Pelicula:

Ya no hay lugares naturales para relacionarse, dice Daniela Féjerman, la directora de esta película: arrumbada la plaza del pueblo en un No-Do en blanco y negro, convertida la discoteca en pantalán de acné y alcohol, la gente que navega en esa edad indeterminada entre los treinta y los cuarenta lo tiene difícil para comenzar de nuevo, si viene de una relación rota, o para iniciarse eventualmente en el complicado mundo del amor, el sexo, tal vez la convivencia. No es, entonces, mal punto de comienzo para hablar del amor en estos procelosos años del siglo XXI, cuando no se tiene tiempo para nada; ni siquiera para amar…


Pero una cosa es que el punto de partida sea interesante, incluso estimulante, y otro que el resultado esté a la altura de la idea; Féjerman hace su primer filme en solitario, tras su anterior sociedad con Inés París, con la que parecía haberse especializado en títulos digamos “llamativos”: A mi madre le gustan las mujeres, Semen, una historia de amor…; ahora, ya en solitario, la película no mejora con respecto a sus anteriores empeños en comandita, incluso podría decirse que empeora. Reputándose comedia, el hecho de que no consiga esbozar ni una triste mueca en el espectador, que pudiera interpretarse como un asomo de sonrisa, dice bien poco de ella.


Comedia coral, quizá su problema sea precisamente la diversidad y disparidad de situaciones, pero también la previsibilidad de las líneas argumentales, donde el espectador puede divertirse (así sí) adivinando cuál va a ser el próximo giro del guión. Claro que, teniendo en cuenta que en el libreto ha intervenido nuestra actual augusta ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, guionista de reconocido encefalograma plano, a lo mejor vamos entendiendo algunas cosas…


Problemas de guión aparte, habrá que citar algunas cuestiones sobre los actores: Luis Callejo consigue su primer papel (cuasi) protagonista; de físico medio, por no decir feo, hacer de galán tiene su mérito; Pilar Castro se confirma como una de las mejores actrices de su generación, aquí desaprovechada en un papel que parece regodearse en el tópico de Doña Perfecta; a Toni Acosta le pasa lo que a Santiago Ramos, que parece un disco de 45 r.p.m. reproducido a 33 r.p.m. (ya sé que esto no lo entiende nadie con menos de cuarenta años, pero qué se le va a hacer…): cualquier diálogo suyo parece sacado con fórceps, con una desesperante cámara lenta; el sevillano Antonio Garrido confirma su peculiar talento, si bien tiene un problema con su físico, que le encasillará permanentemente en papeles de macarra, quinqui o villano en general (o inspectores de policía franquista, como en la serie televisiva La chica de ayer); claro que eso no debería ser un problema: recuérdese a Eduardo Fajardo, que se especializó, con éxito, en papeles “de malo”.


7 minutos es una metáfora (mediocre) sobre la incapacidad del ser humano para buscar espacios de relación que no estén mediatizados por la premura de tiempo o por la falaz hipocresía; pretende hablar de la cuestión crucial de esa dichosa palabra, la felicidad, que se resume en el doble infinitivo, activo y pasivo, en el que se concentra el universo mundo: querer y ser querido. Habrá que esperar, entonces, a que otra mano de nieve (¡ay, al final siempre está Bécquer!) sepa arrancarla…



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102'

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7 minutos - by , Dec 16, 2014
1 / 5 stars
Querer y ser querido