La temática homosexual, hoy ya plenamente integrada en las cinematografías europeas y norteamericana, da cada vez un paso nuevo en su exposición. Si hasta ahora lo habitual era que la condición gay del hijo supusiera un motivo de confrontación con las mentalidades conservadoras de los padres, la normalización de la homosexualidad y su visibilidad en la sociedad actual desde hace ya varias décadas puede producir historias como la que se cuenta en este Azul y no tan rosa, en la que el motivo de conflicto entre padre e hijo es... que el padre es el homosexual y el hijo el hetero, al revés de lo que solía ocurrir en filmes precedentes. No es, de todas formas, la primera vez que se plantea un argumento con estos mimbres; recuérdese, sin ir más lejos, una de las primeras películas de Arturo Ripstein, El lugar sin límites, en la que el protagonista, irredento travestido de desplegada pluma, tenía sin embargo una hija originada en una noche loca de su juventud.
Pero ciertamente no es lo habitual: lo común es que se produzca el disenso entre el padre heterosexual a machamartillo, generalmente también homófobo para cargar las tintas, y el hijo que decide salir del armario.
Pues con este planteamiento inverso al habitual es con el que juega Miguel Ferrari, actor venezolano (que también ha actuado en España esporádicamente; véase la comedia televisiva Los hombres de Paco), en este su primer largometraje en solitario como director (antes había rodado en comandita un largo de varios episodios y peculiar título, Cortos interruptus): un afamado fotógrafo treintañero en Caracas, con novio, a la sazón médico ginecólogo, está sopesando aceptar el ofrecimiento de éste para irse a vivir juntos cuando la madre de su hijo (engendrado cuando él tenia 15 años), que vive en España con su vástago común, le dice que le ha enviado a su hijo quinceañero porque ella tiene que ir a Londres a trabajar durante una temporada. A regañadientes, el fotógrafo acepta; entretanto, su novio sufre una brutal paliza homófoba y queda en coma. El encuentro entre padre e hijo, además con la tragedia del grave estado del novio, no es precisamente bueno. Ambos tendrán que aprender a entenderse, a respetarse en sus distintas opciones sexuales, a ayudarse en sus dificultades.
Pertenece Azul y no tan rosa a ese caudaloso venero de los filmes filogays que buscan la normalización de su opción sexual, un venero que generalmente crece bravamente en países donde el tema dista mucho de normalizarse: pasó en la España de la Transición (a lo que contribuyó poderosamente un cineasta como Eloy de la Iglesia con filmes como Los placeres ocultos o El diputado), pero también, por ejemplo, en la Cuba de Fidel Castro de los años noventa con Fresa y chocolate, o en la Argentina recién salida de la dictadura de Videla, Viola y Galtieri en películas como Otra historia de amor. Según parece tampoco Venezuela es precisamente un país en el que se pueda decir que la homosexualidad esté aceptada con naturalidad, y para muestra un botón, el hecho de que la supuesta condición gay del líder de la oposición en las elecciones de 2013 fuera objeto de acusación por parte del entonces candidato, ahora presidente, Nicolás Maduro. Cuando el hecho de con quien se acueste un político no pertenezca solo a su esfera privada y tenga relevancia con respecto a su devenir en la res publica, parece claro que aún hacen falta filmes como éste.
Ferrari no es un exquisito, y él lo sabe, pero suple sus aún escasas tablas en la dirección con sensatez en la puesta en escena, sin intentar llamar la atención sobre sí mismo, optando por una dirección invisible, en la tradición del cine norteamericano en el que, es obvio, ha bebido (y quién no, desde hace noventa años para acá...). Sus maneras son correctas, y la progresión narrativa adecuada, aunque a veces no mide bien los tiempos y hay escenas, como la del viaje en coche a Mérida (Venezuela, no España...) que se dilatan en exceso, sin necesidad y sin que ello aporte nada a la trama.
El filme no solo habla sobre la homosexualidad y su aceptación, o sobre la comprensión intergeneracional entre diferentes, siendo estos sus temas principales: también habla de la imposibilidad de volver atrás (el amor de juventud de la coprotagonista transexual) o el maltrato doméstico, si bien son esquejes secundarios sin cuya existencia el filme no se hubiera resentido.
Película que cae inevitablemente simpática por sus buenas intenciones, ganó el Goya a la Mejor Película Latinoamericana en su edición de 2014. Como curiosidad cabe decir que la coproducción española recae en una productora andaluza, Malas Compañías, del productor y director cordobés Antonio Hens, quien se está convirtiendo, piano, piano, en un especialista en el cine de temática gay: Clandestinos, La partida, esta Azul y no tan rosa...
Entre los intérpretes los venezolanos nos parecen algo sobreactuados; también es posible que en España no estemos acostumbrados a este tono como de telenovela, que es en el que están entrenados la mayor parte de los actores y actrices de aquel país; quizá por cercanía y por hacer una interpretación mas interiorizada, más a la española, nos quedamos con Ignacio Montes, el quinceañero cuya estancia en Venezuela le cambiará (a mejor...) la vida.
Azul y no tan rosa -
by Enrique Colmena,
Apr 29, 2014
2 /
5 stars
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