Tras el éxito de Deadpool (2016), la primera de esta que se prevé larga franquicia (por los réditos comerciales que está dando: hoy el cine es antes industria que arte, al menos este cine “mainstream” o de “blockbusters”), que recaudó en todo el mundo la bonita cifra de 783 millones de dólares, multiplicando por más de trece veces su presupuesto, estaba cantado que el más deslenguado, procaz, soez y sarcástico de los superhéroes de Marvel tendría nuevas entregas. Desde el punto de vista económico parece que han acertado (125 millones de dólares en el primer fin de semana, wow...), y lo cierto es que artísticamente tampoco les ha salido mal, como veremos ahora.
Porque, con buen criterio, tanto los guionistas (incluido el propio protagonista, Ryan Reynolds, en su primer trabajo como tal, implicado en el film hasta el punto de también coproducirlo) como el director, David Leitch, han optado por proseguir por la vía “destroyer” y ponerse el mundo por montera con este superhéroe sin madera de ello, este tío en mallas que se muere (casi literalmente....) por hacer chistes continuamente, con una llamativa tendencia a los temas sexuales, escatológicos, a lo políticamente incorrecto, lo que tanto se agradece en este cine nuestro actual, tan aseadito y peinadito (aunque los protas lleven rastas: el repeinamiento es una cuestión moral, no estética...), en una montaña rusa de escenas que combinan el humor grueso con la acción más desenfrenada, en una continua autoparodia que tanto se agradece cuando este mundo del cómic, sobre todo en sus superhéroes “serios” (si es que se puede ser serio enfundado en unos leotardos que parecen la evolución erotizada de los esquijamas de nuestra infancia...), está poblado generalmente por gente adusta y con tendencia al trascendentalismo.
Tomarse continuamente a broma es, entonces, la mejor de las bazas de esta segunda parte que, por lo demás, tampoco es ninguna exquisitez desde el punto de vista cinéfilo. David Leitch, el director, procede del campo de los “stunts”, de los especialistas, en los que es un consumado profesional desde los años noventa, pero que ciertamente es una faceta del cine que no suele dar Scorseses. Se estrenó Leitch (curiosamente sin acreditar como tal) en las tareas de director en John Wick (2014), y con Atómica (2017) hizo su debut oficial como realizador de largometrajes. Como se verá, Leitch no es precisamente un estilista, sino un tío más cercano al pegaplanos que al genio. Pero su trabajo aquí es valioso en tanto en cuanto se pliega como un guante al desbocado guion de Reynolds y sus más avezados libretistas, Rhett Reese y Paul Wernick.
Así las cosas, Deadpool 2 resulta ser el descacharrante vehículo cómico, autoparódico, desinhibido, satírico que pretendía ser, y cubre más que holgadamente las expectativas despertadas. Se trata de echarse unas risas con este Mamarracho-Man, al que uno de los coprotagonistas califica en un momento del film como un payaso bocazas con pinta de muñeco sexual; ello al margen de que, así como de rondón, se cuelen algunas ideas interesantes, como el hecho de que no existe la predeterminación para nadie, se puede escapar de lo que parece un destino fatal (en el sentido del “fatum” de los antiguos romanos, el hado que no se puede esquivar: pero sí se puede...), y con algunas escenas de acción que, ciertamente, quitan el hipo, como el asalto al furgón donde trasladan a los reclusos, entre ellos el adolescente gordinflas y con un pronto (literalmente) incendiario que se convierte en un personaje central de la trama.
Estamos entonces ante un divertimento que cumple más que aceptablemente su intención, hacer reír desde una óptica abierta y liberal, desprejuiciada, con chistes de toda laya, incluidos algunos de ambigüedad sexual que hubieran sido inimaginables hace solo algunos años (y que en los superhéroes “serios” siguen siendo impensables), un festín para las mandíbulas, que no paran de moverse espasmódicamente con este film que, por supuesto, no pasará a ninguna Historia del Cine, pero que nos permite echarnos unas carcajadas la mar de descongestivas...
A Reynolds, como queda dicho, se le ve implicado al máximo: su intervención como coproductor, además, le permitirá embolsarse un buen pico. Del resto del reparto nos quedamos con un Josh Brolin que últimamente se está especializando en villanos (aquí un “falso” villano...) de Marvel, como el Thanos de Vengadores: Infinity War (2018), además de una belleza afroamericana, Zazie Beetz (con ese nombre suena más bien a judía...), aunque naciera en Alemania: Beetz es fresca, buena actriz, y se come la cámara: una estupenda combinación. Por cierto, el cómico T.J. Miller, con la caracterización con la que aparece en el film, se parece notablemente (o es mi impresión) a otro payaso ilustre, Emilio Aragón, alias Milikito...
(25-05-2018)
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