Con más frecuencia de la que sería de desear, el refrán español “dime de qué presumes y te diré de qué careces” es una verdad como un templo. Véase la institución que se retrata en este film, la llamada Colonia Dignidad, que era cualquier cosa menos digna: más bien un lugar para el horror, donde durante décadas coexistieron la tortura con la pederastia, el sometimiento absoluto al líder con el régimen de feroz encarcelamiento sin haber mediado juicio alguno. Un auténtico infierno del Dante, quizá un décimo círculo que al poeta italiano se le escapó en su Divina Comedia.
Es llamativo que el cine no haya tocado prácticamente este lacerante asunto, siendo como fue en su momento un escándalo mayúsculo; incluso más que por lo que se encontró cuando fue posible entrar en el férreo recinto, por lo que se le consintió a su líder, el pederasta alemán Paul Schäfer, incluso cuando cayó el régimen de Pinochet en 1990, hasta que se consiguió desbaratar aquel emporio del mal en 2005.
El cineasta alemán Florian Gallenberger se encarga de poner en imágenes una historia con ribetes ficticios pero incardinada en la realidad de la Colonia Dignidad. En la fatídica fecha del golpe de Estado de Pinochet en Chile, el 11 de septiembre de 1973, una azafata de vuelo alemana, Lena, visita la capital, Santiago; allí se reencuentra con su novio, Daniel, que se dedica a realizar carteles para los revolucionarios. Cuando el golpe estalla, ambos son detenidos y llevados por los milicos al Estadio de Chile (donde, entre otros, asesinaron a Víctor Jara); allí el chico es denunciado por un delator y se lo llevan a la Colonia Dignidad. La novia, enterada del lugar donde está recluido, concibe la idea de hacerse pasar por una postulante a entrar en la secta para intentar la liberación de su amado…
Gallenberger tiene una todavía corta carrera como director de largometrajes. Aparte de varios cortos, sus largos son Honolulu (2001), que pasó sin pena ni gloria, al igual que Sombras del tiempo (2004); su tercer largometraje sí tuvo una apreciable repercusión internacional: John Rabe (2009), el biopic de quien se puede reputar como otro Schindler, un empresario que salvó la vida de miles de chinos en los años treinta.
Es curioso que el cineasta alemán guste de rodar fuera de su tierra: aquí lo hace en Argentina y Chile, además de interiores en su país y en Luxemburgo; Sombras del tiempo está rodada en la India, donde se ambienta ese melodrama romántico; y John Rabe, lógicamente, se inserta en China.
Hay que decir que Colonia no es una gran película, seguramente tampoco una buena película, pero sí una película necesaria para dar a conocer las atrocidades que cometió un individuo con capacidad de persuasión sobre pobres de espíritu que se dejaron embaucar por este mercachifle de palabra fácil y magnetismo personal, hasta el punto de entregarles a sus hijos sin saber (o quizá sabiéndolo: la bajeza del ser humano no sabe lo que es tocar fondo) las sevicias a las que aquel degenerado que se hacía pasar por un hombre de Dios los sometía.
Cinematográficamente es un filme rodado con corrección, sin grandes alardes creativos, que fía mucho en su tema y en los rostros de su pareja protagonista, una Emma Watson que sigue confirmándose como la más aventajada de la camada de intérpretes jóvenes salidos de la saga de Harry Potter, aunque haría bien en seleccionar mejor sus papeles: no parece que este y otros similares que viene haciendo le prodiguen reconocimiento artístico; y Daniel Brühl, uno de los más interesantes y versátiles actores de su generación, capaz de rodar en varios idiomas y hacerlo en todos bien. El escandinavo Michael Nyqvist, recordable por su protagonismo en la serie Millennium (según la trilogía de novelas de Stieg Larson), confiere un razonable grado de terror a su odioso personaje, uno de esos tipos de los que se puede decir que, si su madre hubiera abortado, el mundo hubiera sido un poco mejor…
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