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Cyrano de Bergerac realmente existió:  en el siglo XVII tuvo una corta vida de apenas 36 años, una vida disipada y tumultuosa en la que se labró fama de hombre libertino y de lengua viperina, siendo autor de varias obras curiosas, entre ellas algunas farsas de corte fantacientífico, en una época en la que la ciencia ficción estaba por descubrir. Sobre su airada vida Edmond Rostand, en el siglo XIX, escribió su drama teatral Cyrano de Bergerac, llevado al cine y la televisión en numerosas ocasiones. La más famosa, sin duda, es la titulada Cyrano de Bergerac (1990), dirigida por Jean-Paul Rappeneau, con Gérard Depardieu en el papel principal, versión que se considera la canónica sobre el personaje en la pantalla.

Sobre el drama de Rostand se escribió, ya en el siglo XX, una ópera de igual título, con música de Franco Alfano y letra de Henri Cain, estrenada en París en 1936, en la que se han basado varios musicales para la escena, el último de ellos estrenado en 2018 bajo los auspicios de la actriz Érica Schmidt, a la sazón esposa de Peter Dinklage, popularísimo por su papel de Tyrion Lannister (El Enano, para entendernos) en Juego de Tronos. Esa función musical se ha llevado ahora a la gran pantalla con el mismo título de las tablas, simplemente Cyrano, y lo cierto es que el resultado es, en nuestra opinión, muy estimable.

La historia es conocida, y aquí sigue con pulcritud, en general, la trama de la ópera: en la Francia del siglo XVII, el militar Cyrano de Bergerac, aquejado de acondroplasia (vulgo enanismo; esta es la diferencia fundamental con el libreto operístico, en el que el protagonista lo que tiene es una nariz desmesurada, como en la obra teatral de Rostand) es tan brillante con la lengua como con la espada. En una función teatral se burla divertidamente del engolado actor protagonista de la obra y, retado en duelo por el favorito del poderoso conde de Guiche, el militar mata al aristócrata. Cyrano ama en silencio a Roxanne, su amiga, a la que conoce desde la infancia, pero cree que ella nunca le amará, dada su condición física. Cuando Roxanne le cita en privado, Cyrano intuye que quizá su amor sí sea recíproco, pero resulta que la bella le pide que proteja a un nuevo cadete a las órdenes del enano, Christian, del que la joven se ha enamorado (y en este caso el amor sí es mutuo...).

El personaje de Cyrano de Bergerac se ha convertido en un clásico de la literatura, uno de esos arquetipos inmortales del género humano, el hombre con una deformidad física (en el original teatral una nariz superlativa, en este musical el enanismo) que cree le impediría aspirar al amor de la mujer que quiere, pero al que el azar permite, por persona interpuesta (el guapo de turno que carece de su arrebatado verbo), enamorar absolutamente a su dama.

Joe Wright, el director, se ha convertido en uno de los cineastas que, en este siglo XXI, mejor presenta en pantalla los dramas “de época”: suyos son Orgullo y prejuicio (2005), una muy apañada visión de la novela homónima de Jane Austen; Expiación. Más allá de la pasión (2007), muy apreciable adaptación de Ian McEwan; Anna Karenina (2012), plausible versión del inmortal clásico de Tolstoi; Pan. Viaje a Nunca Jamás (2015), vuelta de tuerca al legendario personaje infantil de J.M. Barrie; y El instante más oscuro (2017), acertada aproximación a la figura de Churchill en los momentos clave del desastre de Dunkerque. Sin embargo, cuando filma tramas actuales, como en El solista (2009) y Hanna (2011), los resultados no son tan buenos.

Aquí Wright explota con buen tino la historia central, acentuando, sin cortarse, todos los aspectos románticos de una trama que, ciertamente, si tiene algo relevante es precisamente ese romanticismo desaforado, un romanticismo incluso “fou”, a la antigua usanza, la historia del hombre que no podía amar por sus condicionantes físicos, al que otro de espléndida carrocería le prestará la apariencia de la que carece, y a cambio éste dotará al apócrifo enamorado del vibrante verbo preciso para enamorar arrebatadamente a la dama. El resultado es interesante, y la combinación de la historia romántica con la fórmula del cine musical se revela pronto como una mezcla agradable, bien llevada por un Wright que se enamoró de la obra musical tras verla sobre las tablas.

Bien narrada por un cineasta de elegantes maneras que se nota como pez en el agua en este tipo de tramas historicistas, Cyrano tiene el problema del poco interés que el público de hoy muestra hacia los musicales, pero el conjunto del film es armónico, agradable, ameno a pesar de ser conocido sobradamente su desenlace, muy buen puesto en escena con gusto, con un vestuario exquisito y una coreografía que combina acertadamente el clasicismo con algunos toques de modernidad.

Buen trabajo actoral, con un Peter Dinklage pintiparado para el personaje protagonista, y una Haley Bennett muy apropiada también para el papel de la bella que amaba el corazón de un hombre en el cuerpo de otro, un hombre, el guapo, que cantará, con tanta razón, que su asociación con Cyrano le permitirá decir “todas las palabras que no tengo”, quizá, en el fondo, el primer “playback” de la Historia...

Dinklage y Bennett interpretaron ya estos mismos papeles sobre las tablas teatrales. Como ellos, también los otros dos personajes secundarios, los interpretados por el guapo Kelvin Harrison Jr. y el perito en villanos Ben Mendelsohn, interpretan con su propia voz las hermosas canciones del musical, con voces armoniosas y ciertamente muy agradables.

(16-03-2022)


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123'

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Cyrano - by , Mar 17, 2022
3 / 5 stars
Todas las palabras que no tengo