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De todas las películas, series o miniseries televisivas, TV-movies o cortometrajes que se han hecho sobre obras de Stephen King, se considera generalmente que El resplandor (1980), con dirección de Stanley Kubrick, es la mejor de todas ellas. Curiosamente, King no comparte (o no compartía...) esta visión, porque años después produjo una miniserie de 3 capítulos para televisión que se llamó El resplandor de Stephen King (1997), para que no hubiera dudas sobre cuál era la versión audiovisual que él prefería. La miniserie, con dirección de Mick Garris, que por aquel entonces era su director “de cámara”, no estaba mal, pero quedaba a años luz del estremecedor film kubrickiano.
Ahora, casi cuarenta años después del rodaje de la película de Stanley, y tomando como base la novela Doctor Sueño, continuación o secuela de la original El resplandor, nos llega este film que, lo diremos pronto, nos ha sorprendido agradablemente. No es que llegue, ni de lejos, a la altura sobrenatural de la obra de Kubrick, pero mantiene el tono más que razonablemente, está contada con buen tino y, en general, no avergüenza al espectador sino que le entretiene razonablemente, le aterroriza a ratos y consigue, en general, un producto digno y bien trenzado.
La acción se inicia hacia 2011, cuando Danny Torrance, que escapó con su madre de una muerte cierta a manos de su alcoholizado y demente padre, ha tocado fondo: adicto al alcohol como su progenitor, y aunque ha conseguido guardar a buen recaudo (literalmente...) los fantasmas del Hotel Overlook, donde se desarrolló la tragedia cuando era niño, descrita en El resplandor, lo cierto es que no puede caer más bajo. Un hombre, Billy, que tiene algo (poco) de su resplandor, se apiada de él, le da trabajo y cobijo y le lleva a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Con mucho esfuerzo, Dan consigue mantenerse sobrio. 8 años más tarde, una chica adolescente, Abra, conecta con él; la muchacha tiene un poder mental tremendo, muy superior al suyo. Un grupo transhumante, que se autodenomina el Nudo Verdadero, comandado por Rose la Chistera, y que recorre Estados Unidos en autocaravanas, es en realidad un grupo de lo que en España se llamaban “sacamantecas”, individuos que secuestraban niños para matarlos y extraerle la grasa corporal; se usó el término con frecuencia para asustar a los niños y obligarles a volver temprano a casa, aunque está documentada la existencia de algunos asesinos en serie que se dedicaban a semejante faena. El Nudo Verdadero ha olfateado, por así decirlo, a Abra, y para ellos sería un festín poder hacerse con su resplandor, que es para ellos similar a la ambrosía de los dioses...
Doctor Sueño, entonces, resulta ser una verosímil continuación de El resplandor. Curiosamente, Stephen King, que actúa como productor ejecutivo (lo que nos hace ver que ha vigilado de cerca el proceso creativo), ha buscado aquí una síntesis de las dos versiones audiovisuales, pues en ambas, sobre todo en sus finales, había una diferencia apreciable. Aquí se consigue una razonable mixtura de las dos, si bien es cierto que la del film de Kubrick nos sigue pareciendo mucho mejor. Desbrozando el film de algunos personajes de la novela de los que se podía prescindir, como la bisabuela Momo de la niña Abra, o reduciendo su papel a la mínima expresión, como el pediatra Dr. John, el director, Mike Flanagan, que se ha encargado también del guion, nos presenta una secuela plausible, que no desentona con la narración de la novela original, en una historia en la que no se abusa (y de hecho, afortunadamente, escasean) de los sustos, esa vaina hogaño tan habitual en el cine de terror.
Con un guion bien construido, con una puesta en escena efectiva, que no efectista, y con una utilización adecuada, sin excesos, de la pirotecnia de los efectos digitales, Doctor Sueño plantea una resolución verosímil (dentro de la fantasía del tema, claro está), que cierra el círculo, parece que definitivamente, de la historia de la familia Torrance. Y lo hace volviendo al territorio comanche del Hotel Overlook, lo que permite a Flanagan una serie de homenajes totalmente kubrickianos, como si la versión de Mick Garris (salvo por el guiño de la caldera...) no hubiera existido. De nuevo tendremos, entonces, en versión “revival”, un plano en el que una cascada de sangre cae por el hueco del ascensor, impregnándolo todo en un vórtice sanguinolento, pero también a las dos niñas gemelas esperándonos torvamente al final del pasillo, y, cómo no, el cadáver de la mujer que se baña en la habitación 237 y que quiere que nos acerquemos... un regreso en toda regla al universo kubrickiano de la película, hecho con respeto y con seriedad.
Buen trabajo interpretativo; aunque en principio no nos parecían adecuados ni Ewan McGregor ni Rebecca Ferguson, lo cierto es que se adaptan bien a sus personajes y resultan convincentes. La jovencísima Kyliegh Curran nos parece un valor interesante al que habrá que seguir. Del resto nos quedamos con una de nuestras debilidades infantiles, el pequeño Jacob Tremblay, que aunque tiene poco papel (y el que tiene es bastante doloroso, digámoslo así...), lo resuelve con su habitual maestría: cuánto sabe ese chiquillo con lo chico que es...
(07-11-2019)
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