El cine carcelario tiene pocos precedentes en España, y generalmente se ha tratado más como un paisaje que como el tema propiamente dicho de esos filmes. Curiosamente, han menudeado más las películas con reclusas que con sus homólogos masculinos, en títulos como Entre rojas y El patio de mi cárcel; por esa escasez general es más de agradecer un thriller como este Celda 211, en la mejor tradición del género de cinematografías mucho más acostumbradas al tema, como la norteamericana o la francesa.
Daniel Monzón, antiguo crítico de cine, parece haber aprendido la lección de su anterior La caja Kovak, lamentable ejercicio de estilo, y ahora apuesta por la potencia narrativa; bien es cierto que ha contado con un material de base notable, la novela homónima del sevillano Francisco Pérez Gandul, bien guionizada por el propio Monzón y su “alter ego” libretista (también lo es de Álex de la Iglesia, flamante presidente de la Academia de Cine de España) Jorge Guerricaechevarría.
La historia parte de la originalidad de que el protagonista es un funcionario de prisiones, que se incorpora un día antes a su nuevo destino, para ir aterrizando en su trabajo, con tan mala fortuna que ese mismo día estalla un motín, maquinado por el “boss” de la prisión, un tipo con muy mala hostia, por utilizar el lenguaje tabernario propio de semejante lugar, y que responde al muy adecuado mote de Malamadre. Lo que ese joven funcionario habrá de pasar para, sin descubrirse, intentar reventar el motín desde dentro y, sobre todo, salir con vida del trance, será el meollo de la cuestión. Bueno, acontecerán otros sucesos, que influirán decisivamente en la deriva de su determinación, en una suerte de brutal síndrome de Estocolmo que, visto lo que le pasa, no deja de estar plenamente justificado.
Narrado con fuerza y pujanza por un cineasta al que, ciertamente, teoría no le falta (tantos años en Fotogramas como acre crítico se supone que debe dejar impronta…), Celda 211 se constituye pronto en una de las gratas, además de escasas, sorpresas del cine español del año. En la interpretación, notable el casi debutante Alberto Ammann, un chico hispano-argentino del que apenas se había oído hablar; pero el que está impresionante es Luis Tosar, en el que seguramente será el papel de su vida, un marrajo sin entrañas que, sin embargo, alberga en su interior un corazón humano, un personaje lleno de matices a pesar de su aparente (o no tan aparente…) brutalidad. Accésit (ya que estamos con una película basada en una novela multipremiada) para Antonio Resines, en un papel de villano poco habitual en su carrera, que él saca adelante con oficio y mala leche.
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