Mel Gibson, que fuera una estrella rutilante a partir del éxito de Mad Max. Salvajes de autopista (1979), mantuvo su estatus durante las décadas de los ochenta y noventa, pero a partir del siglo XXI parece que lo ha mirado un tuerto (ojú, esto no es muy políticamente correcto…), porque su último éxito es Señales (2003), de la que cuando se escriben estas líneas hace ya trece años. Desde entonces se han alternado los mediocres trabajos alimenticios con algún filme que intentaba recuperar (lamentablemente en vano) su buen momento, como El castor (2011), de Jodie Foster.
Tampoco Blood father lo va a sacar de su marasmo. Es un thriller que recupera la (ya tan vieja) tradición del papá que habrá de sacar a su prole (en este caso una chica con menos seso que un mosquito, aunque sabe quién es Don Quijote y Sancho Panza y habla de Picasso con el desparpajo que lo haría una adolescente de Miley Cyrus) de un gravísimo brete. Por supuesto, y conforme a los tiempos que corren, el papá será también una joya: ex convicto, alcohólico en rehabilitación, carece de vida familiar ni social, aunque intenta mantener una cierta apariencia de normalidad (lo que quiera que sea tal cosa). La niña resulta ser botarate (se la meten doblada: es un tropo, no una cuestión sexual; bueno, eso también…) y ennovia con uno de esos seres que, si su madre hubiera abortado, hubiera hecho el mundo un poco mejor. A partir de ahí padre e hija serán perseguidos por medio Nuevo México, con distintas paradas que nos van dando a conocer lo “mejor” de cada casa…
Jean-François Richet es un cineasta francés que ha hecho parte de su (todavía) corta carrera en Estados Unidos, aunque curiosamente bajo pabellón galo, como ocurre en este caso. Es un director que simultanea dos géneros, el thriller de acción, como en este filme o en la nueva versión del carpenteriano Asalto al Distrito 13 (2005), y la dramedia, a veces incluso romántica, como en Una semana en Córcega (2015). Es bastante seguro, pero también bastante amorfo, impersonal, eso que los críticos antiguos llamábamos un artesano. Blood father no le llevará a ningún Olimpo del Cine, ni tampoco llenará la faltriquera de los productores. Parece una actualización en clave realista de aquellos viejos filmes de vengadores de familias martirizadas que protagonizara Charles Bronson en los años setenta, un thriller chato, con mucha balacera pero poca inteligencia.
Richet versiona la novela de Peter Craig, que se encarga también del guión junto a Andrea Berloff. Craig tiene entre sus créditos como libretista la interesante The town. Ciudad de ladrones (2010), pero también Los juegos del hambre: Sinsajo (2014-2015), que no es como para enorgullecerse. En cuanto a la guionista Berloff, su mayor timbre de gloria es el guión de World Trace Center (2006), con lo que está todo dicho.
Gibson hace de Gibson, como siempre, aquí con aspecto más desaseado. En fin, diciendo Mel Gibson ya está todo dicho… Del resto del reparto me quedo con la actriz que hace de su hija (aunque por edad más bien podría ser su nieta…), Erin Moriarty, con apellido de villano de Sherlock Holmes y aún corta carrera, pero que da muestras de talento y hace concebir esperanzas de un futuro prometedor. Diego Luna no es quizá la mejor opción para hacer de mala bestia, aunque el chico le pone mucho empeño. Como siempre, William H. Macy está estupendo, aunque aquí le toca apechar con un personaje que parece el Flanders de Los Simpson pasado por una reunión de Alcohólicos Anónimos…
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