Daniel Espinosa, a pesar de ese nombre y ese apellido, es un cineasta sueco, nacido en el país escandinavo, aunque de obvios ancestros hispanos (concretamente chilenos). Llamó la atención hace unos años con Dinero fácil (2010), y el cine USA lo fichó para hacer El invitado (2012), un thriller de espías en el que lo mejor era su virtuosa dirección y lo peor un guión embarullado que hacía suyo aquello de “ya que no somos profundos, al menos seamos oscuros”. Ahora, con esta El niño 44, aborda una costeada coproducción americano-europea, con intérpretes y equipo técnico de ambos lados del Atlántico.
En la URSS de 1953, poco antes de la muerte de Stalin, el clima de represión política es irrespirable. En ese ambiente, Leo, un miembro del Ministerio de la Seguridad del Estado, que a pesar de su pertenencia a tan execrable cuerpo sigue manteniendo un hálito de humanidad, descubre que tras la supuesta muerte por accidente de un niño realmente existe un oscuro, tenebroso asunto de asesinato en serie a manos de un pederasta. Pero la postura oficial del régimen es que en el paraíso comunista el asesinato es imposible, así que Leo habrá de envainársela, a pesar de que el niño muerto es hijo de su más querido compañero y ahijado suyo. A partir de ahí, la Seguridad del ominoso Estado soviético se fijará en la esposa del personaje central, que muy tímidamente mantiene lazos con la disidencia, y a partir de ahí Leo tendrá que tomar postura entre su mujer y sus valores como miembro del Partido. Su decisión le llevará, inopinadamente, sobre la pista del asesino en serie…
El niño 44 es un percutante thriller que combina admirablemente tensión argumental con denuncia política. Porque Espinosa refleja muy bien el ambiente asfixiante de un régimen que durante más de setenta años sojuzgó al pueblo al que decía defender (no me defiendas tanto, cabría decirle), y que algunos parecen descubrir ahora bajo otras apariencias más informales. El miedo atávico, no sólo a participar en cualquier tipo de actividad que pudiera parecer disidencia, sino incluso a caer mal a cualquiera de los prebostes, grandes o pequeños, del régimen, está firmemente expuesta en este notable filme. Porque al final este tipo de regímenes políticos, llámese el comunista que gobernó con mano de hierro y sin contemplación alguna la URSS, o llámese nazi, o franquista, o castrista, o maoísta, o pinochetista, no son sino distintas caras de la misma moneda, la de abyectas dictaduras que, sea en nombre del pueblo, de Dios, o del sursuncorda, no tienen más objetivo que postrar al pueblo al que debían servir, reprimirlo hasta el pavor y beneficiarse de las prebendas que permite el poder sin límites. Ya lo dijo Churchill: la democracia es el peor sistema político… ¡si exceptuamos todos los demás!
Es también la película, de alguna forma, una historia de amor, de amor esquinado, donde los cónyuges lo serán inicialmente por atracción física y por puro miedo, respectivamente, para, con las horrendas peripecias a las que ambos son abocados, llegar a un amor sin fisuras, sin límites, en el que la propia vida vale menos que la del ser amado. Una historia de amor en una tierra y en un tiempo histórico en el que, como dice la coprotagonista, todo el mundo se afana en aguantar, tolerar, sobrevivir, como único ejercicio posible para seguir con la mortecina vida que el régimen permite.
Espinosa se confirma como un cineasta con estilo, en este caso adaptado al ambiente ominoso, oscuro, terrible de la Rusia estalinista. Narra con eficacia el guión de Richard Price, al que debemos algunos libretos notables, como el de El color del dinero, de Martin Scorsese; la base argumental es la notable novela homónima del escritor británico Tom Rob Smith. El conjunto resulta apreciable, con frecuencia encomiable y siempre valiente.
Entre la nutrida nómina de intérpretes de muy diversa procedencia (hay, entre otros, norteamericanos, ingleses, franceses, australianos, polacos, suecos…) me quedo con el trabajo sobrio, callado, de un actor como Tom Hardy, que tiene visos de convertirse, si no lo es ya, en uno de los mejores intérpretes de su generación, con trabajos tan medidos y diversos como El topo, El Caballero Oscuro: La leyenda renace, Locke, La entrega o Mad Max: Furia en la carretera. También con el miedo soterrado que expresa el rostro de Noomi Rapace, la inolvidable Lisbeth Salander de la saga Millennium, y la siempre imponente presencia de un Charles Dance que, con su papel de Tywin Lannister en la serie Juego de Tronos, ha conseguido, a la vejez, la popularidad que siempre mereció.
Como curiosidad comentar que, dado el variopinto origen de los intérpretes, se optó, creo que con buen criterio, por rodar el filme con un acento inglés neutro, de tal forma que todos, actores y actrices, han limado sus acentos originarios para conseguir lo más parecido a un inglés universal.
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