CRITICALIA CLÁSICOS
Disponible en Filmin.
Unos enormes jardines, orgullosos, que parecen maldecir a los dioses por no haber inventado los drones muchas décadas antes, casi a mediados del siglo pasado en Marienbad. Unos pasillos interminables que se alargan entre repetitivas y lujosas lámparas de cristal, espejos que se miran de pared a pared, molestos por tener que reflejar a casi inmóviles figurantes, que otras veces bailan. Estucos y muebles recargados, barrocos, inútiles como las estatuas del jardín, falsarias copias de resonancias helénicas... tras las grandes y robustas balaustradas.
Un universo soñado por el que deambulan maniquíes vivientes que debemos pensar que son seres humanos, como esa mujer de peinado inmóvil que se apoya en la escalinata o reposa en enormes camas, unas veces de negro, otras con blancos ropajes y plumas. Ella es A, el elemento femenino, junto a X, el hombre de acento italiano, mientras el jugador M completa el triplete, acaso, quizás, el marido de A. Mientras se cruzan y entrecruzan por el inmenso laberinto del lujoso château o por los jardines, confundimos el presente y el pasado en dudosos flashbacks. El hombre, X, siempre le recuerda a ella que se vieron allí el año pasado, pero A lo niega, en tanto M lo quiere desacreditar venciéndolo en el juego matemático de los palillos, el Nim.
Estos imaginados seres que pueblan Marienbad y tanto nos desconciertan a quienes los vemos en pantalla, están encarnados por Delphine Seyrig, por Giorgio Albertazzi y por Sacha Pitoëff, como el desagradable jugador. Y hay dos creadores en la difícil tramoya del enredo: Alain Robbe-Grillet (uno de los fundadores de la nouveau roman, como Marguerite Duras) y -naturalmente- Alain Resnais, un verso suelto en el grupo de la famosa Nouvelle Vague que cambió el cine europeo y moderno. Obsesionado -como en Marienbad- por los recuerdos, por la memoria, por el pasado, ya lo demostró en notables mediometrajes como Noche y niebla, sobre el Holocausto, o en Toda la memoria del mundo, sobre la Biblioteca Nacional Francesa.
Y de la mano de Marguerite Duras filmó Hiroshima, mon amour, magistral mezcla de denuncia e historia con romance sentimental. Tras el salto arriesgado al vanguardismo de Marienbad, Resnais se consolida en un cine cultista y de altura, con títulos muy diferentes entre sí, como La guerra ha terminado, como Muriel, el documental Lejos del Vietnam y -la mejor- Providence, con un espléndido Dirk Bogarde recreando la figura y la ciudad de Howard Phillips Lovecraft, hasta terminar Resnais su carrera en 2014 -ya con muchos años y poco antes de morir- con Amar, beber y cantar, una cinta optimista y paradójicamente juvenil.
Y volviendo a su film más emblemático, que levanta en unos la admiración y en otros la confusión o el rechazo, El año pasado en Marienbad es, acaso, el desafío de un cineasta que quiere abrir nuevos caminos, crear polémica, mostrar un cine que elude la narración lineal para adentrarse en unos caminos más sensoriales o estéticos. Pocas cintas hay con una apuesta tan grande y radical al espectador, un film repetitivo, que nos lleva por caminos laberínticos, confusos, y no olvidemos que estamos en 1961, cuando siguen mandando ante los públicos las cintas convencionales en su ritual narrativo y dentro de géneros y estilos perfectamente reconocibles. ¿En cuál de ellos seríamos capaces de colocar, de encasillar esta cinta de Resnais? En realidad son escasas las películas que -como ésta- han sido tan exigentes con el espectador y tan abierta a interpretaciones.
Quizás el intimismo, el fijarse en las conductas de sus ¿protagonistas? sea la tónica. O bien pensamos que la envoltura, los decorados, los pasillos, las escalinatas, las estatuas, los geométricos setos del jardín cuentan más en la entidad del film que sus propios ¿seres humanos?, otra vez en duda, otra vez con interrogantes... Todas estas disquisiciones que nos formulamos sea quizás lo que el director buscaba para equilibrar fondo y forma, para hacerle tomar una postura ante lo que se le cuenta.
Un dato curioso lo aporta su protagonista femenina, Delphine Seyrig, de abundante y desigual carrera -casi siempre en personajes secundarios-, que mucho antes de morir con 58 años, interpreta en 1975 otra vez un film polémico, también vanguardista a su manera: Jeanne Dielman, 23, quai de Commerce, 1080 Bruxelles, dirigida por la cineasta belga Chantal Akerman, con 193 minutos de crónica sencilla, cotidiana de un ama de casa y otros arriesgados trabajos (como la esporádica prostitución), y que ostenta desde 2022 el polémico título de Mejor Película de la Historia del Cine, en la decenal encuesta que realiza la revista inglesa "Sight and Sound" entre más de mil seiscientos críticos de todo el mundo, por tanto adelantando en méritos (según ellos, claro) a todos esos otros grandes films, que seguro que tenemos ahora mismo en la mente...
Misteriosas y sugerentes, nunca se dejarán atrapar las imágenes de esta historia, de esta película, de esta fantasía, y lo mejor es dejarse envolver por su embrujo y belleza, despidiendo el ensueño de Marienbad con la frase con la que también se despide la cinta de Alain Resnais: "A lo largo de los rectos senderos, entre las inmutables estatuas, estabas -ya entonces- perdiéndote para siempre en la noche tranquila, a solas conmigo".
(05-11-2023)
94'