perdidamente enamorada era de Raquel. Raquel era su ídolo”. Nacerá una niña, morirá el padre, las dos madres, como en el juicio de Salomón, se disputarán a la criatura, aunque Raquel habrá organizado un final feliz para ella por la manipulación de los dineros propios y ajenos en su beneficio, aunque el infierno siga estando “en el centro de un vientre estéril”.

Con el título Acto de posesión filmó Javier Aguirre la versión cinematográfica de la novela ejemplar unamuniana. La adaptación fue realizada por el propio director juntamente con Juan León y Antonio Nieto. El film pertenece a ese grupo de la filmografía del realizador donde la comercialidad está por encima de otras inquietudes. En el inicio de la transición española (1977), la censura comenzaba a permitir determinadas cuestiones, temáticas o formales, hasta entonces censuradas en las pantallas de este país. La coproducción con México avalaba una distribución más amplia y la unión de los productores Luis Méndez y Julián Esteban con la firma sudamericana Pelimex aseguraba la producción. La actriz Isela Vega acompañaba a Patxi Andión y a Amparo Muñoz, pareja en la vida real, para desarrollar los principales papeles: Raquel, Juan y Berta. Los secundarios: Rosa Valenty, Luis Ciges, José Sacristán, Carmen Martínez-Sierra, entre otros. Algún comentario crítico la describía con pocas palabras: “pseudoerótico folletín menos que mediocre”. Aunque, si recurrimos a la conversación entre Augusto y Víctor, en “Niebla” (capítulo XXV), podríamos oír este diálogo:
- Porque ahí hay cosas que rayan en lo pornográfico y hasta a veces pasan de ello…
- ¿Pornográfico? ¡De ninguna manera! Lo que hay aquí son crudezas, pero no pornografía. Alguna vez algún desnudo… pero nunca un desvestido… Lo que hay es realismo… y, además, cinismo (…) Pero el cinismo no es pornografía. Estas crudezas son crudezas… pedagógicas”.


Las cuatro novias de Augusto Pérez, una versión de “Niebla”

Dos años después de publicar “Del sentimiento trágico de la vida”, en 1914, Unamuno saca a la luz “Niebla”, dos obras clave, una, en la conformación de su propio pensamiento crítico, otra en la organización y desarrollo de la estructura narrativa de su novela. El problema del hombre, su vida, su muerte, su perduración y los mil y un entrecruzamiento de estos conceptos, darán paso a una compleja composición en la que una historia principal va desarrollando otras, aparentemente secundarias, que conforman un todo armónico y otorgan sentido último a la totalidad de la ficción.

Augusto Pérez es el personaje principal y, en relación a él, aparecen personas o grupos de ellas con sus historias particulares; el entramado social que así resulta parece vivir inmerso en la niebla. Y entre quienes tienen presencia y voz ni siquiera va a faltar el propio autor, el creador de la novela, el mismo don Miguel de Unamuno, quien será visitado por Augusto; ambos, creador y creado, entablarán pertinente discusión sobre los personajes de ficción, su creador, el suicidio y la muerte.

La película modificó el metafórico título de la novela, “Niebla”, por el mucho más prosaico y comercial de Las cuatro novias de Augusto Pérez, hecho que, en función de distintas circunstancias, efectuó la productora del film. La dirección y la adaptación cinematográfica, que en los créditos se precisa como “versión libre”, es de José Jara (José Royo Jara, 1940-2014), cuya filmografía se compone de diversos cortos y de los largometrajes El transexual (1977) y El oasis de las chicas perdidas (1981) (ésta firmada como John O´Hara por discrepancias con la productora); fue profesor de la Facultad de Ciencias de la Información (Universidad complutense), donde impartió materias relativas a la Comunicación Audiovisual.

Nuevamente, la ópera prima de un director recurre a una compleja y personalísima obra del escritor vasco para formular una propuesta que se sitúa en las problemáticas aguas de una cinematografía a caballo entre el final de la dictadura y el incipiente arranque de la democracia. En este contexto socio-político, Jara quiere partir de la novela original para transformarla (“versión libre”) en una obra propia; en tal sentido, deseaba convertir al creador Unamuno, personaje de la obra y creador de Augusto, en director de cine (según entrevista al director efectuada por Luis Deltell), junto a otras variantes personales, lo que no fue permitido por los responsables económicos de la producción, Lourdes Martínez Aronson y José López Moreno, quienes tenían puestos sus intereses en profesionales acreditados, tales como el director de fotografía José Luis Alcaine, el compositor Antonio Pérez Olea o el montador José Salcedo, y en la probada capacidad interpretativa de Fernando Fernán Gómez (Augusto), Charo López (Eugenia), Máximo Valverde (Mauricio), a quienes acompañan María Luisa Ponte (Liduvina), Norma Kerr (Rosarito), además de Carmen Martínez Sierra y Manuel Pereiro en otros papeles secundarios.

El guionista entresaca de la voluminosa trama literaria una línea argumental cuyo epicentro está en la incapacidad/capacidad de Augusto para enamorarse y mantener una relación natural con una mujer, dejando atrás su fetichista obsesión por objetos femeninos (maniquí, guantes, peluca, revistas pornográficas, etc.); con Eugenia aprenderá a ver a la mujer y a las mujeres de su entorno, a lo que se une su facultad de ensoñación para con ellas; únase a esto su capacidad económica para resolver situaciones que pudieran derivar en boda. Fernán Gómez pone voluntad interpretativa en el inmaduro y extraño personaje haciendo caso a las sugerencias del guion, aunque, acaso, teniendo muy presente cuanto en la novela se dice. Por si al espectador no le quedara claro el título de la película, las fotografías de las “cuatro novias” se dejan ver en varias ocasiones: la madre de Augusto junto a Eugenia, Liduvina y Rosarito. De otra parte, Orfeo, el perro, sólo es el acompañante ocasional de su amo y no el callado confidente al que Augusto le cuenta sus cuitas tanto amorosas como existenciales; su dueño le tranquiliza porque la ruptura de la pareja permitirá que Eugenia nunca lo ponga en la calle.  


La presencia de Unamuno no tendrá lugar

La última parte de la película es una intencionada desviación respecto del original literario. Jara lo resuelve en una iglesia, con un Augusto ofuscado y enloquecido porque la boda, su boda con Eugenia, no se celebrará por expresa voluntad de la novia. El desolado prometido grita desde el altar, desde el púlpito, enfrentándose a ese creador a quien ofende y discute. El director sustituye la reclamación al creador de la “nivola” por otra reclamación al creador del mundo. El coloquio entre Augusto, un ente de ficción, y su creador, Unamuno, no tendrá presencia en el film y con él, el diálogo sobre el suicidio y los entes de ficción nivolesca… Del mismo modo, la muerte de Augusto se resolverá de otra manera en la película: mientras el autor literario lo sitúa en su casa, asistido por Liduvina, tras haberle proporcionado la comida solicitada por su voraz apetito, Jara lo ambienta en el lugar donde debía celebrarse el banquete de la boda. Allí, Augusto devora comestibles varios y múltiples porciones de tarta que acompaña con licores diversos y cantidades de bebidas de todo tipo… La locura da como resultado la indigestión y ésta… la muerte; ¿suicidio voluntario o involuntario?

Jara resolvió estas secuencias con efectos experimentales de imagen y sonido basados en distorsiones de uno y otro, mostrando así al espectador las alucinaciones y locuras del personaje; el agradecimiento del director a la entidad que lo hizo posible puede leerse en los créditos finales: el Centro Torres Quevedo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Lamentablemente, la película pierde estos elementos cuando se trata de las modalidades en vídeo, grabado de televisión o formato dvd.

La voluntad de los productores no sólo condujo a imponer tan extraño título al film sino a mostrar desinterés en su prioritaria exhibición madrileña; su estreno en provincias, por medio de la publicidad y de la crítica, da a conocer la película. Según Jara, los contratos de exhibición se hicieron con los distribuidores regionales. En la entrevista efectuada por Antonio Gregori en su libro “El cine español visto por sus directores” y a la pregunta de si está satisfecho con su ópera prima, el director responde: “No. Es una película fallida, una película a la que le falta un guionista, alguien que hubiera ordenado aquello un poco...”. Y respecto al final del film, declara: “Yo lo resolví de forma onírica, pero creo que podría haberse hecho de otra manera”.
   
Ilustración: Cartel de Las cuatro novias de Augusto Pérez


Próximo capítulo: Unamuno: frente al cine, contra el cine, en el cine (VI). Televisivas versiones de “Niebla” con cierto aroma de Hitchcock