La saga de Antoine Doinel recorrió la filmografía de Truffaut como una segunda piel. Desde que el cineasta parisino debutó como director con Los cuatrocientos golpes (1959), convulsionando el cine de la época y dando lugar al movimiento que con el tiempo se conocería como la Nouvelle Vague, el personaje de Antoine Doinel, reputado sin muchas opciones a la duda como un “alter ego” del propio François, apareció hasta en cinco ocasiones en su carrera; tras esa primera película de Truffaut/Doinel, Antoine, siempre con el rostro de Jean-Pierre Léaud, que crecía junto a su personaje, apareció en el segmento Antoine y Colette del film colectivo El amor a los veinte años (1962), que el cineasta galo realizó junto a Shintarô Ishihara, Marcel Ophüls, Renzo Rossellini y Andrzej Wajda, para más tarde hacerlo en esta Besos robados (1968) que comentamos, dos años después en Domicilio conyugal (1970), despidiéndose de todos en El amor en fuga (1979).
Además, no sería descabellado decir que la aparición de Léaud en otras dos películas de Truffaut, como el Claude Roc de Las dos inglesas y el amor (1971) y el Alphonse de La noche americana (1973), no eran sino trasuntos de Doinel, con otros nombres y otras circunstancias, pero en el fondo el mismo personaje. No es posible saber si Truffaut, de no acontecer su precoz muerte en 1985, con solo 52 años, hubiera continuado la saga de Doinel, aunque quizá, teniendo en cuenta que el nombre del personaje iba asociado a los conceptos de infancia y juventud, verlo en la madurez, y no digamos en la decrepitud, quizá no fuera lo más acertado.
Besos robados es, pues, la tercera aparición de Doinel en el universo artístico de Truffaut. Aquí el joven inestable que ya conocemos en los anteriores dos capítulos de la saga es expulsado del ejército francés, al que se había alistado voluntariamente, por su mala conducta y, sobre todo, por su indisciplina, su inestabilidad, su falta de compromiso con el servicio militar. Ya en la calle, intenta retomar la relación con su antigua novia, Christine, y emplearse en algún trabajo; el primero de esos empleos es en un hotel, donde un detective lo embosca para conseguir pillar a una adúltera “in fraganti”, lo que hace que el dueño del hotel lo despida, por memo; el detective se siente obligado a resarcirlo empleándolo en su agencia de detectives, pero allí Doinel tampoco será mucho más espabilado...
Besos robados es la continuación lógica de los dos segmentos anteriores de la que sería pentalogía de Doinel: el joven tarambana sigue manteniendo sus estándares de estulticia y acarajotamiento, un joven que no tiene demasiado claro (realmente, nada claro...) qué hacer con su vida, y que va y viene de una relación con una chica de su edad hasta otra con la mujer de su jefe, que le deja absolutamente fascinado, totalmente enamorado. Película divertida, de esa diversión que se plasma en sonrisas cómplices, no en risas abiertas, Besos robados está meticulosamente construida en su guion por un cineasta que se manejaba magistralmente en esa función, y puesta en escena con la veteranía y la seguridad de quien ya llevaba casi un decenio filmando películas y quien, anteriormente, había sido un teórico de primerísima línea, un crítico cáustico y con frecuencia demoledor.
Jean-Pierre Léad ya era, a esas alturas, casi un trasunto de su personaje Antoine Doinel. De hecho, no sería ocioso decir que Doinel y Léaud compartían muchas cosas, y que el propio Jean-Pierre, en el resto de su carrera, siempre fue un poco Doinel, con independencia del rol que compusiera. Del resto del reparto nos quedamos con la siempre fascinante Delphine Seyrig, una mujer de una belleza surreal, con una voz personalísima y que, lamentablemente, murió demasiado pronto. También con seguros secundarios como Michael Lonsdale o Daniel Ceccaldi, siempre impecables.
(23-01-2020)
91'