¿Recuerdan El bosque, la película de M. Night Shyamalan, sobre una comunidad que vivía enclaustrada, alejada del mundanal ruido, y con una supuesta bestia que aterrorizaba a los habitantes? Pues algo así, aunque a pequeña escala, es lo que presenta esta curiosa, aunque insuficiente, Canino.
Tenemos a un matrimonio que vive a las afueras de la ciudad, en una casa aislada protegida por altos muros; con ellos viven sus tres hijos (un varón y dos mujeres), ya adultos, pero a los que los padres han educado como si no existiera un mundo exterior, buscando protegerlos absolutamente de los peligros de la sociedad. Así, los jóvenes son mentalmente como niños, aunque sus cuerpos piden ya tratamiento del hombre y mujeres que ya son. Ello conlleva la entrada en escena de una persona ajena a este tinglado represivo, y a través de ella la Naturaleza hará su efecto, haciendo que los deseos de libertad, que los hijos sienten aunque casi no lo sepan, aparezcan con todas sus consecuencias.
De alguna forma estamos ante una metáfora del mundo: Lanthimos, el director, nos viene a decir que el proteccionismo a ultranza termina acarreando males mayores que la normal exposición a la sociedad. Es en este sentido un filme liberal, que apuesta antes por la naturalidad que por la represión. Otra cosa es que esté suficientemente conseguido: la historia se desarrolla con una morosidad que va contra la tensión argumental, quizá porque la trama no dé para la hora y media de metraje; una vez que el espectador se ha situado en la historia, la progresión es escasa, y el desenlace demasiado rápido, como si el director deseara terminar cuanto antes la película.
Mención aparte para la inusitada (para el cine comercial) franqueza sexual del filme, además de otras cuestiones “hard”, de naturaleza bizarra, que hacen de esta película una rareza en su género, no sólo por su tema, sino por la forma de exponerlo.
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