CRITICALIA CLÁSICOS
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A Hitchcock no le gustaba demasiado esta película, pero a François Truffaut (seguidor confeso de Don Alfredo) le parecía un habilísimo tour de force para sacar adelante una obra de teatro, de intriga y claramente comercial, Dial M for Murder. La realidad es que Hitch la rodó para completar un contrato de cuatro films para la Warner y como esa obra había sido un éxito en los escenarios londinenses encargó a su autor, Frederick Knott, que le escribiese el guión. De esta manera el orondo director completaba un año "claustrofóbico" en su filmografía, 1954, primero con La ventana indiscreta y ahora con este Crimen perfecto, pasando del patio de vecinos estadounidense a un lujoso apartamento en un costeado barrio de Londres.
Aquí (al contrario que con Doña Agatha) sabemos desde el principio quien es el villano, Tony (un magnífico, repeinado y gélido Ray Milland), casado con Margot (la rubia Grace Kelly tantas veces filmada por el director). Sospechando el marido -con razón- que su esposa le engaña con Mark (el sosito Robert Cummings), planea eliminarla, más que por celos porque así heredaría una gran fortuna, que vendría muy bien a sus menguadas finanzas. Busca a un antiguo compañero de estudios y mediante chantaje y la promesa de mil libras, le encarga asesinarla.
Rodado todo este enredo en un único escenario, con el agravante de que el film se pensaba exhibir en formato 3D (cosa que finalmente no ocurrió), el realizador buscó una efectiva planificación a base grandes angulares, contrapicados, perspectivas alargadas por sombras y luces, entradas y salidas, miradas cómplices y objetos con protagonismo. A veces saca la cámara a exteriores para airear la acción, aunque el espectador está pendiente de la peripecia y acepta gustoso la claustrofobia de la narración. Pero la cosa sale distinta a lo planeado y la rubia esposa pasa de víctima a presunta asesina, mientras el marido intenta corregir el desaguisado improvisando sobre la marcha.
Y las llaves. Una vez más comprobamos la innata inteligencia de Hitchcock, sacando partido de gestos, luces, miradas, objetos... sean cortinas, gabardinas, alfombras, tijeras, ventanas, el teléfono... y sobre todo llaves. Llaves pequeñas, siempre sueltas, sin llaveros, que se esconden fácilmente en la mano, que se guardan con disimulo en cualquier bolsillo, en monederos, en bolsos, bajo felpudos... hasta desembocar en un tramo final en donde juegan un papel protagónico para el desenlace.
Con un juicio resuelto en forma magistral, surrealista, con el rostro angustiado de la acusada sobre un fondo de rojos y anaranjados intensos, mientras oímos los cargos contra ella y la música obsesiva de Dimitri Tiomkin, la cinta da un giro fundamental con el personaje del inspector Hubbard, encarnado por el estirado y excelente John Williams (no confundir con el longevo compositor), actor en otras cintas del director o en Sabrina de Billy Wilder. Será su trabajo, su astucia, sus trucos, sus llaves (cómo no) los que acabarán probando la inocencia de la esposa y acorralando a su cínico marido...
Grandes actores (incluyendo a Grace Kelly, siempre bella pero también espléndida actriz) ya citados (o como Anthony Dawson en el amigo chantajeado), resaltan en esta cinta manierista, habilidosa, otra prueba más de que Hitchcock era mucho Hitchcock, y de que Truffaut llevaba razón al ensalzar este aparente trabajo rutinario, de encargo. Porque sin tener que recurrir a grandes libretos sacaba oro de cualquier filón para montar su estilo inconfundible que deparó durante décadas películas inteligentes, sin necesidad de recurrir citando sólo sus obras maestras. Que por cierto fueron muchas entre los años cincuenta y sesenta del pasado siglo... completando finalmente una larga y fructífera carrera de más de cincuenta años.
Dejando ya al maestro y como colofón final, reseñar que muchos años después, en 1998, se filmó un remake a cargo de un sólido director, Andrew Davis (que poco antes había hecho una versión fílmica de El fugitivo) y que casi era una revisitación de su argumento, con el título de Un crimen perfecto (A perfect murder), adaptando el que se le dio en español. El film cambiaba fundamentalmente el rol de amante (aquí Viggo Mortensen), mientras el marido lo encarnaba Michael Douglas y la esposa la también rubia Gwyneth Paltrow. A pesar de su interés y correcta factura, ni que decir tiene que -al estrenarla- todo el mundo citaba y añoraba la cinta "de encargo" que, cuarenta y tantos años antes, hizo Alfred Hitchcock...
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