Pelicula:

Con Clint Eastwood se repite la N-sima (siendo N el número más aproximado a infinito…) vez que el papanatismo reinante arruina o entroniza a un cineasta, con el seguidismo correspondiente por parte de tanto pazguato como en el mundo de la crítica abunda. En su primera época, la de actor de espagueti-western y, sobre todo, de la serie Harry el sucio, fue fustigado con una unanimidad digna de mejor causa: según el tópico que causaba furor, era un fascista, un conservador sin ideas, un tipo pendenciero a cuyas películas (tampoco a las que empezaba a hacer como director) no merecía la pena siquiera echar un vistazo; y eso que era evidente que la pantalla se llenaba con la mera, poderosa presencia de este magnético, a fuer de hierático, actor.


Filmes suyos como director de aquella época, como la desasosegante Escalofrío en la noche o la turbadoramente romántica Primavera en otoño, eran despreciados con los adjetivos tópicos al uso. Después, cuando alguien se cayó del camino de Damasco ante la calidad incuestionable de El jinete pálido, todo cambió: entonces toda la crítica reconoció a un cineasta de talento inagotable, y los elogios se sucedieron ante sus reiterados éxitos de crítica. Pero (siempre hay un pero…), como siempre ocurre en estos casos, se ha pasado del desprecio inconsecuente y sin sentido al elogio desmedido para todo lo que haga Eastwood, sea lo que sea: blanco o negro, no hay término medio en la apreciación de cierta crítica cretina que no hace más que seguir la estela de los popes del momento del ramo.


Pues digámoslo ya: Banderas de nuestros padres, sin ser una mala película, no tiene ni mucho menos la excepcional altura de Sin perdón, Los puentes de Madison, Un mundo perfecto o Million Dollar Baby, sus obras maestras; ni siquiera la notable calidad de Bird, Cazador blanco, corazón negro o Mystic River. Banderas de nuestros padres es, eso sí, un interesante filme sobre la utilización que se hizo del más famoso icono de la Segunda Guerra Mundial, la foto en la que varios soldados yanquis izaban una bandera USA en lo más alto del islote de Iwo Jima, un inhóspito pedrusco en el Pacífico que se constituyó en la bisagra sobre la que pivotó la balanza de la última gran guerra, inclinando el fiel hacia el lado de los aliados, en contra de las potencias del Eje. Aquella infernal batalla ha provocado un díptico realizado por Eastwood como director y Spielberg como productor, del que Cartas desde Iwo Jima será la segunda parte, en este caso vista desde la perspectiva de los nipones.


Banderas… está resuelta, es cierto, con una notabilísima perfección en las escenas de guerra, que deben ser, seguramente, como las cuenta aquí Eastwood: un universo permanentemente gris, donde se oyen petardazos por todos lados, en el que no hay heroísmo sino mera búsqueda de salvar el pellejo propio y el de los compañeros. Pero en la trama “civil”, por llamarla de alguna manera, aquella en la que se describe cómo fueron manipulados los supervivientes de aquella foto histórica, falta alma: quizá haya que atribuirlo a unos actores no precisamente brillantes (aparte de algunos errores de “casting” de bulto: ¿a quién se le ocurrió dar el papel protagonista al andrógino, a fuer de “glam”, Ryan Phillippe, y encima vestirlo de marinerito? Parece enteramente salido de un anuncio de perfumes de Jean-Paul Gaultier…), pero también a que Eastwood, en contra de lo que le suele ocurrir, no ha estado precisamente inspirado en las escenas “con actores y paredes” (para decirlo a la manera de Vicente Aranda).


Así las cosas, Banderas… es un filme estimulante, una interesante aportación al cine bélico de la Segunda Guerra Mundial, pero no la gran obra maestra que algunos han querido ver. Y es que, lo dicho: con Clint Eastwood todo tiene que ser blanco o negro, no hay grises…



Banderas de nuestros padres - by , Nov 03, 2018
3 / 5 stars
Blanco o negro