Esta película forma parte de la programación del 19 Festival de Cine Africano (FCAT). Disponible en Filmin por tiempo limitado.
A veces la teoría del autor de André Bazin no se corresponde estrictamente con la realidad: estamos ante uno de esos casos, o eso nos parece. Porque aunque el también productor Iván Herrera es el director de este film dominicano, apreciamos que la voz cantante, quizá no en la parte técnica, pero sí en cuanto al tono, el mensaje, la intención, la lleva la actriz y coguionista Clarisse Albrecht, mujer franco-camerunesa que desde hace tiempo vive a caballo entre la República Dominica y Francia, plurilingüe (habla francés, inglés, español, portugués), antigua modelo, cantante, compositora, una mujer con la cabeza muy bien amueblada que a buen seguro ha sido determinante en el sentido de esta estimable Bantú mama.
La historia, ambientada en nuestro tiempo, se inicia en Francia; allí conocemos a Emmanuelle, una mujer en torno a los cuarenta años. Vive en un bonito apartamento con la única compañía de un loro; vemos que inicia un viaje de turismo a Punta Cana, en la República Dominicana, donde pasa unos días de relax. Pero una llamada le indica que tiene que volver ya y realizar el trabajo para el que ha sido contratada, que no es otro que servir como “mula” para transportar, en una maleta preparada al efecto, droga para su distribución en Europa. Pero en el aeropuerto la intercepta la Policía, lo que la lleva a ser detenida. En el traslado a la penitenciaría, el coche en el que viaja sufre un aparatoso accidente; Emmanuelle huye y llega a Capotillo, el barrio menos recomendable de Santo Domingo, donde será acogida por una familia compuesta por tres hermanos: Popi, como de 20 años, Tina, de unos 16 años, que es quien gobierna “de facto” el clan, y el pequeño Cuki, en torno a los 8 años; el padre está en la cárcel y la madre muerta. Allí, Emma, como la llaman para abreviar sus nuevos amigos, se sentirá confortada y progresivamente querida por lo más parecido a una familia que ha tenido nunca. Pero su situación es muy precaria, en busca y captura por la Policía, y alimenta la esperanza de poder salir de la República Dominicana y viajar a África, el origen de su raza...
Estamos ante un film que busca enviar un mensaje esperanzado, aunque sea a costa de convenir que la vida en los guetos de pobreza como el barrio ínfimo en el que se desarrolla buena parte de la peli es irrecuperable. De esta forma, solo la juventud extrema, la niñez, podría tener futuro, según la tesis del film, pero siempre fuera del barrio. Que esa vida fuera del gueto acontezca, como es el caso, en una ahora idílica Isla de Gorea, en Senegal, antigua sede de un abyecto mercado esclavista, hoy un enclave turístico de primer orden del país, no deja de ser irónico...
Bantú mama juega, evidentemente, la baza de la proximidad entre desvalidos de muy diverso signo: los jóvenes dominicanos, por su corta edad, por la ausencia de las figuras paterna y materna, por tener que sobrevivir en un lugar peligroso donde el “pane lucrando” está, inevitablemente, uncido a la delincuencia; la franco-camerunesa, por su condición de fugada de la justicia, pero también por su latente nostalgia por (re)conocer la tierra de donde partieron sus ancestros, el África negra, y también por la carencia de afectos humanos. Como los polos de un imán, positivo y negativo, ambas partes se atraerán con pequeños detalles: el baile de los masai, que Emma les identifica aunque no sea de su etnia, la bantú; la forma en la que la protagonista enseña a Tina a colocar un pañuelo en el pelo, a la manera africana, con lo que puede mostrar su estado de ánimo, pero también, y sobre todo, su poderío como mujer libre; la educación del pequeño Cuki, la base sobre la que formar un individuo que pueda vivir y ejercer su libertad en el futuro, alejándose de los roles delincuenciales de una comunidad abocada al fracaso existencial...
Todo ello nos viene dado en esta película que, es cierto, resulta un tanto desvaída, de escaso tema, a pesar de su metraje bastante corto. El mensaje, es verdad, resulta un tanto primario y quizá elemental, le falta algo de intensidad, pero, a pesar de todo, la película cae irremisiblemente simpática por su intención y por la forma de exponerla.
Con buena fotografía pero sin recrearse en paisajes de postalita, ni siquiera en los escenarios que se prestaban a ello, como los del resort de Punta Cana, la peli aprovecha también para ofrecer algunas muestras de la que podríamos llamar “cultura popular urbana” de los barrios marginales dominicanos, como los raperos que cantan en grupo sus composiciones poéticas, o los moteros que realizan sus virguerías como de acróbata en la plaza pública
Hay un aliento en la película que resulta casi inevitable, aunque por supuesto es lógico y coherente, la de la nostalgia por el origen de la raza negra, arrancada hace siglos a pura fuerza del hogar de sus ancestros para servir como, literalmente, animales para los muy cristianos blancos que, sin embargo, no hacían ascos a tratar alevosamente a los que eran iguales que ellos, salvo en el color de la piel. Ese aliento nostálgico por volver a los orígenes, frecuente en el cine africano (o, como en este caso, que trata sobre los que fueron africanos) es quizá una de las características más interesantes y, desde luego, identitarias de este tipo de películas.
En cuanto a los intérpretes, bien Clarisse Albrecht, “alma mater” del film, como decimos, en un personaje que se siente vacío y al que esta dura peripecia en un país extranjero le permitirá poner orden en su vida, y también el pequeño Euris Javiel, que interpreta al niño, muy fresco y natural. Algo menos frescos los dos adolescentes que le acompañan en esta familia disfuncional.
(02-06-2022)
77'