Sólo quien haya visto la anterior película de Jackson, Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (1992), podrá entender cabalmente que el título de esta crítica no se refiere tanto al lugar geográfico donde está realizado el film, Nueva Zelanda, efectivamente en nuestras antípodas, sino al brusco cambio de estilo de su autor, que ha trocado el tono granguiñolesco y de desaforada visceralidad (entiéndase "literalmente": vísceras, higadillos y cuerpos despanzurrados era su tema) de su anterior película, un clásico del "gore" moderno, por el mucho más tradicional y digerible de estas Criaturas celestiales.
Basada en un hecho real acontecido en los años cincuenta en una ciudad neozelandesa, donde dos adolescentes mataron a la madre de una de ellas tras una profunda inmersión en el universo ficticio creado por ambas, Peter Jackson se recrea, antes que en la escena crucial del asesinato, en la íntima formación de un mundo aparte en ese momento de la vida, la adolescencia, en el que ni se es niña ni mujer, cuando se es tan vulnerable a tantas influencias, cuando son posibles fantasías infantiles en cuerpos casi de adultos.
El director lo da con sensibilidad y sencillez, haciendo hincapié en la hermosa amistad de las chicas y en el barroco mundo imaginario que forjaron. Formalmente impecable, el film supone una valiosa muestra de una cinematografía que, tras el éxito de Jane Campion, evidencia un extraordinario momento creativo.
(22-01-2002)
99'