Rafael Utrera Macías

Dos versiones de “Niebla” producidas por Televisión Española
Niebla, de Pedro Amalio López. Unamuno, personaje en la pequeña pantalla

En la temprana fecha de 1965 (TVE había nacido nueve años antes), Pedro Amalio López realizó y dirigió “Niebla” para el espacio “Novela”. Se componía de cinco capítulos, emitidos de lunes a viernes desde el 4 al 8 de octubre, cuya duración oscilaba entre 26 y 38 minutos, conformando un total de 160. El rótulo inicial ofrecía la palabra Niebla en progresiva transformación de ilegible a legible; los demás, indicaban los nombres de los intérpretes correspondientes a cada capítulo. Eran estos: Augusto: Agustín González; Eugenia: Elena Espejo; Víctor: Fernando Guillén; Liduvina: Margarita García Ortega; Ermelinda: Carola Fernán Gómez; Don Fermín: Félix Fernández; Mauricio: Martín Carrillo; Rosarito: Concha Cuetos; Don Antolín: Julio Navarro; Unamuno: Vicente Vega. El adaptador del original para la adaptación televisada fue el guionista José María Rincón y del personal técnico, según estos créditos, sólo aparece el escenógrafo, Juan León, y el iluminador, Romay. Obviamente la grabación fue en blanco y negro.

Los escenarios principales se reducen a los respectivos domicilios de Augusto y de Eugenia, además de un banco en la pequeña zona de un parque (cumple funciones diversas para el oportuno engranaje de las escenas) y un ficticio vagón de ferrocarril (para una breve conversación entre dos personajes). Estamos, pues, ante un programa denominado “novela” grabado como “teatro” para televisión, con sus correspondientes espacios y decorados resueltos por el escenógrafo citado; la iluminación, de un acreditado profesional, proyecta las sombras de los personajes, factor negativo resultado de la técnica de un primitivo lenguaje. La inclusión de este título en nuestro artículo está en función de la obra y autor adaptados antes que en los formatos y procedimientos usados.  


Víctor Goti, el narrador

El prologuista que Don Miguel inventó, Víctor Goti, al tiempo personaje en la obra como el amigo de Augusto, es aquí el narrador de los hechos; lejos de utilizar la voz en off para su relato, se presenta dirigiéndose al espectador y, consecuentemente, rompiendo “la cuarta pared” que, ahora es, la pantalla del televisor. Él será el presentador de situaciones y el definidor de las cuitas vitales y mentales de su compañero; fiel compañero hasta en el mismo momento de su muerte. Es, pues, un personaje pedagógico a fin de que el espectador pueda seguir tanto argumentación y trama novelesca en sus líneas generales como la continuidad de un capítulo a otro.

La problemática de Augusto, un hombre “a medio hacer”, como lo define su amigo, entra en juego por medio de las tres mujeres que giran a su alrededor: su ama de llaves, Liduvina, Eugenia, la inalcanzable novia, y Rosarito, la deseada planchadora, que no comprende al “señorito” pero está dispuesta a quererle. En este debate, tan íntimo como público, no falta un beso, que casi no llega a serlo, ni un abrazo, forzado en apariencia y deseado en el fondo. Mientras, Liduvina, ejercerá de protectora madraza, aunque siempre con el genio retorcido porque don Augusto sigue necesitando a su madre.

En contraste, las escenas cómicas están en manos de Ermelinda, la tía de Eugenia, “manipulanta” fundamental en la misión de casadera de su sobrina, y su marido, Don Fermín, anarquista místico y practicante del esperanto, pero, según sus palabras, un cero a la izquierda en su casa (dos notables interpretaciones de Carola Fernán Gómez y de Félix Fernández). En la misma línea interpretativa está el personaje de Don Antolín, con su doble y bien diferenciadas manifestaciones en la casa de Augusto y en el fortuito encuentro con éste, camino de Salamanca, en el tren; este erudito caballero, de larguísimo apellido griego, a quien Augusto consultaba sobre el alma de la mujer, parece hacer referencia a Menéndez y Pelayo, por quien Unamuno no tenía ninguna estima. De otra parte, ni guionista ni realizador se han olvidado de Orfeo, el perro, con quien Augusto, su amo, mantiene largos monólogos para informarle de sus cuitas, tan sentimentales como secretas.


Criatura frente a creador

Pero, sin duda, escena fundamental es la visita que Augusto Pérez hace a don Miguel de Unamuno en su despacho salmantino. La discusión entre autor/creador y criatura creada/personaje de ficción tiene como punto de arranque la decisión de suicidarse de éste. El “tú no existes fuera de mi”, “tú no estás vivo” o “decido matarte yo” produce la reacción del “que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad ni vivo ni muerto”, “Dios dejará de soñarle”. El clímax de la escena llega cuando la interpretación de Agustín González se ofrece en un primer plano donde gesto facial y manos adquieren el dramático significado de cuanto ocurre en su interior motivado por las respuestas de su creador. Este, Don Miguel de Unamuno, el autor convertido en personaje, el creador de su criatura de ficción, está interpretado por Vicente Vega, actor de reparto en televisión y cine además de profesional del doblaje en uno y otro medio. Acaso sea la primera vez que el catedrático de la Universidad de Salamanca, el escritor Unamuno, aparece como personaje cinematográfico o televisivo en la pantalla pequeña o grande.


Niebla, de Fernando Méndez-Leite. Unamuno con aromas de Hitchcock

El 22 de marzo de 1976 se emitió por TVE, dentro del programa “Los libros”, una versión de “Niebla”, dirigida por Fernando Méndez-Leite, con duración aproximada a 60 minutos. Su característica más llamativa es la filmación en color; el responsable de la fotografía fue José F. Aguayo. El guion, tomando como base la obra original, está firmado por Luis Ariño y Manuel Marinero, ambos con amplia experiencia en el campo de las adaptaciones literarias; a la vista del resultado en pantalla, parece ser que el director realizador añadió alguna secuencia propia que marcaba sus intenciones respecto de la pieza literaria y televisiva. El reparto estaba compuesto de la siguiente manera: Augusto Pérez: Gerardo Malla; Eugenia: Mónica Randall; Unamuno: Luis Prendes; Rosarito: Pilar Bayona; Fermín: Rafael Somoza; Mauricio: Daniel Martín; Ermelinda: Camino Delgado; Portera: Conchita Leza; Liduvina: Paloma Pagés; Víctor Goti: Miguel Rellán; Caminante en la noche: José Manuel Cervino; Paparrigópulos: Félix Rotaeta; Domingo: Vicente Cuesta; Monja: Asunción Molero; Chicas 1 y 2: Marisol López y Charo González.

Dado que Unamuno es personaje en su pieza literaria, Méndez-Leite comienza su película con el propio Don Miguel, iniciando su jornada cotidiana y profesional en su despacho mientras escribe sobre su experiencia ciudadana en España o en el exilio francés. El paseo por la ciudad, Salamanca, le lleva al puente romano; en él está también un hombre que atrae su atención; cuando éste emprende su marcha hacia el centro salmantino, el escritor le sigue, interesado por quien parece resultarle conocido y por quien, momentáneamente, siente un curioso interés. Camina por calles empinadas, por otras más estrechas, algunas con pronunciadas cuestas, mientras vemos monumentos como la Casa de las Conchas, la Catedral, la Universidad. El misterioso personaje ha entrado en un convento y el sorprendido catedrático y escritor lo ve subir al piso superior, atravesar el claustro… hasta desaparecer de su vista. La monja que le sale al encuentro, responde a su pregunta: él es la primera persona que en ocho meses entra en el convento. Perplejidad absoluta. A su regreso a casa, busca en su biblioteca uno de sus libros; en el anaquel están sus conocidos títulos; elige “Niebla” y en él está el personaje de Augusto Pérez, su criatura de ficción con quien tendrá una tormentosa discusión antes de acabar la obra. 


Unamuno como Scottie Ferguson

Desde que comenzó el seguimiento del personaje creado por su autor, los espectadores apenas hemos percibido una música que se acompasa mientras se va creando el seguimiento del “otro”. La composición es de Bernard Herrmann y corresponde a la banda sonora de la película De entre los muertos/Vértigo, de Alfred Hitchcock; en ella, John “Scottie” Ferguson (James Stewart), policía retirado por padecer acrofobia, recibe el encargo de un viejo amigo de seguir a su esposa Madeleine (Kim Novak), quien parece estar poseída por tendencias suicidas. El hombre sigue a la mujer por calles y avenidas, en coche y a pie, en su visita a un cementerio, en el museo de la Legión de Honor, finalmente, entrando en el hotel McKittick… donde la ve asomarse a la ventana. Scottie pregunta por ella a la recepcionista, pero ésta le asegura que nadie ha entrado; incluso le muestra el vacío dormitorio de Madeleine y su automóvil, que el detective ha visto con sus propios ojos cómo lo aparcaba su conductora, no está en la calle… No será ésta la única semejanza entre el comienzo del film hitchcockiano y el de la Niebla televisiva; Méndez-Leite hace otros guiños al espectador, no sólo manteniendo la música de Herrmann en diferentes secuencias sino convirtiendo en convento el lugar donde entra Augusto seguido por su creador y siendo una monja la que responde a Unamuno, al igual que Hitch situaba el crimen en la misión de San Juan Bautista justo al final cuando Scottie y Judy suben a la torre y ésta (al ver a la misteriosa sombra, una monja de la iglesia ) se asusta, resbala y cae al vacío.


Augusto en su problemática situación sentimental

Tras esta introducción, la película se adentra en la vida de Augusto Pérez y en su problemática situación sentimental para con Eugenia primero y con Rosarito después. En el domicilio del “señorito” sirven Domingo y su esposa Liduvina quienes aconsejan y orientan a su patrono, según su humilde parecer, al tiempo que juegan a las cartas con él; el personaje de esta ama de llaves actúa más moderada y modosamente en su relación con Augusto que en versiones anteriores. Orfeo, el perro, cumple, como es su destino, las audiencias que su amo le depara con relativa frecuencia. Las conversaciones con Víctor Goti se suceden con los consabidos temas literarios, tales como las características de la novela que éste escribe y la denominación relativa a “nivola”, así como las peculiaridades del personalísimo género literario. Del mismo modo, este personaje dialoga con el denominado “caminante en la noche” para recrear su conversación en torno a la historia del “fogueteiro” ciego, quien seguía creyendo en la belleza del rostro de su esposa a pesar de tenerlo quemado; tras esta leyenda, Goti relata la historia que ahora escribe; es, además, el narrador que en sus conversaciones apunta situaciones y matiza actitudes como buen guía para el espectador.

Para Augusto, su existencia es niebla; de ella surge Eugenia, que le ha salido al paso en la vida y de quien se enamora, pero, al tiempo, le ha insuflado la atracción hacia cualquier otra mujer, a las que sigue por la ciudad, o a las que acuden a casa, como Rosarito, la planchadora, con cuya conversación se embelesa y acaban besándose apasionadamente.

La relación con la pianista se orienta hacia un zigzagueante noviazgo que, pudiendo acabar en boda, no tendrá lugar. Mientras tanto, el autor les hace compartir situaciones donde ella accede a tocar el piano y él se inspira para ofrecerle a ella un poema, mentalmente en la película, aunque bien precisado en la novela: “…Nacidos para arar juntos la vida/ no vivían; porque él era materia/ tan sólo y ella nada más que espíritu/ buscando completarse, ¡Dulce Eugenia!”


Variantes del final

La carta última de la novia al prometido modificará la prevista boda y Augusto tendrá como solución la visita a Don Miguel para consultarle sobre el final de su vida y su suicidio. Méndez-Leite, manteniendo la esencialidad del dramático texto, plantea el encuentro un punto diferente a como habitualmente lo habían dramatizado sus precedentes. Unamuno lo escribe, dado que es el creador de la situación y redacta en su novela aquello que los espectadores vamos a leer. Así, es no sólo personaje sino también autor, más autor que antes. En esta Niebla, el primero en aparecer era él; también, ahora, él cierra la película mientras lee “Rojo y negro”, novela psicológica por antonomasia, y redacta ese texto donde los términos “morir soñando” y “soñar la muerte” están escritos el 28 de diciembre de 1936, tres días antes de su fallecimiento.

Otros personajes, como Paparrigópulos, Mauricio, Ermelinda y Don Fermín, etc., cumplen sus papeles satisfactoriamente adecuándose a los textos seleccionados del original por los guionistas y a las directrices de actuación señaladas por el director. Entre los recursos utilizados, se da puntualmente algún caso de monólogo interior, así como la continuidad o racord utilizando la carta que se escribe seguida de la misma carta que se lee. Hitchcock se deja notar alguna vez más: la entrada de Augusto en su casa permite ver la escalera de ese domicilio y su llegada a su habitación, en el primer piso, todo ello, filmado en un solo plano; tras ofrecer la cara extrañada de Pérez, se enfoca el fondo de la oscura calle por donde aparece una fantasmal figura enlutada… como la aparición de la monja que en el film de Hitch sorprende a la pareja en lo alto del campanario, como el rostro de Scottie en la cornisa de la torre…

Ilustración: Luis Prendes, como Unamuno, en Niebla, de F. Méndez-Leite.

Próximo capítulo: Unamuno: frente al cine, contra el cine, en el cine (VII).
El personaje en el cine español. Aspectos biográficos de Unamuno en Caudillo, La isla del viento y Mientras dure la guerra