Está visto que los personajes creados por J.M. Barrie en su obra teatral Peter Pan y Wendy siguen dando juego en cine. Aparte del clásico de los clásicos sobre el personaje, la película Peter Pan (1953), la producción en dibujos animados de Walt Disney que fijó los caracteres definitivos del mito literario creado por Barrie, se han hecho decenas de aproximaciones, en cine y televisión, a este niño que no quería crecer (y qué razón tenía…), desde múltiples perspectivas, casi siempre dando vueltas a las constantes del niño que volaba: desde la historia “aggiornada” y con personajes humanos, en Peter Pan: La gran aventura (2003), de P.J. Hogan, hasta Hook. El Capitán Garfio (1991), donde Steven Spielberg recreaba uno de sus mitos infantiles, en este caso dando la preeminencia al villano Garfio, pero también poniendo en pantalla a un Peter Pan que habría crecido y tomado las formas y el rostro de Robin Williams, pasando por Descubriendo Nunca Jamás (2004), de Marc Forster, donde se ponía en imágenes la relación del creador del personaje literario con los niños Llewelyn Davies que lo inspiraron.
Ahora es Joe Wright el que se pone a los mandos de esta nueva y costeada producción, que imagina los antecedentes de Peter Pan, cómo llegó a Nunca Jamás y se enfrentó al villano de entonces, un pirata llamado Barbanegra (en esto no han estado muy creativos, la verdad…), y de qué forma trabó amistad con un joven Garfio, que con el tiempo se convertiría en su archienemigo…
Así las cosas, Pan resulta ser un huérfano abandonado por su madre a las puertas del hospicio de turno, regido por unas monjas crueles como arpías (esto no ha debido gustar demasiado en ciertos estamentos clericales), que resulta ser secuestrado por las hordas del mentado Barbanegra, un corsario cuya eterna juventud está vinculada a la permanente ingesta de polvo de hadas, para lo que necesita del concurso de cientos de niños, en condiciones de esclavitud (vamos, como los que fabrican zapatillas de deporte en los países asiáticos…), que se afanan en encontrar el preciado mineral fantástico en las entrañas de la Tierra. Por supuesto, Peter Pan se rebelará contra tanta injusticia y con el concurso de un bonancible Garfio y de la princesa Tigriya (Tiger Lily en el original en inglés), intentarán acabar con el pirata y su régimen despótico.
Es curioso que, aparte del propio mito de la renuencia a crecer, consustancial a Peter Pan, en este caso además contamos con otros nuevos, también interesantes: el miedo a volar del propio Pan, trasunto del miedo a vivir en libertad; la vida eterna, ese anhelo del ser humano desde que tiene conciencia de serlo; la elección entre Bien y Mal, entre lo correcto y lo deshonesto, opción a la que se enfrentará Garfio (antes de que se maleara, se entiende, en la historia propiamente barrieniana).
Apreciables aportaciones, entonces, en una historia que no oculta, por supuesto, su vocación de artefacto de aventura fantástica, con extraordinarios efectos especiales (esos galeones voladores, girando sobre sí mismos y poniéndose boca abajo, con todos sus tripulantes colgando de cualquier cosa que los sostengan; esa secuencia final, literalmente demoledora, en el Mundo de las Hadas) y que consigue más que razonablemente el fin de entretener, divertir y a ratos sobrecoger (moderadamente), con las andanzas del pequeño Peter y sus colegas.
Porque además el inglés Joe Wright es uno de los directores actuales con más estilo, y aquí lo pone al servicio de una historia que apenas da tregua, bebiendo en veneros caudalosos como Dickens, Stevenson e incluso Conrad, conformando con ello una historia de una fantasía desbordante, que ciertamente a ratos tiene problemas de verosimilitud, aunque eso es consustancial a una peripecia de este corte. No se abusa del efecto Séptimo de Caballería (ya saben: estamos perdidos…. y entonces aparece la fuerza salvadora, en el último minuto), esa plaga de nuestro tiempo, y tiene una media hora final de infarto, pero sin tensar en exceso la cuerda, lo que hubiera supuesto, como tan frecuente es hogaño, que el espectador desconecte de la historia y no se la crea.
Wright tiene en su haber algunos títulos de gran interés, como Expiación. Más allá de la pasión (2007) y Anna Karenina (2012), y también otros de menor fuste, como El solista (2009) y Hanna (2011). Con este Pan. Viaje a Nunca Jamás toca la de cal, el acierto, en un film vistoso, vibrante, que además tiene sabrosas lecturas colaterales.
Entre los intérpretes de esta “precuela” hay que destacar el trabajo de un Hugh Jackman que parece estar aficionándose últimamente a los papeles de villano, como ya hiciera en Chappie (2015), aunque aquí está mucho más acertado, al tener un personaje “con carne”, que le permite detalles propios del supermalo que representa. También nos gusta Rooney Mara, descubierta con el papel bombón de Lisbeth Salander en la (mala, es cierto) versión norteamericana de la primera de las novelas de Stieg Larsson, Millennium. Los hombres que no amaban a las mujeres (2011); Mara, por cierto, se parece tanto a Cher que a ratos parece su nieta…
(12-10-2015)
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