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(En la muerte de la actriz y cantante Jane Birkin, la mítica intérprete de la canción erótica por excelencia, "Je t'aime moi non plus", y en su homenaje, recuperamos la crítica del último largometraje en el que intervino como actriz).
Bertrand Tavernier es un cineasta que podría pavonearse (si fuera dado a alardear de algo, lo que no es el caso) de ser el más importante director francés de los últimos cuarenta años. Su filmografía, a lo largo de ese tiempo, está plagada de títulos interesantes, habiendo visitado prácticamente todos los géneros, desde el drama químicamente puro (La muerte en directo, que anticipaba en varias décadas la intromisión de los media en la vida privada) a la comedia (Un domingo en el campo, en la estela de Renoir), pasando por el drama de corte musical (Alrededor de la medianoche), la tragedia de ambiente bélico (La vida y nada más, Capitán Conan), el cine policíaco (Ley 627, La carnaza), la crítica social (Hoy empieza todo, probablemente su obra maestra), la aventura (La hija de D’Artagnan) y el drama doméstico (La pequeña Lola), entre otras incursiones genéricas.
Es cierto que en la comedia se había prodigado poco, pero ciertamente no es porque no esté dotado Tavernier para el género, como demuestra en esta inteligente Crónicas diplomáticas, cuyo título original, Quai d’Orsay, remite a la sede del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, donde sitúa nuestro septuagenario director esta divertida comedia, que no es precisamente de brocha gorda, sino más bien de pincel fino, muy fino…
Nos cuenta la historia de un joven que entra a trabajar en el selecto círculo de asesores del ministro de Exteriores; en ningún momento se cita el color político del preboste, pero por algunos comentarios parece deducirse que es de derechas, probablemente entonces del gabinete que François Fillon dirigió bajo la égida de Sarkozy. Claro que puede ser directamente una fantasía, que es lo más probable, pero el hecho de que el ministro de Exteriores de Sarko fuera Bernard Kouchner, un hombre brillante, curiosamente de izquierdas (en Europa esto de las izquierdas y las derechas no lo llevan muy al pie de la letra…), podría hacer pensar que el personaje del filme, Alexandre Taillard de Worms, pudiera ser un trasunto libérrimo de él.
En cualquier caso, Tavernier nos pinta un panorama no precisamente alentador: el círculo de consejeros del mandamás tendrá que afrontar como buenamente pueda las arbitrarias decisiones que el gerifalte toma constantemente, desdiciéndose con frecuencia, olvidando lo importante y dando prioridad a lo accesorio, pavoneándose de sus éxitos y culpando a los demás de sus fracasos, un tipo infecto que retrata con precisión el peligro del poder en malas manos; y eso que éste es un poder democrático, si fuera de los otros… bueno, entonces estaríamos hablando de Kim Jong-un o alguno de esos otros fantoches que aterrorizan a sus pueblos.
Divertida casi siempre, con un humor subterráneo que aflora en detalles, en diálogos chispeantes, en situaciones resueltas con la habitual pericia y la fantástica capacidad de Tavernier para hacer cine (no en vano es, además de un experto en la práctica cinematográfica, un notable teórico), Crónicas diplomáticas resulta ser una deliciosa comedia sobre los disparates en que incurre la política cuando lo que la guía es el beneficio personal, aunque no sea económico, simplemente alentar la vanidad, esa arpía…
En un momento determinado, cuando preparan al ministro el discurso para hablar ante Naciones Unidas, uno de los asesores censura la profundidad del texto que ha preparado el jovenzuelo protagonista, argumentando que sería como leer el Talmud ante una junta de propietarios… Véase el nivel que Tavernier, me temo que con razón, atribuye a los que deberían ser los dirigentes del mundo.
De los actores me quedo con la brillantez de Thierry Lhermitte, que tan bien conviene a su personaje, un ministro pagado de sí mismo que está muy contento de haberse conocido, pero sobre todo con la sabiduría de ese viejo de colmillo retorcido, Niels Arestrup, capaz de hacer bien cualquier tipo de papel, desde templado asesor ministerial, como hace aquí, a temible mafioso en Un profeta, un actor que, como los buenos vinos, ha mejorado, y de qué forma, con los años… Jane Birkin, tan lejos ya de cuando era un mito erótico, pone la sabiduría de la edad en su papel, pequeño pero sustancioso.
(10-04-2014)
113'