El cineasta británico Danny Boyle se hizo un nombre en su país y en el mundo con dos títulos: Tumba abierta y, sobre todo, Trainspotting, que pretendía recoger cierto ambiente nihilista de la actual juventud, sin horizonte, esperanza ni valores. Después, ya en Hollywood, petardeó sucesivamente con Una historia diferente, marcianada sobre un secuestro en el que la rehén era la que cortaba el bacalao, y, sobre todo, con La playa, barrida por el fenómeno de Leo DiCaprio en pleno éxito apoteósico de Titanic, con lo que aquello fue una merienda de negros.
Con buen criterio, Boyle ha vuelto al redil, a su Reino Unido, para fantasear sobre uno de sus temas preferidos, los zombies; tiene dicho que es un rendido admirador de la trilogía de George A. Romero, constituida por La noche de los muertos vivientes, Zombi y El día de los zombies, un serial auténticamente clásico en el género del terror. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo, como dice el refrán español, y pronto vemos que Boyle no va a alcanzar las cotas de Romero.
El filme comienza bien, con la explicación de cómo un puñado de activistas "pro-animales" libera, no sabemos si deliberadamente, un virus mortal y altamente peligroso, que convierte a los infectados en bestias sedientas de hambre, cuyo plato preferido es la carne de ser humano poco (o nada) hecha... El protagonista resulta ser un chico en estado de coma por accidente de tráfico, que se despierta cuando Londres es un desierto humano.
Esa es la mejor parte, cuando la absoluta desolación de una ciudad como la populosa capital inglesa hace intuir que las trompetas del Apocalipsis no están lejos. Pero después Boyle se lía, y hace que nuestro protagonista se sume a dos grupos de supervivientes consecutivos, para acudir todos juntos a un supuesto paraíso en el que el Ejército tiene la salvación para la plaga.
Como era de prever, se trataba de una engañifa, pero toda esta parte resulta bastante más floja, como si la supuesta denuncia de la locura del jefe militar quisiera cubrir los defectos narrativos y argumentales. Quedan algunos momentos de genuino terror, sobre todo aquéllos en los que los zombies (unos monstruos mucho más repugnantes y furiosos que los de Romero) acosan a los protagonistas, pero el conjunto no termina de cuajar, a pesar de la suntuosa producción, la aceptable interpretación y algunos apuntes interesantes.
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