Joseph Leo Mankiewicz fue un guionista norteamericano que se inició como tal poco después del comienzo de la etapa sonora del cine, hacia 1929; sin embargo, no dio el paso a la dirección hasta casi tres lustros más tarde, siendo su debut en esa área la deliciosa El castillo de Dragonwyck (1946), que puso en el escaparate por primera vez el talento como realizador de un cineasta ciertamente notable. En el cuarto de siglo en el que, aproximadamente, estuvo dirigiendo películas, lo cierto es que JLM obtuvo varios resonantes éxitos, películas que forman parte ya de la Historia del Cine, grandes clásicos como Eva al desnudo (1950), Julio César (1953), La condesa descalza (1955), De repente, el último verano (1959) y El día de los tramposos (1970), para despedirse del cine con la habilísima y no menos buena La huella (1972).
Otra de sus grandes películas sería esta Carta a tres esposas, exquisito a la par que denso melodrama de irisaciones románticas, la historia de tres mujeres, tres amigas, de nombre Lora May, Rita y Deborah, que viajan juntas un sábado, en el contexto de un picnic para niños, del que regresarán por la noche; durante el viaje, todas ellas refieren la extraña conducta de sus respectivos maridos durante las horas previas a su partida. Mientras están reunidas les llega una carta dirigida a las tres; la firma Addie Rose, otra de sus amigas, quien les informa que ese mismo día ella se está fugando con uno de los maridos de las tres. Preocupadas, todas sin embargo deciden seguir adelante con sus planes. En el viaje cada una de ellas irá recordando los momentos en los que ya habían sospechado que Addie Rose podía ser una dura competidora que les arrebatara a sus esposos...
Esta trama de presunta e incierta infidelidad (y de ruptura matrimonial, por ende) sirve de pretexto a Mankiewicz y sus guionistas para poner en escena un admirable relato sobre tres mujeres muy distintas, unidas sin embargo por el amor a sus cónyuges y el miedo a perderlos. Tendremos a la desclasada Lora May, que se casó con su jefe y con ello ganó fama de arribista; tendremos a Rita, casada con un profesor de Humanidades, ganando ella más que él con sus guiones radiofónicos, aunque tenga que pagar el peaje de la zafiedad de sus contratadores; tendremos, finalmente, a Deborah, que se siente acomplejada por el ambiente chic en el que siempre se ha desenvuelto su esposo.
Las tres tendrán motivo para pensar si será su marido el que ese mismo día la haya abandonado por otra; las inseguridades, las incertidumbres, se irán sucediendo al ritmo de los flashbacks en los que veremos algunos momentos clave en sus relaciones conyugales. La incógnita central así planteada dará pie a reflejar las vidas de estas parejas, sus frustraciones y complejos, saliendo a relucir las controversias entre los esposos. A la par, la presencia de Addie Rose, invisible, planea por las vidas de las parejas, tanto en el tiempo presente como en los recuerdos evocados, una presencia permanente, intangible pero tan real como las de las tres esposas concernidas. Addie Rose había sido ya, de alguna forma, modelo para todas, pero también, en el fondo, sabían que era la enemiga a batir. La propia Addie Rose, que no aparece en efigie en ningún momento en el film, pero a la que se están refiriendo constantemente ellas y, sobre todo, ellos, actúa en la película también como narradora omnisciente, confiriendo con ello un tono singular a la narración.
Con una filmación elegante, finísima, plena de buenos diálogos, Carta a tres esposas brilla por su clase, su exquisitez, pero también por su humor inteligente. No hace ascos tampoco a la crítica social, como la dura diatriba que uno de los maridos (el profesor de Humanidades) lanza contra los culebrones radiofónicos (hoy día serían los televisivos) y la publicidad que lo condiciona todo en ellos, pero también hay una acre mirada hacia las apariencias, hacia “el qué dirán” de una sociedad, la norteamericana de finales de los años cuarenta, contentísima de haber ganado recién una crudelísima guerra mundial, pero aún ajena a la que se le venía encima en los años cincuenta con la llegada del rock, Elvis, los movimientos contestatarios.
Buen trabajo actoral de todos; en especial nos quedamos con el mejor de todos ellos, lógicamente Kirk Douglas, aquí en una de sus primeras películas, pero donde ya se apreciaba su clase, su carisma absoluto. También citaremos, porque siempre se hacía notar, a la estupenda Thelma Ritter, en un pequeño papel que esta admirable secundaria borda como ella sola.
(14-12-2021)
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