La época histórica que va desde la Revolución Soviética en 1917 hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, amén de las consideraciones políticas que pueda sugerir, es un filón en el que pueden situarse multitud de historias que engrosen la alicaída creatividad hodierna en cine. Lo que pasa es que no siempre se acierta. Hay grandes logros, como La vida de los otros (2006) y la reciente El niño 44 (2015), pero en general da la impresión de que es un dilatado período de tiempo que el cine no está rentabilizando artísticamente.
Al otro lado del Muro se ambienta en los años setenta, en el Berlín Oriental (el controlado por los rusos, para entendernos) cuando una mujer cuya pareja supuestamente muere en un accidente, consigue pasar tres años después al Berlín Occidental, junto a su hijo, mediante una artimaña. Pero pronto descubrirá que en la capital de la Alemania Federal tampoco atan los perros con longaniza (ni siquiera con salchichas de Frankfurt).
La película de Christian Schwochow (de imposible apellido, sí) tiene el mérito de situar su historia en aquel momento convulso en el que la Unión Soviética y sus aliados en el Pacto de Varsovia aún se sentían seguros de sí mismos y usaban y abusaban de la fuerza del Poder para atemorizar a los ciudadanos (perdón, camaradas…) y extirpar cualquier disidencia, por feble que fuera. Sin embargo, da la impresión de que el director y su guionista (su madre Heide, por cierto) no han sabido dotar a esta adaptación de la novela de Julia Franck de una unidad temática.
Son demasiados los temas y poco desarrollados; en principio parece decantarse por una denuncia sobre los métodos poco escrupulosos (por decirlo amablemente) de la policía germano-oriental (no hablamos de la temible policía secreta Stasi: a esos había que echarles de comer aparte…), pero en cuanto la protagonista y su hijo llegan a Berlín Occidental, parece cambiar hacia los problemas que tenían los inmigrantes “ossies” (como eran llamados los alemanes de procedencia oriental; los occidentales eran los “wessies”) y la correspondiente caída del caballo cuando descubre el falso oropel de la no menos falsa opulencia y la muy escasa solidaridad. Pero también tendremos tiempo para cierto romance, más la temática del chivato que quizá no lo sea, la suspicacia de las autoridades occidentales hacia los asilados procedentes del área soviética y otras varias líneas argumentales entrelazadas (a veces con poco tino) que resultan finalmente demasiado superficiales. Muchos temas y poco desarrollados, me temo.
Por lo demás, es una película que se sigue con agrado, con buenas localizaciones y conseguida ambientación “seventy”, que nos recuerda el horror que una vez fuimos capaces de aceptar y que nunca más debemos consentir. Buen trabajo el de la protagonista, Jördis Triebel, que a pesar de ese nombre no es catalana…
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