Hay maestros del cine que resultan difícilmente discutibles; basta enumerar algunas de sus obras: “La fiera de mi niña”, “El sueño eterno”, “Río Rojo”, “Río Bravo”, o “Me siento rejuvenecer”. Todas son obras maestras de Howard Hawks, una de las cumbres del cine americano menos endiosadas que imaginarse pueda. Como los grandes de cualquier arte, probablemente Hawks no era consciente de su propia grandeza, de su propio talento. A los largo de cuarenta y cuatro años haciendo cine dejó películas irrepetibles, y además siempre fue apto pata todo tipo de públicos, sin distinción de coeficiente intelectual.
“Bola de fuego” es una deliciosa comedia en torno a un grupo de sabios despistados que se preparan para realizar una nueva enciclopedia. Para ello, deciden enviar a su más joven profesor a conocer nuevos vocablos a un club nocturno, donde encontrará a la bella que lo enamorará. Después llegarán los enredos, divertidísimos, con una panda de mafiosos, y los ingenuos lingüistas, el cándido profesorcillo y la hermosa y real hembra. Con el guión de otro maestro, Billy Wilder, Hawks consigue una película espléndida, que se mantiene perfectamente tantos años después de su realización.
Encabezan el reparto dos estrellas en el mejor momento de su carrera, Gary Cooper y Barbara Stanwyck, el primero como el bondadoso enamoradizo profesor y la segunda como la mujer de turbio pasado que se enamora sin remisión de la ingenuidad del sabio. Con ellos, Dana Andrews compone un malvado creíble, cínico pero a la vez nada inicuo. Estamos ante una cinta para paladear, que podrá disfrutar plenamente quien no tenga el gusto atrofiado por el cine actual y sea capaz de sentarse durante casi dos horas delante de una pantalla sin exigir que cada diez minutos haya un asesinato o alguna catástrofe similar.
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