Partiendo de un tema de rabiosa actualidad (la clonación de seres vivos, de la que Dolly "fue la primera", como diría el Spielberg de Tiburón), ese honesto artesano que es Roger Spottiswoode (autor sin embargo de una estupenda cinta de miedo al comienzo de su carrera, El tren del terror) ha hilvanado esta historia a la medida de los músculos de Arnold, el austríaco más americano (con permiso de Billy Wilder) del siglo XX y previsiblemente del XXI.
Claro que lo que en principio prometía, al tratar de la clonación humana, sobre la que los bioéticos (espantoso palabro, por cierto) no se terminan de poner de acuerdo, pronto queda como mero fondo o escenario de un guión que busca fundamentalmente la acción, lo que no es nuevo en el cine a la mayor gloria de Schwarzzie, pero que, ciertamente, a estas alturas, no interesa ya gran cosa. El público está cansado de persecuciones, balaceras y explosiones sin cuento, que parecen pensadas exclusivamente para aturdirlo. Hay que reprochar a El 6º día que no profundice algo más en ese serio conflicto que nos espera en el futuro, cuando los poderosos puedan prolongar su vida eternamente, mientras que los parias, o incluso las clases medias, estén al albur de una enfermedad con mala leche o de una maceta fatalmente caída en la cabeza. Así las cosas, la película se articula como una sucesión de escenas de acción, enhebradas con cierta habilidad por el director, pero sin proponer nada más interesante que un puñado de villanos bastante potables (ese Tony Goldwyn, un malo científico, apolíneo y cruel, muy cruel); el resto es filfa y efectos especiales, infografía apabullante, un brillante castillo de oropel para ocultar los ostentosos agujeros de un relato meramente repetitivo (nunca mejor dicho...).
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