Pelicula:

El deporte en el cine español es más bien una rara avis. No es que en otras cinematografías sea mucho más abundante, pero a buen seguro que sí más que en el español. Así a vuela pluma, de los últimos años solo recordamos en nuestro cine una peli con tema deportivo (aunque realmente había otra historia subyacente que lo trascendía), en concreto Campeones (2018), que por lo demás fue muy bien en taquilla, siendo la cinta de mayor recaudación del cine patrio en su año.

Pero da la impresión de que no hay mucho interés por parte de los productores en esta temática en nuestro país. Por eso sorprende la producción de un film como este 42 segundos, ambientado además en un deporte, el waterpolo, que no es que sea precisamente de masas, aunque sin duda tiene sus seguidores. La película juega la baza de la gesta épica, que tan bien sienta al cine deportivo; véanse casos como Rocky o Evasión o victoria, por poner dos muy evidentes. Además, la peli que comentamos está basada en un hecho real, con lo que ello supone de (supuesto) plus de interés, aunque como veremos la cosa no termina de funcionar como debería.

La acción se inicia a principios de 1992. Barcelona ha sido elegida por el Comité Olímpico Internacional como sede de los Juegos de Verano de ese año, y el equipo de waterpolo español, compuesto fundamentalmente por catalanes (donde esta disciplina deportiva, históricamente, siempre ha sido muy fuerte), se encuentra en la tesitura de qué hacer, a la vista de que el combinado nacional es bastante endeble, y se teme hacer el ridículo en casa en tan señera ocasión, la primera vez en la que los Juegos Olímpicos se celebran en España. En ese contexto, la Federación da un golpe de timón, destituye al seleccionador y coloca en su puesto a Dragan Matutinovic, entrenador croata que se siente especialmente motivado porque la selección más fuerte del momento, la italiana, está dirigida por un serbio, estando en aquel momento ambos países, Croacia y Serbia, enfrentados bélicamente en aquella horrible conflagración que tuvo lugar en los Balcanes en los años noventa y que desmembró a la antigua Yugoslavia en unas cuantas taifas.

Matutinovic impone un régimen de cuasi terror, con entrenamientos maratonianos y decisiones arbitrarias y éticamente muy cuestionables. Al frente de los seleccionados se encuentran dos jóvenes muy distintos: el catalán Manel Estiarte, que juega profesionalmente en la liga italiana, y que sufre en silencio una secreta tragedia que lo mantiene encerrado en sí mismo; y el madrileño Pedro García Aguado, uno de los nuevos miembros llegados al combinado nacional, dado a la juerga, el alcohol y las sustancias inhaladas por la nariz (y no, no  hablamos del Respibién...). De ese choque de trenes, con el azote del seleccionador de fondo, surgirá sin embargo algo importante, la unión de dos formas de ver el deporte, pero también la vida, contribuyendo con ello poderosamente a que aquel equipo de tuercebotas (o como se diga en waterpolo) consiguieran algo imposible solo unos meses atrás.

42 segundos es una peli ciertamente resultona: su carácter de gesta heroica, contra toda esperanza, está bien dada por los directores, en especial en una segunda parte que se desarrolla en su casi totalidad dentro de la piscina olímpica en los diversos partidos que hicieron que España consiguiera llegar a la final, donde esos 42 segundos del título serían fundamentales para el resultado del partido. Las tomas acuáticas están bien filmadas, y la fuerte preparación previa de los actores para parecer realmente waterpolistas nos hacen creer que realmente lo son. Esa segunda parte, con los sucesivos partidos ganados cada vez con más dificultad, hasta llegar a semifinales donde todo se decidirá a cara de perro y a fuerza de amor propio y determinación, resulta ser entretenida y con una tensión sostenida y bien administrada. Lástima que la primera parte, en la que lo que predomina es el durísimo entrenamiento del nuevo seleccionador, resulte por comparación bastante más aburrida, entre otras cosas porque en ningún momento el espectador termina de identificarse con ninguno de los protagonistas, ni con el personaje de Estiarte, cuyo encierro sobre sí mismo por su tragedia personal hace difícil cualquier proceso de acercamiento, y mucho menos con el de Pedro, un vivalavirgen en el que, sin embargo, no se profundiza en lo que parece un trauma familiar de distinta estirpe, el de una flagrante desatención paterna en un barrio de modesta extracción social.

Así las cosas, y sin asideros por parte de los espectadores para hacer suyas las tribulaciones de los protagonistas, la película se deja ver pero no termina de ser lo que podría haber sido a poco que De la Orden y su colega en la dirección, Àlex Murrull, que se estrena en el largometraje, hubieran puesto un mayor énfasis en las vidas personales de ambos, que quedan solo como un muy difuso paisaje, fiándolo todo los directores a la gesta épica de aquellos chiquilicuatres que llegaron inopinadamente a la cima del mundo sin saber muy bien cómo lo hicieron; porque los entrenamientos draconianos (perdón por el chiste malo, dado que el seleccionador se llamaba Dragan...) probablemente no pueden justificar que un grupo de waterpolistas de tercera llegaran a tutear a la mayor potencia mundial del momento en esa disciplina; debió haber otros elementos en aquel equipo para que creciera de esa manera, y esos elementos, o no están, o apenas se esbozan.

Dani de la Orden, que en los últimos tiempos se había dedicado mayormente a la comedia (El mejor verano de mi vida, Hasta que la boda nos separe, Mamá o papá...), vuelve ahora al género de la dramedia con el que se dio a conocer (con el díptico formado por Barcelona, noche de verano y Barcelona, noche de invierno). En cuanto a los intérpretes, vemos un problema con Álvaro Cervantes en el personaje de Manel Estiarte, el que fuera capitán de aquella selección, y es que el por lo demás buen actor barcelonés carece del carisma de aquel tipo que fue capaz de echarse a la espalda al equipo, galvanizar a sus compañeros y, con ellos, crear una selección extraordinaria. Ya le pasó lo mismo al bueno de Cervantes en su composición protagónica en la serie Carlos, rey emperador, donde su aspecto permanentemente dubitativo y apocado no se correspondía precisamente con el del hombre más poderoso sobre la Tierra en el siglo XVI. En cuanto a Jaime Lorente, famoso por su papel de Denver en La casa de papel, da razonablemente el papel, un chico procedente del lumpen, despreciado por los suyos por haber huido del barrio, que ahoga sus íntimas penas trasegando bebidas de alta graduación y empolvándose la nariz.
 


(05-09-2022)


 


Género

Nacionalidad

Duración

108'

Año de producción

Trailer

42 segundos - by , Sep 05, 2022
2 / 5 stars
Una gesta épica