La sirena del Mississippi

A finales de los años sesenta François Truffaut ya gozaba de justa fama internacional. Convertido en estandarte de la Nouvelle Vague, que cambió la concepción del cine moderno, el guionista y director parisino ya nos había dado varias obras maestras: Los cuatrocientos golpes (1959), un rayo de realidad y poesía que lo puso instantáneamente en el mapa cinematográfico; Tirad sobre el pianista (1960), o cómo hacer un “polar” de forma personalísima; Jules et Jim (1962), un bellísimo pero también tristérrimo triángulo amoroso en el que los amantes se trataban de usted; Fahrenheit 451 (1966), o cómo hacer ciencia ficción (o filosofía...) sin efectos especiales, ni falta que hacían; y La novia vestía de negro (1968), nueva incursión en el “noir” francés, hermosa y apasionada.

Inmediatamente antes de hacer otra de sus obras maestras, El pequeño salvaje (1970), Truffaut cambió totalmente de registro y se aproximó con una dulzura extrema y un romanticismo exacerbado y al tiempo fatalista a la historia de un millonario francés de las Islas Reunión, Louis Mahé, engañado por una timadora profesional, Marion, surgiendo, sin embargo, entre ambos una auténtica, desaforada pasión amorosa. Así, el engañado, a pesar de ello, no podrá resistir el amor desbocado que siente hacia la persona que lo ha estafado; pero es que también la timadora se encontrará aherrojada al hombre al que supuestamente burló.

La novela Waltz into darkness, original de Cornel Woolrich (escribiendo con uno de sus seudónimos habituales, William Irish), sirve la trama perfecta para esta La sirena del Mississippi, y con ello acercarnos a esta pareja, contra toda esperanza enamorada, que se verá fatalmente compelida a una espiral trágica, a un final determinista.

Cine de Truffaut, cine de verdad, apoyado en dos actores, Jean-Paul Belmondo y Catherine Deneuve, que nunca estuvieron tan bien como bajo las órdenes de aquel crítico, de aquel director, que prefería el cine a la vida.