En 1918 Charles Chaplin llevaba ya cuatro años haciendo cine en Estados Unidos, tras llegar desde su Inglaterra natal con su compañía de teatro y variedades en 1912 y empezar a hacer cine a partir de 1914. Ya entonces era una estrella, y su personaje de Charlot había trascendido las fronteras y se conocía en todo el mundo. En España, por cierto, con el apelativo de Carlitos…
También en 1918 había terminado la crudelísima Gran Guerra (a la que el tiempo y otra conflagración posterior igualmente brutal le endosaría un ominoso ordinal), y la euforia de la victoria de los aliados, pero también el humanismo rampante del cómico, le haría rodar este mediometraje, Armas al hombro, situado supuestamente en el corazón de la batalla, en Europa, con nuestro vagabundo con uniforme norteamericano, al principio marcando el paso en una compañía en la que intentan de hacer de él un soldado de provecho, y después ya en pleno fregado, en las trincheras que suponen el escenario más conocido (junto a esas alambradas de espino en las que miles de criaturas se dejaron la vida, con tanto dolor) de aquella contienda bélica.
Con Armas al hombro Chaplin confirmó que todo es susceptible de ser visto con humor, incluso aquella bárbara guerra que devastó el Viejo Continente y llevó el sufrimiento a tantos millones de familias, una conflagración que, en su vertiente seria, quizá tenga su epítome en cine en la espléndida Senderos de gloria, de Stanley Kubrick. La visión del frente de Chaplin es, desde luego, de lo más divertida, con sus alemanes dirigidos por un oficial de corte aristocrático, un chiquilicuatre con monóculo incluido, y su vida cotidiana en las trincheras, con algunas escenas antológicas, como la de la habitación de los soldados medio anegada, con nuestro vagabundo y sus pequeñas malicias para hacer que el compañero deje de roncar en tan insólito escenario.
Pequeño tratado, sin pretenderlo, sobre la condición humana (¿qué película de Chaplin no lo es, pensándolo bien?), tengo para mí que los dos primeros tercios de este mediometraje son excelsos, mientras que el último tramo, ya con nuestros protagonista detrás de las líneas enemigas, resulta ya demasiado deudor del “slapstick”, esa clase de humor de papirotazo y tentetieso, tan elemental como ciertamente eficaz y descacharrante, que el propio Chaplin iría abandonando progresivamente en su cine, hasta prácticamente desaparecer del mismo, para dejar paso a formas más elaboradas de humor.
Con todo, el conjunto es delicioso, fresco, ligero, en esa tradición de cine cómico que parece tan fácil y que sin embargo estaba tan trabajado.
Armas al hombro -
by Enrique Colmena,
Apr 19, 2013
4 /
5 stars
Senderos de risa
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