Realmente, sinceridad y sensibilidad quizá sean las virtudes máximas del cine de François Truffaut, parisino nacido en 1932, y que tras su paso polémico –como Godard, como Rohmer, como Chabrol…-- por el campo crítico, logró transformarse en director cinematográfico en aquella lejana y ya clásica Los cuatrocientos golpes.
Desde entonces para acá el cine de Truffaut ha ganado en profesionalidad y en soltura, sin perder por ello aquellas características iniciales de reflejo personal e intimista que inunda todo su cine. Un cine, por otra parte, que no busca la ruptura estilística, que no pretende renovaciones de lenguaje, sino que intuye más en la sensibilidad y en un enfoque casi neorromántico a través de personajes entrañables, estudiados casi siempre con cariño.
Esa ternura por todo lo que trata, que culmina posiblemente en su canto emocionado al propio cine en La noche americana, está equilibrado por una ironía que poco a poco se va haciendo más explícita en sus cintas, como por ejemplo en La sirena del Mississipí o en Las dos inglesas y el amor. Ternura, sensibilidad, ironía y sinceridad que van jalonando una carrera de las más firmes, seguras y cuestionadas de todos los componentes de aquella histórica “Nouvelle Vague” francesa de la que sólo cenizas y recuerdos quedan ya, pasado el momento de los movimientos renovadores de la década sesenta.
En los personajes de Truffaut, desde el austero doctor Itard de El niño salvaje al triángulo curioso de Jules et Jim, hay una gama amplia de personalidades y enfoques vitales. Pero de todos ellos posiblemente sea Antoine Doinel el más allegado e íntimo, en transcripción casi biográfica de su niñez primero y juventud después.
La saga de Doinel –siempre interpretada por Jean-Pierre Léaud-- comenzó con aquel niño asustado de Los cuatrocientos golpes, siguió luego en el adolescente del episodio de El amor a los veinte años, el joven enamoradizo de Besos robados, hasta culminar en el recién casado ingenuo de este Domicilio conyugal, cinta con la que momentáneamente ha cortado el director francés las peripecias de su personaje favorito.
En realidad, Domicilio conyugal es acaso en donde menos se refleja la personalidad de Doinel, en donde sus andanzas puede resultarnos más artificiosas y menos creíble su aventura. Porque quizá Truffaut ha fallado a la hora de inundar el film de un humor a veces excesivo, siempre un tanto falso, eficaz a veces y desentonado otras. Doinel y su esposa son ya aquí más muñecos, menos sinceros y no terminan de convencernos ni darnos ese tono de sinceridad siempre presente en otros Truffaut. Por otra parte, la aventura erótica del protagonista con la japonesita mona y decorativa puede sonarnos a tópica. Impresión que se acentúa al darle el autor una resolución demasiado pueril e increíble. Junto a estos defectos, las buenas cualidades formales del film, la gracia evidente de algunas situaciones y el conocimiento de Doinel ya como un amigo que tenemos nosotros los espectadores, palían la hora baja de un François Truffaut siempre interesante.
Domicilio conyugal se transforma así en un film confiado y alegre, ligero y casi trasnochado de un Truffaut que en otras ocasiones apuntó más alto y sobre todo que supo dar más verdad a sus criaturas. Pero al ser Doinel, el amigo suyo y nuestro de siempre, la aventura puede disculpársele a ambos.
Domicilio conyugal -
by Juan-Fabián Delgado,
Mar 07, 2013
3 /
5 stars
Truffaut y la saga Doinel
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