No sé si Alain Resnais sabía que esta Amar, beber y cantar iba a ser su última película y, por tanto, puede considerarse como su voluntario testamento fílmico. Imaginemos que así sea, y entonces podríamos considerar que el denso autor de films como Hiroshima mon amour o El año pasado en Marienbad, el súmmum del cine intelectual, se quiso despedir en la misma línea de su última etapa, desde On connaît la chanson, cuando cambió el drama químicamente puro por la dramedia, a veces la comedia e incluso el musical, como la mentada On connaît…, en cualquier caso muy lejos de la etapa críptica de sus primeros films.
Y es que Resnais pareciera haber invertido el habitual sentido generacional, y mientras que cuando era joven hacía films muy sesudos, cuando envejeció se dedicó a hacer cine más jovial, más fresco. En este sentido, Amar, beber y cantar no es sino una divertida comedia de enredo, una soap opera, que juega formalmente con las convenciones teatrales, con una permanente cuarta pared que le permite incluso presentar acciones en off, pero también con bambalinas, como si estuviéramos en un escenario con todos sus avíos.
El leit motiv del film es precisamente la preparación de una obra de teatro de corte amateur con un grupo de amigos, que deciden de esta forma homenajear a uno de ellos aquejado de una enfermedad terminal, convirtiendo así el teatro en centro y eje de la historia, una comedia de enredo en la que los conflictos conyugales, las infidelidades reales o virtuales, tomadas a broma, permiten al espectador mantener una permanente sonrisa cómplice ante estos seres, actores sobre el ficticio escenario y también en la propia película, que juegan con los deseos contenidos, los sueños, tal vez el íntimo anhelo de ser otros.
Película fresca y sencilla, que no simple, la última obra de Resnais nos presenta a un autor lúcido, bien que no el mejor que conocemos, ni siquiera el mejor de los últimos conocidos, pero aun así válido, valioso, valeroso. Porque hay que tener valor para, a estas alturas, teatralizar una película, jugar con la inteligencia y la sutil picardía como bazas de una historia, no apelar a los bajos instintos del público sino darle su lugar como espectador. ¡Qué estrafalario, un cineasta que no toma el pelo al público…!
Plagado de actores habituales del cine de la última etapa de Resnais, como Sabine Azéma, Hippolyte Girardot, Sandrine Kiberlain o André Dussollier, pareciera que todos ellos se hubieran reunido aquí no para homenajear al amigo de los personajes al que le quedan dos telediarios, sino a su querido director, amigo, maestro, que se despedía de esta forma, con una sonrisa inteligente, del cine, de la vida. Y es que en su última etapa, este viejo sabio supo, como dice uno de sus personajes, hacer suyo el eterno entusiasmo de la juventud.
(14-11-2014)
108'