Con La sirenita, La bella y la bestia y esta Aladdin, la factoría Disney parece vivir una segunda edad de oro que le confirma como la indiscutible fábrica mundial en el campo de la animación. Apoyadas por impresionantes campañas publicitarias multinacionales, aceptando ya de buen grado la más moderna tecnología visual y modernizando igualmente sus tipologías y tratamientos argumentales, estos últimos filmes han batido records de taquilla, han logrado los antaño imposibles Oscars y han recibido incluso la bendición de la crítica.
Del viejo y entrañable cuento de Aladino y la lámpara maravillosa, uno de los más populares y difundidos de Las mil y una noches, sólo queda el esquema argumental en esta adaptación de la fábrica Disney, preocupada mucho más por conectar con los públicos juveniles de ahora que de ser fiel a añejos originales. Además, en un típico alarde de prepotencia colonizadora, el film alude, ironiza y parodia continuamente personajes y estrellas del mundo del cine y del “show business” estadounidense, lo que en muchos momentos puede hacerlo poco comprensible para públicos no iniciados y para la gente menuda.
Pero sin duda el gran hallazgo de Aladdin es la figura del genio, indiscutible estrella de la película –que sube o baja de nivel al compás de sus apariciones—, criatura camaleónica que se transforma y transforma todo lo que le rodea en secuencias brillantes, de ritmo endiablado y eficacia segura. Y aunque aquí no lo tengamos con la voz original de Robin Williams, su presencia es fundamental para potenciar el film.
Y como siempre ha pasado en las películas de Walt Disney, más que los protagonistas (un Aladino a lo Tom Cruise y una sexy Yasmine), los más divertidos son los secundarios: una alfombra mágica asombrosamente expresiva, el malvado visir, el mono acompañante… y una vez más ese genio de la lámpara que cantando, volando o parodiando, viene a demostrar la buena salud creativa de una vieja factoría Disney que, desde luego, no se duerme en sus muchos laureles.
90'